lunes, 30 de marzo de 2009

Moras y metamorfosis








Negro hay uno solo. Se dijo el artista frente a su lienzo. Lo urgía plasmar ese oscurecimiento súbito del cielo a media tarde. A la vez, lo inquietaba esa presencia intuída sin descifrarla. Tomo el óleo negro, no hay gamas de negro ese le bastaba; empastó su pincel y al volver sus ojos al caballete, su mano quedó paralizada en el aire. Allí estaba ella saliendo de la tela, vestía negro como su cabello, los ojos demarcados en negro litigio, sus cejas imperativas y su capucha cubriendo excitantemente parte de su rostro. La piel, el poco trozo de cuerpo visible, casi la unión de los dos pechos y sus manos; eran la total contradicción blanca casi desafiante con un oscuro rojo en sus labios y las uñas.

Era en verdad, una ficción, un delirio, una puerta al misticismo o tan sólo un poderoso encuentro real, con una mujer en negro y blanco que lo miraba y le mostraba el eco de su respiración.

Oyó decir de su boca Me llamo Mora. Sintió el aire de su paso hacia las sombras, ya alejándose le tembló la voz y a él su humanidad; cuando le murmuró No dejes de venir, vivo detrás del río.

Inconclusamente como oscureció se dio la luz en un tono de gasa púrpura, se hizo transparente, fresca, aromática como si llovieran gotas de alambiques de alquimia perfumera.

El lavanda, se ordenó, tengo que usar el lavanda. Lo buscaba en frenesí, repitiéndose que las tres ahumadas de marihuana que habían buscado moderarlo al llegar (guardaba el porro apenas aspirado para el final de su pintura), no pudieron cambiarle las percepciones y llenarlo de ansiedad y dudas; perturbándolo como a un niño confuso. Desde la muerte de su pareja, la hierba era su compañera en duelo, sin ese entero de amor. Vamos Bendito Tempo, se apuraba a sí mismo, siempre fumaste en tus contemplaciones evocándola y nunca se produjo esta especie de agite de universo; este modo de ver y olerme pasionario de esta rueda sobre mi sacudidora.

Encontró el lavanda, lo mezcló y congeló su mirada. Se iban desgranando del color, telas, flores, entregas misma gama, misma transparencia, mismo cuerpo rostro y la otra ella. Ella plantada casi flotando frente a él, Artemisa de tules y de sedas. Soy Cora, no te preguntes ni quieras mi respuesta; todo lo encontrarás en mi morada al cruzar el río. Y su paso se hizo carrera en nube de atardecer impulsada por el viento canto.

Pintó, pintó desesperadamente, ya no elegía colores, no le importaba definir ni los chorreados. Casi sus manos chapaleaban y los pinceles se incrustaban en el suelo. Ambas mujeres eran su desquicio, o era él el desquiciado buscando la obra, el trance, el color a media tarde y un motivo.

Terminó, apretaba su boca en gesto casi sonrisa casi sorna; sus ojos espías, el ceño fruncido sin descargar lo tenso, el cabello compulsado y las manos quietas; era un vigía entre la tela negra, los hierros cruzados del puente a su espalda y su piel un reflejo púrpura de aquel que atardece.

Miró el cuadro, la conmoción y el instante se tornó poderoso; la pintura constataba su cara, el puente, su pensamiento.


Pasados unos días volvió a buscar el cuadro que dejara en su huída, ahora lo tenía todo claro. Él había ido aquel día, decidido a pintar su muerte y tirarse desde aquellos hierros al río. La causa era la inesperada muerte de Cora que creía insoportable de superar. Después que se ahogara en ese río en un ocaso rojizo.

Esa noche al regresar conoció a Mora, tan vestida de negro como las moras y tan intensa como su ternura y desafío. La encontró luego de cruzar ese maldito río, donde se despidió de las muertes buscadas; y entendió que la oportunidad del negro es única por que hay uno solo, y ella era blanca desnuda como confirmación de vida de parto y mantilla áurea.

Sabía que las moras se comen al lado de la planta y que están unidas al mito de ser el árbol de los cambios, de la vida a la muerte y el nacer de otra vida, tal un gusano de seda renace de su alimento.


domingo, 15 de marzo de 2009

Jueves noche, junio, 1942









Hoy te la sigo diario. Dormí mucho esta mañana, el frío che!, te calaba en la catrera.

Calenté una olla con agua, y pa` mal, el destartalado fogón ahumaba, más loco que de costumbre, me obligó a trapearme todo el cuerpo y darle un poco a mis pelos con jabón blanco. Escasa el agua che!, me quedó pura gomina, eso sí con olor a Federal.

Pero el laburo es el laburo, me empilché con falda de percanta que la chamuya en el salón, me tiré el tapadito que me quedó de la vieja y a patear el empedrado. La pucha che, la sudestada llegaba hasta Pompeya. Ni un puto tranvía ni pal derecho ni pal revés, pasó.

Llegué al salón de baile más congelada que res en el frigorífico y acá (vos los conocés) si no te sacás el ropero que te pusiste encima, te rajan. A cuerpito gentil tenés que sentarte a esperar a los clientes.

Me encajeté en la silla y carajo! Me había dejado las uñas saltadas sin arreglar, bueno, que me toque algún chicato me dije; total milongueando todo es tan giro y tacos, mirada y apriete, que ligero quizás ni se ve. Además el encargado prende cuatro focos de los diez que tiene la pista, mishiadura dice ¡ che polaco, empezá con la vitrola! ¡A meta milonga!, le grité.

Para esto, yo ya estaba, que los pieces se me soltaban solos (vos sabés que el baile pa` mi, es el tata Dios clavado en mis pies).

No me vas a creer, diarito gomia, me distrajo de golpe del movimiento un tipo nuevo (pelo al medio, trajecito como heredado de finado); pero tenía ¡ un porte de varón con alas!

¡Zas!, el polaco, cambió y puso “Tinta roja”; ¡qué tangazo mi diario! Me dije este Cátulo se tiene bien merecido el apellido, hace un castillo de versos en los huesos. En eso che, una mano que se agarra de mi brazo; miro, mira: ¡el varonazo nuevo!

Ma` que uñas sin pintar y qué si la luz me las mostraba: me levanté y empezamos. ¿Dónde se me quedó el salón, el Polaco, mis compañeras con los tanos pifiando los pasos y el gallego del olor a ajo que cada tarde me insistía con “después del baile te cojo de la pollera y te me vienes”.

Disculpame papucito diario, vos que siempre me tenés la vela, ¿qué más te voy a escribir que no imaginas, che? (hoy no te tiro mis penas)

Cerró el salón, apagó la vitrola el polaco, el trompa apagó las cuatro luces. Y con mi varón nos perdimos mano a mano por cualquier empedrado de Pompeya.


La Negra.



lunes, 9 de marzo de 2009

Botellas de plástico














Avanza. Entre ramalazos avanza. La puna tiene sus chispas. Enciende rojos, abrasa, fascina tornasoles; llora muerte montaña abierta derrotada en dinamita; o levanta su piquete de empuje por reclamos de la tierra, en ventoleras que se llevan el manantial de los silencios. Así va Juan a poncho pegado, incrustándole los ojos una sombra en piedras negras.

Avanza, dobladas las rodillas, escucha la voz del hueco, resiste a la tiranía del viento. Lo juzga, le juega, le canta exiguo, lo conquista. Avanza. Se delibera.

Este golpe de atención de la ventisca, este eco entre los andes sin descanso, me repite que puedo, puedo; vencer el filo con que de chico me vienen matando en olvidos. Olvidos de respetarme aunque sea, nomás y mucho, un peón; omisiones de dejarme aletear sin hambre y levantar eso que llaman casa con la Juana a suma de mejor jornal y cero contaminado.

Ella, mi parte de costilla, ella mi dulce veta porosa, mi buscadora de aguas; es como una semilla de seda con un cascabel adentro. Ella viene detrás con el crío aún no parido, intento protegerlos de todo y de esta borrasca, por eso es que voy delante.

Avanza, el viento avanza y ellos no dejan de avanzar.

En un bajar de lomada, las rodillas ya no tiemblan, pueden sostenerlas erguidas. La calma hasta los sorprende, el chaparrón sin anuncio los envuelve, los bendice.

Ya llegamos mi Juan y el ventarrón nos ha dejado. Del envase de su vientre brota una vibración blanda, como si una crisálida bajara escalones del capullo.

A los pasos, el pueblo, tan escaso de medios; pero estar de parto es la causa de llegada y la comadre siempre está para ayudar aunque no lleguen los médicos con tormenta sin caminos de cemento.

La puna vuelve a ser roja al año que cumple la niña, será chayera como su madre, noble como nudos de madera igual a Juan.

Es febrero y es carnaval. La chaya los encuentra a todos, a los turistas también; a nadie le falta albahaca ni harina ni manos para juntar en esta su forma de no morir lo ancestral de su cultura.

Un cartel en la plaza, anuncia con humildad artesanías en venta y en letras mayúsculas aclara que lo ganado será para comprar agua mineral en botellas de plástico para nuestros hijos. En este pueblo la explotación minera a cielo abierto, contaminó la gran masa de agua natural adyacente.

Tenemos que avanzar…comienza a decir Juan a sus compañeros del grupo que formaron, cuidándose y cuidando a la pachamama, en desafío.





imagen : pachamama (integración Pachakuti,renacimiento,nuevo país,nacer de las cenizas,revolución)

domingo, 1 de marzo de 2009

Y ahora, conocelo


Perra de pueblo. El pensamiento de Juan puso ironía en este enunciado. Todas se desmadran, vagabundean, no se quedan en la primera querencia; necesitan espacio, rumbos. Son ariscas cuando su celo, eligen el olor de la yunta, cambian, arrastrando sus cachorros.


*Te faltó decir Juan que no los abandonan. Que saben matar su hambre por las suyas, que no son esclavas de nadie. Todo el pueblo las conoce y de fin hasta las respetan, casi como un pariente cercano que se extraña cuando no pasa y regala un beso en un cómo estás.

Mirá Juan que hoy estoy metida en el cuento y tengo ganas de debatir con el personaje, se me chumban los pensamientos. Yo pongo la tinta, prometo no influir sobre tus palabras.


- Me asombrás, no te hubiera esperado nunca en este terreno de mi coloquio interno, menos que interfieras en el texto de mi historia, de la mía, potencialmente mía. Soy yo quien existo adentro de este escrito.

Bueno, dije perra, y yo qué soy en esta sensación de doble de cuerpo. Llevo carne con hueso arriba de dos piernas girando la ciudad como un perro herido, me digo el olvidado, me maldigo y maldigo mayúsculas de otros, me altivo. Acarreo cerebro trabajando en revolución y destajo; sin conseguir encontrar mi puerta. Doble de cuerpo me señalo, humano y perro, asediado por bocinas y tropiezos; errante sin terminar de hallarme. Pero al fin ellas, sí, son perras; de jodidas, de engañosas, de irse atrás de los otros.


* Hay, Juan, qué me hacés volver. Perras de cría somos, que las mujeres tenemos aliento para empujar vida con uno sólo, Compañero que ría, hallado en sí mismo, que sin ofender quiera; luche y levante fijo techo en par de brazos con nosotras. Pero en esta metáfora de reino animal- humana raza que propone tu discurrir, hay entre ustedes más de un dogo con rehenes, sementales junta harenes y perritos falderos que nada pueden solos. No aceptan que somos una sana depuración de las violencias, hembras compañeras no rivales ni minúsculas. Entonces, sí, mejor ponernos las ironías y las culpas.


- Soy hombre y es mi género, no podés ir contra los mandatos de la especie; ni conocés mis causas ni respetas mis piedras.


*Tenés razón no las conozco. Me pregunto quién decretó esos mandatos, ¿no te lo preguntás? Pero sos el personaje, cumplo lo prometido, no interfiero, no te contradigo en tus diálogos internos. Quedás libre de mí.


El semáforo se puso en verde, Juan entre el alocable zumbido de la ciudad desafinada, se pierde pensando: perras de pueblo ellas ¿y mi tiempo cuándo? Perdón Juan, por mi última intromisión, le grita la autora desde lejos; no olvides que la mujer tiene la vida entre los pliegues de su género. Ah…y una cosa más: quisiera alcanzar un conocerte.




imagen de Página foto taller Chivilcoy - autor Daniel muchiut,serie la fábrica