martes, 11 de septiembre de 2018

A Frida






   
    Ella no cabía en su cuerpo ni en su cama. Volvió tantas veces a los clavos. No fraguo escenas de martirio, siguió con sus colores tatuados en la piel, en las telas, en su pelo. Se quemaron otras veces sus flores, su jardín, sus amores. Pero alguna vez llovía, en sus ojos, en el fuera, y la casa, el patio, sus labios volvían a ser rojos. 

  Nada de muerte sus dolores, una mueca, un verso, un grito al destino, a Diego; y brotaban cuadros entre calas de los otros, arañas prendidas a sus brazos. Y  las ideas de lucha, con el mundo, con ella, con las ruedas.

  Tus cejas no se fueron, estás aquí en las mujeres que te llevan.

mabel casas 



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