Una tarde, el Sietecolores, revolvía brazas en el fogón.
Lo miraba en ese andar como pegado a la tierra. Tendrá mi edad, me dije, y está tan gastada su historia cíclica como la mía.
Nadie sabe el nombre que le consta en el civil. Él es el fuego del chocolate, la alegría rosada del alba y la tinta indeleble de la palta; puro verde hierba y tomate asado.
Vibra en tonalidades, canta en tonadas, del granero al fogón, de la huerta a la huella. En el pueblo parece que en su mayoría nació con percepción torcida; lo ven hosco, gris y en pura sorna lo apodaron Sietecolores. Hay que pararse y dejarse escuchar las voces de su trajinar, les dije.
Y yo. Yo venía con años de conventillo, allá en Barracas. La capital, tremendo monstruo tamaño circo. Vengo hoy, llego y los colores
de este hombre me arden la mirada. La llanura de su paraíso me borra como una goma de banco de colegio; me sienta en la frescura fácil sin noches de café con bata de damasco y ese baile absurdo para ganarme el alquiler. No me tocan. Pero esas miradas empastadas de lujuria, contaminan mi origen de delantal con semillas en canasto, de ser hada mariposa revoleteando silvestres; entre el camino a la escuela entre ir a engordar cerdos.
Cerdos, los que me ahora me dan de comer.
Y siete colores, no me oís; pero me convencés. No vuelvo a Barracas.
Me siento. Bebo su reflejo en tornasoles que atardecen. Recuerdo. Escribía poemas, los perdí en el tren. Volveré al cuaderno en blanco, quizás un verso…más…
Intento
ante tus brazos mi boca
acosa
rasga tomates rojos
alzo y te propone mi mano
cercarnos
en un juego de encaje
una misa de cantos
y un paso de años juntos
sin dejarnos
morir solos
De pronto él se acercó, sin palabras, le extendió su mano y aquellos poemas, perdidos en el tren.
5 comentarios:
Un viaje al pueblo natal y dejar la sordidez de la ciudad...¡Qué bueno!
Que preciosa historia de amor la que nos has compatido, basta con estas líneas para el mejor e los guiones.
El encuentro del campo y la ciudad, del mundo ral y urbano, del sosiego y la locura, donde siempre vence lo que llevamos dentro del alma eso eldeseo de vivir en paz observando como bota la hierba.
Un abrazo
unaimagenpalabrasmil.blogspot.com
Qué buena historia! La descripción de Sietecolores, impresionante, encantadora, estimula todos los sentidos.
Este texto medio la impresión de ser una intro... No sé si la habrá, pero yo me quedo esperando el resto de la historia, y si no, volveré para leer una nueva.
Abrazo
Jeve.
A veces la comunicación se da tan así, sin palabras, y entonces es la más sincera... un embate directo, sin distracciones... al blanco. Lo primero, después lo otro: el rescate de los vicios de la ciudad por parte del pueblo, pero más que de él de la cercanía con la naturaleza porque el pueblo tiene eso de mirada superficial y es bastante frecuente. Si lo sabré! de ahí vengo. Pero uno sigue soñando ese retornar a la vida más simple, más lenta, más llana (y muchos dirán hosca?)
me encanta leerte!
A veces tienen que venir de fuera para vestir de siete colores nuestros tonos grises. Justo es que nos devuelvan a cambio nuestros mejores poemas.
Preciosos el cuento y el poema.
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