Pasa a las diez de la noche. Todos lo sabían. Pero Silvestre lo informó como si fuera la primera vez.
La lancha colectiva era puntual. Nadie se ocupó de él, como si no lo vieran. Estaba inquieto, parecía que nunca había viajado en ella, nunca trabajado en el astillero, nunca esperado a la misma hora.
Estaba transpirado en esa noche de invierno, la campera en la mano la mochilla en el suelo.
Cuando se acercaba al muelle saltó desesperado, su campera disparada se hundió en la cama del río.
En la soledad de los tablones de espera, una mochila huérfana.
No habló, sus manos apretadas, su cuerpo agazapado para dar el salto cuando llegara, casi pierde equilibrio, casi pierde la oportunidad de saber.
Corrió hasta la casa humilde sobre pilotes. La llave, la maldita mochila; el frío sin su abrigo. Caminó en derredor, un tronco le fue barreno, entró.
Todo fue igual a la imagen del delirio que esa tarde sufriera al caerle una viga de hierro encima.
En la casa un mujer joven igual a su madre, yacía en la cama entre un gran manchón de sangre, a su lado un bebé recién nacido lloraba desolado como si hubiera visto su propia muerte. Entró un hombre, tomó al niño, apretándolo fuerte le dijo…te nombro Silvestre como ella quería.
Con ojos inquietos, agitado, transpirado, el pequeño dejó de llorar.
No había nadie más en la casa. Y en el muelle nunca había quedado una mochila.
4 comentarios:
El final me sorprendió.
Febrero te trajo de regreso, bien...
Buenísimo, un verdadero círculo.
J&R
colombina
ta gúeno, que te sorprendiera el final,el desenlace lo buscaba.
febrero es mío!! no?
besos
J&R
gracias por ponerte a la par
también en el círculo
con tu lectura
besos al par
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