Es como el corazón de una flor amarga.
Un embelezo en el impacto de la mirada primera y después el choque. Al
acercarse. Un rancio adentro. Así Buenos Aires. Se abre anfitriona, con
historia, con carácter, con rincones fascinantes y carriles multiplicados; se
apodera de la sensibilidad. Habla al visitante, le presta sus propios recuerdos
olvidados: brillo en los carteles, música libros en bateas, soledad en cada pie.
Los últimos empedrados peleando conservarse, como sus ferias artesanas o vidrieras
de antigüedades. Y el tango perdiéndose en los tacos gastados.
María lo sintió así al
recorrerlo, mil veces desde que llegó; de callejones a pasajes, de Corrientes a
Recoleta, del sur del norte. Divisibles rubros sociales apartados. El río de la
plata siempre la atrajo, con el murmullo de no ser mar; pero contando lo que a su
cause llegó, cundió, contiene contamina
y avisa. Y se fascina con músicos callejeros y los “locos” que ya han
bajado su banderita, pero exhalan un fuerte olor a rotura de cuerdas de la vida
y enseñan. A veces en esos instantes, la alcanza aún el tango.
Por tanto caminar fue
viendo también el eje enflaquecido y el ajenjo que despedía la indiferencia
sobre él; a los bultos oscuros de la
noche, al reino de las basuras varias. Impiedad que le fueron endilgando desde
el poder de turno. Era la capital de un país; ahora parecemos un país sin
capital federal; a Buenos Aires lo visten de auto erigido en “me importo yo que
te gobierno y unos pocos que pretenden quedar y repetir la élite de “tirar
manteca al techo”.
El alcalde. El rey. El
empresario. La alta sociedad privada que priva compartirla.
La entidad ciudad no tiene la culpa, ella está, es nuestra es de ella misma,
estoica, resistiendo, llamándose a preservarse sin suicidio por ajenos. Es del
país completo su cara receptora, es independiente sin dueño, en tal caso los pueblos
originarios, los próceres de mayo, los anarquistas de principio de siglo, los
docentes de la carpa blanca, las madres y abuelas del pañuelo blanco, los niños
de guardapolvo níveo de escuelas gratuitas son pasado y futuro que deben
compartir con Buenos Aires junto a todos. Por eso María trabaja como
orientadora social, su educación familiar en el conurbano, la habilitó; por
recibir de chica el amor a los demás, la igualdad de oportunidades, el esfuerzo
propio, el respeto por la dignidad, sin
tener el peso de “cuanto tenés cuanto valés.
En las afueras, el arrabal,
no aquél de los malevos de Borges. Un mundo diferente delegado, imposible de
verlo, crecido en malestar, desidia, “trabajo como puedo” angustia irreparable;
dejado crecer “por sin planos”. Otra capital otra lengua. Buenos Aires es allí un
león herido un muro de los lamentos y frontón de entrenamiento, un foco para
negocios al paso, un culto de sapos hirviendo. Un cultivo para el tesón del
trabajo o el horror como mano de obra gratis para iniciarse en adiciones,
delincuencia. Renegación y consecuencias. Esta es la estrategia del poder, dejarlos, no
incorporarlos a la ciudad, la excusa perfecta de que fastidian, los diferencian de esas clases medias altas.
Inventadas solapadas a pertenecer para crecer.
Ahí vive Pedro. Es un
referente positivo, su familia llegada de Jujuy, no encontró la panacea
ilusionada, el y sus hermanos muy chicos; luchan desde entonces estudiando,
formando grupos de reflexión en los adultos y deportes en los más chicos, es
coordinador, clown, director técnico y futuro ingeniero a largo plazo. Trabajo
y facultad estiran los tiempos.
Ambos jóvenes se conocieron
en las caminatas de ella, conocieron sus actividades y pensamientos, comenzaron
una intensa amistad.
El pasaje de la Piedad en la calle Mitre, cerca del congreso, impactó
a María desde afuera. Una rejas invitaba a pararse y mirarlo, otro estado
paralelo dentro de la urbe, a la entrada de la calle interior había un cartel
que decía “entrada de carruajes” rogó permiso para ingresar, entró…
Pedro hacía tiempo por sus
estudios que quería conocer la arquitectura de ese lugar (frente a la Iglesia de la piedad),
entre el barroco italiano y un aire parisino, construído entre fines del siglo
XIX y principios del siguiente. Encontró una entrada de calle interna con el
cartel “salida de carruajes”, con la credencial de la universidad le dieron
permiso, entró.
El pasaje invita a sosiego, contemplación y
belleza. Faroles, canteros y jardines hacia el fondo, donde gira en U para volver a salir a Mitre; en ese clima
mágico de retroceso temporal de Buenos Aires se prepara una boda, es sábado 20
de febrero de 1912. La novia baja las escaleritas del balcón de entrada a su
casa, se llama María, por la calle empedrada
camina hasta la salida para cruzar a la iglesia, su novio Pedro la
espera al girar el camino. Los habitantes del ese lugar participan de la
escena, ellos realmente disfrutan el espacio que el tiempo amable les propicia.
Un espectáculo de ficción parece, pero es real.
En otra dimensión, los jóvenes
salen de visitar el pasaje, sorprendidos se encuentran a pocos pasos de ambas
salidas: se cuentan que no saben que les sucedió adentro, todo era claro,
amaron, vivieron una vida, sintieron la alegría sin discriminación de los demás.
Flotaron en el espacio que les regaló un pasado. Ahora están aquí de nuevo en presente, nunca había
surgido entre ellos el beso de boca, el lugar los acercó a la confesión y a
prometerse, pasionalmente sin tules blancos se anoticiaron que se amaban.
Seremos futuro se dijeron.
Cruzaron la calle, iban
entusiastas, embelezados en el descubrimiento, no vieron las corridas, ni
escucharon los gritos, balas robo, ladrones, comerciantes y policias armados; peligro inminente para los
transeúntes. Gatillos fáciles sin control de la vida. Error de cómo se vive, como
se mira, como se gobierna, como se defiende, como se muere, como… a pocos le
importa…
Abrazados, cayeron,
involuntariamente acribillados, arbitrariamente no cuidados. La crónica de ese 20
de febrero de 2012 en los diarios, decía fue un espectáculo real; pero parecía
ficción, de pronto la pareja alcanzada por los disparos cambiaron el rojo de la
sangre por una vestimenta de boda, pura y alba ella, digno y traje oscuro él; de
la mano unidos tras un bandoneón que arrastraba lágrimas, de los pocos tangos resistiendo
en Buenos Aires.
6 comentarios:
No sé si realmente se trata de un hecho que sucedió en realidad o es ficción. En cualquier caso, me pareció un relato exquisito, delicado, precioso, Mabel.
Posees un algo especial en tu forma de juntar letras, muy personal, mágico.
Mis sinceras felicitaciones.
Un abrazo, amiga.
fernando
el hecho es ficción, pero podría haber sucedido en ambos tiempos no? nadie lo sabe , pero las cosas sabemos que suceden, tanto lo bello como el horror
el lugar físico, es real.
gracias por sentirlo así, mágico; como leí en tu blog, uno tiene su modo de escribir,estoy de acuerdo
este es el mío; luego llega al lector que tiene el derecho de sentirse parte o no
abrazos
Buenos Aires, sus contrastes, su belleza y su oscuridad, magníficamente retratadas con prosa sensible y reflexiva. Historias encadenadas, frustraciones, paisajes repetidos y contenidos en un texto memorable.
El pasaje de la Piedad, la Iglesia, el padre Enrico. Tu relato me llevó a lugares y personas de otros tiempos. Tiempo de infancia y de conocer a Buenos Aires de la mano de mi padre.
A esa Buenos Aires mágica, con sus luces y sus aromas que recuerdo con nostalgia.
GRACIAS por volverme a la niñez lejana.
catalina
gracis catalina, tus comentarios son geniales miniprólogos del texto!!
un abrazo enorme amiga
colombia
me sorprende como podés desprenderte del nudo del cuento, y situás en el espacio y tiempo en que el lugar se presentó a tus ojos
gracias por darle al cuento, una vuelta más interior que despierta
besos
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