Celesta, cerrados sus ojos,
su boca placiente, el vino cerca y Enrico lindante. Lo tiene en el cuerpo, lo
drena, lo escalofría en derredor de su desnudez sentida. Le suena Paganini,
metido entre esos árboles y el pasto verde que sostiene la mesa, se apoya en
ella como en las sábanas de anoche.
Que importa su vestido negro,
largo y recatado, su viudez inventada allá en Génova, donde el cónyuge designado
la dejara sin palabras. Por eso huyó no sabía que era vivir un violín ni esa
sonata N°6 que arrullaba, que arrulla que descubrió cuando se redescubrió
sintiendo, volando un sexo desconocido. Explorando, siendo explorada.
Lo sorprendió, sí, Enrico no
esperaba esa mujer, ni ella. Lo incitó a sagrados altares detrás de sus
cuerpos, los adoraron, los lamieron, los dedos y los labios cómplices; Paganini
en la fonola. Se miraban y gozaban sin dejar de flotarse en un espacio que
ahora rodeaba la mesa, que ahora sonaba violines. Luego el acto de amor
medieval, renacentista, modernidad de género. Concierto de violín y viola en el
hueco genital de hembra, Paganini y ellos en sueño de oro.
Ahora, la mano sobre la madera,
la mesa es cuna de instrumentos, sabe que volverán al viaje, que se despedirán
en medio de ese campo surcado de música con sabor a uvas y orgasmos. Pero
vivió, reconoció, la forma de ser de un hombre y él de ella. Mutuos. Entregarse.
Se acercó Enrico, su aura
era de cuerdas, de madera áspera como el vino y tersa como la del violín, se
oía, se abrazaron entre mesa y botones sueltos, no más vestidos negros, dijo
él, y la vistió de encajes con linos blancos pura brisa y movimiento eterno
como la sonata.
Esa mujer que sube al tren a
fin de siglo, no es aquella cuando se casó niña sorprendida por un hombre
esposo que la tomó vestida en una furia sin amor ni sabiendas que la espantó
entre sus bragas puestas.
Celesta entra al año 1900 de falda a media
pierna, segura de que hoy sabe que valor de goce tiene su entrepierna y que los
violines tienen el vigor del árbol fuerte esperándola en su concierto; por el
tiempo que le queda.
imagen :
Annie-Leibovitz-black-and-white13
2 comentarios:
Despertar de la mujer y del nuevo siglo, precioso.
colombina
despertamos, ahora estamos en otro siglo y no queremos dejar el empeño,no?
besos
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