Entraban a ese galpón mugroso de madrugada.
Ahora ya es de noche, el hombre apagó las
velas, todas se sobresaltaron. Deberían estar acostumbradas; pero el miedo no
cedía. Con voz de mando les dijo terminó el trabajo, sin luz no veo donde puse
la paga, mañana veré. Asegurándose cada día que al otro vendrían y que en
sombras no se llevarían las valiosas piedras sobre las que torturaba con sus
gritos por pulir, engarzar, enhebrar, contaminarse.
Salen a tientas, a estampida, a buscar sus
casas lúgubres pero con familia, algo caliente y unas lumbres de leña. Eran
niñas, todas.
Indira y Aisha, son hermanas, de la mano
con sus 7 y 6 años; van pensando en madre, que espera las monedas acuciada por
el fin de los alimentos que intentaba estirar. Padre gana en mínimo, trabaja en
máximo.
Comen todos caldo de raíces y algo de
leche, gracias a la cabra.
Rutina del día siguiente, ensoñadas, con
frío. Visten mezclado, abrigos dádivas occidentales, con algunas polleras
étnicas que cose la madre, de una gastada suya hace pequeñas. La tradición y la
identidad, es necesidad espiritual, un contenerse en el vestir y mantener
pertenencia a la historia ancestral colectiva.
Llegaron. A puerta clausurada, el hombre las
esperaba afuera. Hoy no se trabaja, mi mujer está a punto de parir, les tiró
unas monedas y las corrió desesperado por irse. Mentira. Un ejemplar
clandestino como ese, no deja de producir y ganar, por sentimientos y menos por
su mujer. Para él, conservador de superioridad de género y de creencias
antepasadas, las mujeres seguían siendo invalidadas como humanas, eran desde el
nacimiento consideradas como entes de oscuridad e infelicidad, sólo la
obligación de servirles sin voz propia.
La causa entonces. Le
avisaron que vendría una inspección por el trabajo de menores. Se repite en el
mundo la coima y el aviso de algunos funcionarios.
Por eso a los varones
infantes que empleaba, los apuraba a látigo, para que cargaran las mulas y
sacar todo indicio de lo que allí se hacía, nunca hubo controles por aquí, algo
esta cambiando y no me gusta, pensó. Y siguió a fusta endurecida con los
animales.
Tan mansas las mulas, tan
animales de carga, tan empacadas a veces, tan justicia, Se desbandaron, le
pasaron por encima, huyeron y los niños también. Hay coces mortales. “No hay
patada peor que la de mula mansa”
Qué fiesta, las dos caminan
sin apuro, sin espanto, sin saber lo ocurrido cuando se fueron; llevan las
monedas a su madre. De lejos vieron despedirse en abrazo cálido al padre que
regresa a su fajina. Eran felices a su manera, se respetaban, se ayudaban. Él
algo sabía de letras y de historia, por eso nombró a su primer hija Indira,
primer ministra mujer y defensora de la independencia de este, su país. Soñaba
con el mundo igualado, que acercó al pueblo aquel luchador que le contara su
abuelo: Mahatma Gandhi.
Las chicas, cuentan lo
sucedido a madre y salen a jugar, por fin el sol es para ellas. Juntan
semillas, piedrecitas arcillosas y se hacen pulseras y collares, Enhebraban
colores libres lejos del tugurioso patrón. Lucen bellas en su propio tiempo, el
que les pertenece: al fin infancia. Recogen flores y pastos que parecen
mariposas, aunque el paisaje es árido, hoy tiene el aura del descubrimiento.
Cómo será la India, pregunta la más
pequeña, la otra le respondió: Ésto es India. Este lugar también, gritó Aisha
asombrada.
A la mañana siguiente,
supieron los sucesos en el galón mugroso. A los pocos días se acercaron
errantes, las mulas con sus cargas, a las mínimas casas alejadas; donde vivían
los niños. Buscaban voces, calor alimentos y una natural vida animal.
Nunca les sobra el dinero;
pero van aprendiendo a trabajar en comunidad con el regalo de las mulas. Los
hombres con sus hijos van en principio a vender collares y brazaletes. Las
mujeres reciben de sus hijas el arte de jugar, jugar ahora sí, enhebrando,
engarzando creando arcoiris de pedrería. Devuelven las gemas preciosas que
pertenecían a la tierra, y usan solo las humildes luces que se encuentran
diariamente en los caminos alejados. Con las ganancias comprarían telas,
venderían polleras con vida e historia, en Nueva Delhi. Así revelan cómo viajar
a la ciudad, y el puedo de la firmeza propia.
Planean conocer letras libros números y
avanzar. La pobreza por ahora no cambia demasiado, pero están revividos en
ellos, no pasan hambre. Y aunque no sea para siempre, hoy y mañana será la
meta, cada día.
Alguna semilla brotará en
esa tierra yerma.
imagen: Ahmad Masood-reuters-nueva delhi
6 comentarios:
La justicia a veces no es ciega.
colombina
bienvenida sea, cuando no lo es!
gracias por la visita
besos
La miseria humana
un relato tan bien escrito
que desgarra desde adentro
ya que no podemos hacer nada
mil besos
Dejas una excelente semilla con tu publicación.
Un abrazo y me alegro visitarte.
recomenzar
gracias por tu sensibilidad y tus decires sobre el escrito en sí
creo que desde nuestra palabra diaria y de cómo nos relacionamos y trasmitimos nuestra mirada y pensar sobre tantas miserias e injusticias humanas, algo podemos hacer sembrando semillas en la reflexión de los demás algo trascenderá algún día, los vrotes tardan...pero...
ricardo
gracias, es mi idea, sembrar sembrar
las cosechas serán para quienes nos sigan
cariños
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