La historia de las artesanas
de la vida. Pasa cíclica. Pasa sometimiento violencia y alguna vez habría sido
matriarcado.
Ellas son la tierra, el aire,
el reino de la hembra madre, pubis y alimento. Ellas trabajan, producen, escapan,
ríen y lloran entre la lucha ancestral de no morir en la hoguera, de libertad
de género, de no ser uso, muñeca muda, venta o cuerpo en femicidio.
María no puede más con sus
pies, amamanta su beba, lavandera y limpieza para afuera y para adentro Tiene
miedo, tiene golpes amoratados en el cuerpo, tiene coraje de hoy de enfrentarse
con la denuncia y con las tantas indiferencias que se encontró a voz alzada en
la oficina policial. Algo logró, se venció a la mujer aterrorizada, se rebeló.
La silla de su casa la recibe desplomada de cansancio y de adrenalina, no fue
fácil. Su niña llora, deja su bolso, prepara su pecho y la alza, Momento
sublime de comunión, ambas. Un golpe en la puerta, brusco, saltan las llaves,
rompen los vidrios, asoma la mano del terror la ira. María ahoga en el instante
mientras escucha que alguien se interpone. Sigue la artesana apretando su niña
suavemente, canta una nana, ella ya hizo lo que debía hacer. Brota la leche
mansa y espera…
Esta casi niña, es Jiang,
apenas hacía ikebanas, apenas comenzaba estudios profundos, apenas juntaba
arroz, apenas despertaba con su honorable familia a la adolescencia. Pequeño
pueblo, nada fuera de un trato colectivo de cariño de sus gentes. De noche,
una, se produjo la invasión del lejano consumo perverso. Varias y Jiang fueron
atrapadas, despojadas del pueblo. Mafia de trata, otros países, golpes,
amenazadas, encierro, ropas mundanas pocas, prostitución. Tiene un dolor de
injusticia y letargo. Tiene una revolución muda de escape en su interior. Tiene
miedo de muerte, Tiene asco. Pasa las noches haciendo correr agua por su
cuerpo, siempre se pensó río, luego se sienta en la única silla y no puede
encontrar el plan. Pero hoy le creció la rabia, rompió vidrios del sexto piso
donde la guardan y venden por hora, se arrojó. El viaje fue tan largo, tan
corto, no sabe si aún vive o está volando al encuentro de sus antepasados.
Entre el gentío amontonado, alguien dice o esperanza: respira…
Eleonora, hizo un master de
informática, la gran ciudad tiene muchas oportunidades, que suerte haber nacido
aquí, se dijo siempre. Completó cientos de formularios de ingreso, presentó sus
títulos, al fin lo logró. En el cubículo de una inmensa jungla de ellos y
computadoras, es un número, una marioneta corriendo la web, los pasillos, el
café barato. Emprendió el afán y se dio cuenta de la escalera trepadora, de las
sierras, de la avidez, de la competencia entre mujeres y hombres. Sus ingresos
y posibilidades de ascenso, supeditados a la primacía de lo masculino. Sus
jefes en abusos y acosos, total sobraban postulantes para su puesto. Hoy
llueve, el viento le grita a su pelo, empapada llega tarde, todo inundado, los
micros no paraban recurrió al subterráneo que apila laboriosos apurados, Podés
ir a tu casa, ya te descontamos el día. Se sentó mojando su silla, se paró en
resorte, gritó todas sus mierdas recogidas en esa oficina, asombró a compañeros
y superiores, nadie osó refutar. Se fue y antes de llegar a la salida, oyó un
aplauso cerrado de sus compañeras. Muchas quedan pensando en el tajo artesano
abierto…
Sus antepasados, habían sido
esclavos, afroamericanos, robados de su tierra. Shaira siempre desafiante, en
pié, con el orgullo de la raza y la dignidad de mirar de frente en igualdad. No
pensaban lo mismo, a pesar de los discursos sus compatriotas blancos.
Discriminación con máscara, igual discrimina. Estudió diseño de indumentaria,
difícil para abrirse camino con su color; pero la hipocresía hizo que estuviera
de moda lo exótico. Sus logros, verdaderas artesanías, pura poesía con el color
y el sabor de la naturaleza africana comenzaron a ser buscados. Hoy encontró al
llegar su local destrozado con escritos chorreando tinta y racismo, ofendiendo
su raza, instando a que desista de ser exitosa, ya que los negros no merecen ni
pueden estar en paridad de clase. Levanta una silla, no se sienta, en paridad
de tribu junto sus amigos y vecinos de diversos colores y procedencias, todo lo
reparan. Las cámaras de su local marcan los responsables, sus abogados se
ocuparán del juicio y los diarios hablarán de ella, sabe que no la vencerán sus
genes apuntalan…
A Evelyn los días le sonreían,
bella, rubia, buena dote, hasta que conoció a John. En principio un noviazgo de
Disney. Después una relación de “Atracción fatal”. Él empezó con los celos, con
las adicciones, con obligarla a seguirlo, con robarle el dinero, con
machucarla, despreciarla someterla. Le pudrió la autoestima, la lanzó a la
calle a servir a la noche y a los hombres. Hoy John compró un arma, la nota
desahuciada, rebelde hasta los bordes de los abismos, ya no le sirve, pero
tampoco le servirá a nadie más, es suya. Ella regresó tambaleante, demasiadas
copas, demasiados caminos aplastados atrás; abre la puerta encuentra su mejor
trabajo artesano en arcilla destrozado y un casco de bala entreverado. El
instinto, él no quiero más, la rabia, el dolor, su cuerpo malgastado debajo del
glamour de sus ropas lo enfrentan, el apunta, ella se le abalanza suena un
disparo. Ella lúcida, altiva sale al aire libre sin llevarse nada, sólo la
silla que era de su abuela cómo buscando vientre donde parirse de nuevo…
Las mujeres se parecen en algo
a las sillas, contienen, resisten, se reciclan. Provienen de manos artesanas y
lo siguen siendo. Entre lo descascarado del mundo, un anticuario las cuida como
tesoros relucientes y activos. Ellas continúan luchando por cuidarse, perdurar
empuje y gritar que no se venden, a diferencia de las sillas.
imagen: 2 Mar Jacobs by Annie Leibovits for Vogue, enero 2012
1 comentario:
"Ni una menos"
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