Ella no cabía en su cuerpo ni en su cama. Volvió
tantas veces a los clavos. No fraguo escenas de martirio, siguió con sus
colores tatuados en la piel, en las telas, en su pelo. Se quemaron otras veces
sus flores, su jardín, sus amores. Pero alguna vez llovía, en sus ojos, en el fuera,
y la casa, el patio, sus labios volvían a ser rojos.
Nada de muerte
sus dolores, una mueca, un verso, un grito al destino, a Diego; y brotaban
cuadros entre calas de los otros, arañas prendidas a sus brazos. Y las ideas de lucha, con el mundo, con ella,
con las ruedas.
Tus cejas no
se fueron, estás aquí en las mujeres que te llevan.
imagen:pinterest
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