El agua le llegaba al cuello, literalmente cierto. Encajada en ella; Nicolasa Juárez Aguada no sentía nada. De pronto en la casona
De la vivienda salían gestos y crujidos. Cuatro ases de barajas se acercaron a sus labios como incitándola al azar, al todo o nada. Al minuto en que cayeran los cuadros de aquella familia española que ofuscadamente abandonara todo porque su padre amaba y vivía con una originaria de la tierra.
En el bosque de pehuenes, Pedro, al pié de la cordillera del viento; tenía al fin un día dedicado a su interminable pasión de visionar. Llevaba bajo el brazo unas cuántas hojas, un lápiz en el bolsillo y un libro de García Lorca. El loco poeta quizás era, no el loco hachero como le decían. De ascendencia incierta, no hablaba con casi nadie desde que medio niño aún, bajara de un barco en soledad. Sobrevivía de sus brazos y hacha vendiendo leña, resurgía de sus manos y tinta en noches cansadas; amando la gigante floresta, corajeando en poesía, conociendo comunidades nativas que lo asombraban en su comunicación con la naturaleza.
Algo aprendió de ellas. Por eso percibió el miedo de los árboles. Se iban avisando unos a otros, el agua del río barrió sus raíces en segundos, apiñados, fue batalla sostenerse. También Pedro. Logró a tiempo subirse en lo alto de un pehuén, desde allí asiendo sus cosas, no supo cómo se encontró escribiendo en equilibrio. Desaforado, trasladado al trance del entorno, vio y escribió excesos de ese todopoderoso espectáculo gris, ahora callado.
Aquella casa se derrumba, emergiendo se están yendo sus paredes; escribía, es como si las maderas se estiraran no queriendo desertar del maridaje, esa casa se amaba entre sus cimientos. Se fue. Queda solo algo boyando en medio de lo que fuera hogar y fuego.
Pasó la noche aterido, parco sol amanece y el agua apenas ha bajado. Algo caliente se debe, aprieta sus papeles, se desliza, empapado hasta las rodillas observa la boya de la casa, sigue ahí. Dónde se fue la casa. Sólo un hueco nada, la denuncia inundado. Se acercó. Impresionante cara la de Nicolasa adolescente, rodeada de plumas y flores, una mariposa viva en sus pelos mojados ¿y ella?
Corrió como pudo, le gritó, la movió; la sacó la posó en un claro de piedras. La mariposa sobre ella, los poemas debajo de su brazo.
Diez años después, una escuela de la población mapuche, homenajeaba doblemente a Pedro por ser hachero preservador del bosque, talaba lo que desgastaba el viento y ayudaba a continuar creciendo sano. Aún no bajaba sus brazos y regalaba leña para el calor de los niños. A la par presentaba su primer libro de poemas “Chapa y pintura (formas de renacer)”.
La directora de la casa escolar, justificadamente conmovida; con dificultad para mover su brazo izquierdo (producto de un congelamiento de tiempo en un desborde abusivo de las frías aguas del río) comenzó su aplauso y tanto fue acompañado, que desde las aguas del Agrio y las copas de los pehuenes; el sonido fue tambor mensaje de que aún con el agua merodeando el cuello y la soledad de un pájaro allá en la cresta verde, con su fuego de leña y letra: la vida puede agrandarse y ser escuela, yunta y cría. Como Pedro y ella juntos, lo habían logrado con sus hijos y sus libros.
6 comentarios:
MUY BUENO,RECORDÉ VIAJES SUREÑOS Y LAS POESÍAS DE DON MARCELO BERBEL A SU PATAGONÍA Y SUS RÍOS:"LA BRUMA MAÑANERA DEL LIMAY..."
Una belleza de cuento, Mabel!!! Me encantó, che, me encantó.
Abrazo
Jeve.
Hola Mabel,
Yo andé un poco distante del mundo de los blogs, pero no he perdido tu dirección, porque me gusta muchísimo como escribes, como tus palabras logran envolverme en tus cuentos y el sentido que das siempre a elles, como una reverencia a la vida verdadera, a la gente verdadera...
Hoy he regresado y ya leído algunos. Sí, me gustan mucho.
Y te dejo mi saludo en este, porque puso rocio en mis ojos.
Un abrazo,
tania
gracias amiga lejana!!
por volver
por saber de vos
por la emoción
abrazos enormes!!
anónimo
gracias por leer y evocar
jeve
buena!! si te gustó!!
gracias
cariños
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