Barro, dentro de las lluvias. Sapos conjugando un paisaje de silencios.
El carro y doña María.
No se oían entre tantas
cortinas de la naturaleza, ni las ruedas girando ni los cascos del caballo.
Ella hablaba con ella, adentro. Tenía que llegar como todos los días, sea con
la ropa mojada, sea con los rastros de la gripe y del salpique. Limo pegajoso
en lo profundo de cada huella. Tal, el ir viviendo.
La fonda lucía desolada por vejez
y por temporal, pronto llegarían las chatas al tiro de cuatro equinos (viejos
síndicos de circo rutinario sin ècuyer). Como todos los santos días venían de entregar
los tarros con leche fresca, en la estación. El tren no espera. Eran esos
tiempos en que por las vías viajaban a raudales los pasajeros, los comisionistas, los viajantes, las
encomiendas, lo trabajado en sudor de tambo de cría o de cosecha.
Llega tarde, la voz del
patrón la sacudió en su apuro de ponerse el delantal y empezar con su obligada
misión de cocinera. Siete hijos, unas pocas hectáreas inundadas que apenas el
marido con sus hijas mayores andaban chapoteando para no peder el poco maíz que
dejaba usarse. Las chicas hacían de todo, arreglaban su ropa cada año para que parecieran otras,
iban de la abuela poderosa a buscar las migas del cajón del pan, (las herencias
y las regalías de inmigrantes italianos solo pasaban a los hermanos mayores
varones) María era mujer, nada le tocó. Juan, el padre, provenía de una familia prominente;
que perdió sus recursos por invertir en Europa, con la primera guerra mundial,
todo se expropió nada quedó. Juan era varón, pero sólo subsistió en la lucha
entre la tierra no había nada que heredar ni nada tenía. La pareja pudo ser
menos humilde, pero sus antecesores corrieron las apuestas. El que venía a
poblar el país a sugerencia de Sarmiento, cumplía, pero su terruño era su
confianza y la promesa de regresar. Así el progenitor de Juan invirtió en su
Italia y murió de digusto. Nadie regresó.
La cocinera regresaba muy
tarde a la noche, ella y su carro cansados, en el rancho de barro esperaban con
el mismo agobio de trabajo; pero la mesa puesta el mantel que no faltaba y la
jarra del agua de la bomba. Poca comida
inventada con el arte de usar, lo que los cayos de las manos lograban
junto con el surco. Se olía amor de juntos.
Corrieron trenes, clima,
años tragedias y bodas. Cada hijo su vida su distancia.
Y de golpe otra vez el
exilio, la Capital
y Perón eran el promisorio jornal, que el campo no daba para los peones. Los
hijos los trajeron, una huerta y la cocina eran lo único que los unía al
pasado. El abuelo y los conejos, la abuela y sus ravioles, eran el cobijo de
los nietos de una familia grande, obreros de la gran ciudad. Llenos de utopías
por conquistas sociales y laborales.
El tren no espera, y ni
siquiera ya pasa por aquellos campos de hinojo y bichitos de luz. Los bisnietos
corren entre utopías deshilachadas, separaciones, rastros de la dictadura que
sufrieron sus padres, y algunos, solo algunos vuelven a buscar lejos tierra
para huerta o morir de amor por la cocina y los hijos.
Si, el tren no espera,
deberían saberlo los que todavía se llevan sus ganancias de esta tierra a los
paraísos fiscales, y creen que la vida es sólo tirar manteca al techo, mientras
los demás trabajan desde todas sus generaciones habidas y por haber. Sosteniendo
la tierra bandera, que pisan sin excepción todos los pies.
6 comentarios:
Hago uso de una frase de Chaplin que colgué en el blog recientemente:
"La vida es una obra que no permite ensayos. Canta, ríe, baila, llora, vive intensamente antes de que el telón baje"
Y es que, efectivamente, el tren no espera. Muy buen relato, Mabel, de los que obligan a espabilar el alma. Un abrazo.
La emoción me invade. Es un magnífico relato. ¡Y tan cierto!
fernando
gracias por la frase de chaplin, es exacta para este tema
gracias por dejarme sentimiento en el comentario, me dice que algo trasmite el cuento.
besos
catalina
gracias, me emociona saberlo!!
y tan cierto, como que estoy adentro!!
abrazos
¡Cuántos recuerdos! Muchas historias parecidas, muchas luchas de inmigrantes que no pudieron "hacerse la América", sólo lucharon y nos dejaron enseñanzas de dignidad, que no es poco.
colombina
claro que no es poco, ahora están incorporados en nosotros, ya no son recuerdos, son sangre y sentimiento propio que nos legaron son parte de nuestra memoria
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