
Era la siesta. En alborozo de sentirse libre. No importaba el externo calor, ni las pocas sombras, donde el revoleteo de moscas hacían causa común con nosotros. Volar el momento. Llenarlo de juegos sin nada, sólo con la fantasmagoría infantil la tierra el agua y entidades desparramadas utilmente viejas, desahuciadas por los grandes.
Momentos de verano en campos de Chivilcoy, ciclos de siega y trigo en madrugadas y atardeceres; entonces cómo no iban los adultos a necesitar sosiego de siesta. Un instante en la memoria del saber las manos al hombro haciendo trabajo a pulso sin tecnos monopolios de la tierra; encuentros de parentaje, jornal y esparcimiento en compartido.
A la prole le dan la fiesta de la hora más sofocante, el permiso de excepción a dormir. La causa: nosotros. Que veníamos de la ciudad de fábricas y obreros con goce de vacaciones. Y hermanos con hermanos, familias con familias; volvían a sentir que no había distancia. Hasta a veces de noche ellos también se volvían chicos y jugar a las escondidas nos encontraba risa conjunta entre las sombras.
No había miedos, nada lo causaba; así en las siestas amasábamos barro. Placer ancestral de las texturas. Incapaz de cruzarse son ese elixir
de amase contaminado. Condena hoy, del glifosato. Conjuro real, de temerle a los sueltos de locura en síndrome de trata, violación o secuestro.
Bajo los pocos árboles de ese monte ralo, alejado de los cuartos; condición era de los padres alejar las risas de su siesta. Nacían cacharros, personajes los castillos y las tortas en viejos tazones enlozados aún coloridos, entre su descascaraje medio enterrados en abandono. Qué historias tendría cada uno. A nosotros se nos presentaban como tesoros de la tierra Llenábamos el té imaginado de manjares térreos, adornados con flores celestes de navidad; que en honor a la cocina surrealista, cosechábamos de los jardines de la casa.
En cuadros como ese, se olvidaba la odiosa siesta obligada del lugar urbano; donde los pequeños en la calle solitaria por la canícula eran custodiados en la casa a la vista de los progenitores, poca libertad permitía el cemento; por eso en paisajes como aquel se grababan las huellas de una infancia que nada tenía de cruel y que aún se respiran de adultos. Se prendía un aprendizaje amplio, lleno de vivencia mágica y de progenitores laburantes, con espacios de descanso y frondosa tenacidad para saber qué es libre; pero laboriosos cotidianos y preservados de identificarse con los años, a los monstruos humanos que hoy acosan vulnerando.
imagen: "a la sombra"(solá) de ruiz de la casa