lunes, 13 de febrero de 2012

La deuda










Un poco más. Gritaba Micaela con su vientre blanco.

Mucho calor y la protesta comenzaba a quitarse remeras y pudores.

Resistían. Entre empujones. Qué importaban mujeres en corpiño y hombres de torso desnudo. Valía el corte de la ruta, el impedir que siga la minera a cielo abierto, a venas de cianuro filtrándose en el agua rematándola y muriendo en bocas explotadas la montaña.

El pueblo morirá con ellos dentro, con sus bocas también abiertas por un hambre tóxico. Resisten la represión. Resisten por respetarse. Por preservar.

Por ser ellos y uno la piedra, los montes, los pájaros, el río, sus hijos y el puro viento.

La mayoría son de tez oscura y curtidos por el sol, la altura y el jornal en cada surco. Parecen al sacarse las ropas, pintados de lucha. Blanco en la parte del cuerpo que nunca se solea. Ahora se juegan en la intemperie, ante la intemperie de quienes resuelven,adjudican, permisionan. Parecen fantasmas del pasado, que se levantan de sus antigales andinos.

Vienen como entonces a demandar lo suyo. Las voces aumentan a la par, estos los del corte, aquellos los ancestros; reclaman conservar la mística

tierra, que como hermanos, se dan de comer mutuamente y aún les pertenece. Todos saben cuidar.

Un suelo de tumulto, un tumulto de humanos en el suelo, gases, disparos , detenciones.

Un poco más grita Micaela. Y ya los amontonan en un carro policial… No les daremos la licencia social para seguir…mascullan entre dientes dejando como un golpe regueros de esa frase haciendo eco en la montaña.

Abuela. Abuelo. Hincada ante la luna Micaela convoca.

Esa noche una hilada de tribus originarias, íntegras invulnerables; descienden del camino del inca, ascienden desde los valles calchaquíes. Intactas, aún no conocen la conquista ni la voz del evangelio; que arrinconen sus predios, su cultura y sus creencias. Parados frente a los socavones estallados, el Círculo. Bajo la luna silenciosa emerge pachamama.

Todo se cierra entre brumas. Los camiones de explosivos como una caravana de marionetas del futuro alzan vuelo.

A la mañana siguiente, todo es estupor mientras son liberados los manifestantes. El entorno geográfico aparece tan virgen como siglos atrás. Las autoridades centrales de la provincia junto a los foráneos dueños del usufructo, no logran explicar que hacen los camiones de una mina que no existe, posados en el techo del edificio de la gobernación; temblando a punto de explotar.

Micaela se extiende sobre la tierra y agradece.


lunes, 6 de febrero de 2012

Visión viceversa







Pasa a las diez de la noche. Todos lo sabían. Pero Silvestre lo informó como si fuera la primera vez.

La lancha colectiva era puntual. Nadie se ocupó de él, como si no lo vieran. Estaba inquieto, parecía que nunca había viajado en ella, nunca trabajado en el astillero, nunca esperado a la misma hora.

Estaba transpirado en esa noche de invierno, la campera en la mano la mochilla en el suelo.

Cuando se acercaba al muelle saltó desesperado, su campera disparada se hundió en la cama del río.

En la soledad de los tablones de espera, una mochila huérfana.

No habló, sus manos apretadas, su cuerpo agazapado para dar el salto cuando llegara, casi pierde equilibrio, casi pierde la oportunidad de saber.

Corrió hasta la casa humilde sobre pilotes. La llave, la maldita mochila; el frío sin su abrigo. Caminó en derredor, un tronco le fue barreno, entró.

Todo fue igual a la imagen del delirio que esa tarde sufriera al caerle una viga de hierro encima.

En la casa un mujer joven igual a su madre, yacía en la cama entre un gran manchón de sangre, a su lado un bebé recién nacido lloraba desolado como si hubiera visto su propia muerte. Entró un hombre, tomó al niño, apretándolo fuerte le dijo…te nombro Silvestre como ella quería.

Con ojos inquietos, agitado, transpirado, el pequeño dejó de llorar.

No había nadie más en la casa. Y en el muelle nunca había quedado una mochila.