domingo, 30 de mayo de 2010

2010 Mayo 25









Buenos Aires, tango, y el movimiento por la calle. Bandoneones tocando sobre el techo de los taxis, negros y amarillos, son un semáforo en otras dimensiones en coincidencias de colores poca; pero un parate a mirar, ni prohibido ni suburbio, raíces, de la calle en la calle, parte de pueblo y laburo, parte de ruedas que algún lado llevan. Esta vez en negro y amarillo, esta vez en plano libre. Entreverando el loco de la balada de Piazzola y los pasos eternos de Discépolo, con los tacos en la danza y los dedos de un Salgán con la voz de Goyeneche.

Y la historia real pasando a los ojos y haciéndose memoria carne. Con un coro gigante y presente, llevando ausentes y futuros en la boca.

Un pasaje diagonal, un paisaje de bicentenario federal, un lazo latinoamericano, un sello de pueblo que no puede seguirse llamándolo “gente”.

El semáforo marca abierto nuestro paso.

Atención.

Ver detrás de los amarillos y no dejar que nos sorprenda el color del peligro.

Nunca más.


lunes, 24 de mayo de 2010

Devolucionarias








Clavo y canela. Jengibre y romero. Inés llevaba su grito en la feria. La devolucionaria aún no sabía que lo era.

Romualdo saltaba entre los puestos, ligero, ágil, casi patas de gamo en un prado de verduras, frutos y corrales de gallinas, Necesitaba como cada día estar cerca de esa mujer, dulce olor de especies. Él desconocía su valor, no se sabía hurtador y menos mensajero devolucionario.

Esa ciudad latinoamericana, no aceptaba el esfuerzo de los pobres por el pan. Nada de ferias decía el dictador, ahí se enciende, más que un horno de barro; es la curtiembre de la rebeldía, si se juntan, hablan; no cocinan pasteles. Aprenden del otro los ingredientes de hacerle a la libertad. Destruyan los pregones, los tablones donde ofrecen sus huertas. Acallen el murmullo, siembren miedo entre los corderos antes que el juntarse al cabo de la calle, los convierta en lobos defendiéndose. Maten a los protestones, esos son carne fresca para el fuego que puede dejarnos sin leña de predominio.

La ciudad no adivinó que sería caos.

El de las órdenes, soberbio, no se vio fuera de juego.

El mercado de los paisanos, gestaba sin fin ni a sabiendas, una trinchera de rebeldes. No lo era, ni sabía, que lo harían muerto y sepultado entre destrozos, a causa de la turba milicada y entonces sí, sería.

En el instante del revuelto, Inés se tomó de sus clavos y canelas, tropezó con Romualdo calabaza en mano a título de protegerse, extraída de un puesto en la corrida. Enlazados con otros corrieron a las afueras, un lugar entre ruinas precolombinas los escondió por un rato.

Nació la devolucionaria, la resistencia. La manada de corderos al grito de Inés, fue clavo y canela. Clavos para quién procesa, destruye, odia; fajándolos en cruces de la nada. Canela para aromar nuestra desesperación y muerte. Porque muchos no podremos sacarnos las balas y muchos en la lágrima iremos adelante, con la energía del dulzor de la canela.

La selva quieta , inocente, ocupando geografía, cerrando espeso hacia el sur del territorio, no sabia, ella tan plácida, verde, agua canto de pájaros; nunca cruzada por las voces del humano, que sería vida para contenerlos. Fue campamento, cárcel, movimiento, reducto intrincado de fusiles, rabia ardiendo en las manos de aquellos del mercado; poniendo la base de ser selva gestora del caos que la ciudad conservadora no esperaba, por los cambios que se hacían urgencia.

Ni ellos, ni el tirano y sus chupacalzones, ni los ambiciosos de las casas señoriales, sabían aún si el movimiento “Clavo y canela” sería el cambio con claveles, la devolución deseada, o la muerte entre medio de esa diosa pachamama que llamaban selva

lunes, 17 de mayo de 2010

Siembras de estilo







“Ningún reloj dice cuando es tarde

o cuando es temprano”… publicidad

Veía en reitero aquel tapiz rojo, en su dormir. Poblado de abarrotadas hojas entre relojes parados a vagas horas. Todo rojo, siempre rojo.

A ella la visión se le quedaba prendida al despertar, complacida de permanecerse en un bosque incierto, Quizás eran plantas de relojes meciendo la vida sin tiempo, reflejando que nada se marca a reglamento de un tic tac. Y allí las hojas carmesí eran agua de colonia para impulsar el día, encendido en desayuno, pasional en decisiones.

Claro es que lo onírico se esfuma pronto, al salir nomás de su puerta y ver la calle casi vacía (pocos vivían ya en el pueblo) y los árboles con invierno sobrepuesto desnudaban a cualquiera. Ni las hojas de su tapiz sueño servían a las ramas secas y a su cuerpo.

Un chirrido. Alguna bicicleta pensó. Pero al girar la esquina, una marcha de amapolas prendidas en las solapas de los hombres, peces alegres saltarines nadando y jugueteando libres de uno otro, en los bolsos transparentes de las mujeres. Una banda de niños músicos reían, llevando detrás de sus instrumentos mariposas atrevidas, tirando al aire coronas de reyes depuestos. Todos llevaban cintas al viento. También rojas.

Surrealista, se dijo, he entrado en delirio. Sin darse cuenta tomó un extremo de esos lazos y comenzó a recorrer con su tacto lo que veía, es real le informó su mano, aunque se lo negara.

Cuando la caravana llegó a la única plaza, comprendió. El tapiz que soñara tras sus noches repetidas, colgaba de un atril.

Le explicaron que entre todos lo habían ideado; de esa manera luchaban contra la vejez del pueblo, contra la hora de irse, contra el color congelado del frío.

Y ella se descubrió junto a los demás, proponiéndose tamaña labranza; ponían infinitos y sucesiones, con actitud, para que nada sea demasiado tarde o demasiado temprano.


domingo, 9 de mayo de 2010

Tenacidades










La cosa era una sesión continua. Dicen, y le decían, incluso le dirán que la tatarabuela ya lo había heredado, que es un bien prendido a ella a sus sucederes y sucetorios. Cuando lo recibió en sus manos, esa casi niña de trece en este pueblo perdido y acosado igual por los vientos del anestésico consumo; de una músicasinparar sin razón de raíces; ella Micaela, lo había dejado en medio de su bolsa de chala, olvidado de sus ojos.

La vieja Eulalia, su abuela, aún gloriaba con su telar y su arte, gustaba el silencio. Me deja caminar mis armonías de lana, decía. Por eso repetía “si se callase el ruido” ante el tumulto indiferente del antiguo aparatito que consiguiera su nieta para oír bailando, que no era canto de la luna ardiente de su cerro.

Amanda, la madre; como de treinta, trabajaba afuera de sierva todo terreno. Hubiese querido ser ambas; en sus mundos, y no tener que soportar su propio ruido interior acuciándola desde y hasta el cansancio. Tenés que vivir no te dejes robar el tiempo en que florecen los lapachos, le decía su proio deseo. Soñaba volver a sentir con Pedro, eran tan recién criados al conocerse, él le dijo cuando bajas a la fuente de agua con tus cacharros,me vais poniendo siete colores en los ojos y te miro mojarte las manos. Podríamos juntos vivir mojando las manos cada mañana para poner el día en nuestras caras. Con eso la había conquistado, y ella lo amaba a pesar que casi no se veían. Pedro andaba en grupos, haciendo papeles de reclamo, viajando a la capital a redenunciar las invasiones y olvidos recibidos por el pueblo pilagá.

Formosa, es así, olvidada casi, usurpada y explotada por extraños, como la música de Micaela. Al parecer aceptado por poderíos y conveniencias de turno.

Hacía frío esa noche, las tres mujeres se juntaron al plato de sopa y al fuego. Preocupadas por que los hombres no volvían. El amuleto, recordó Eulalia; con espanto la niña y su conciencia gritándole propia memoria escondida, danzaba de pronto como tambor de tribu, como pedido de encuentro raíz; buscando eso que le habían sucedido en manos.

Es importante susurro su abuela, encendió una ramita de romero, hasta que en seriedad no acostumbrada Micaela se arrodilló ante ella con el amuleto. La tres ahora en cuclillas frente a él, contaron sus historias de tribus relegadas, le encomendaron a los hombres, y rozaban sus marcas maduras.

Cuando amanecía de los huecos de esa pieza traspasada en tantas manos ancestrales, parecieron nacerse ojos, que les decían no tengan miedo de mi, entre sus reflejos. Soy parte de ustedes mismas, la fuerza que les doy, nació dentro de sus cuerpos al ser paridas.

Ese instante, ese rito patrimonial de tres partes de la familia, casi de un mismo cuero, hizo que Micaela entendiera sus raíces; no dejará nunca de llevar a su cuello, el amuleto.

En la Capital, Pedro y su grupo, sintieron que los brazos de sus antepasados los estaban conteniendo en la contienda de palabras por defensa de sus tierras y su origen.

Quizás podrían volver y no regresar a ser masacre.