sábado, 30 de mayo de 2009

Cómplices, de esos no se habla








La jaula del Zoo. Da lo mismo cuál. Tiene un olor de sujeto y predicado. El animal tiene miedo porque extraña. Así todo él y la celda se quedan impregnados de alimentos y defecaciones varias, subiendo aún más el sudor de su tragedia adrenalínica. En su hábitat natural el aroma es limpio.

El cuarto de Rosario. Éste sí, es cuál.

Produce el mismo efecto. Rosario tiene miedo y extraña.

Cuando salió a buscar trabajo; ese aviso de diario prometía Cristales de la Capital.

No pudo. Gritar ni pedir ayuda. A quién allí dentro. Las amenazas eran comprobadas. Los turros clientes eran cómplices, iban por sexo y por violencia.

Rosario era un animal manso. Pero arrancado de su follaje original, temblaba y odiaba. Venganza, se repetía.

Comenzó su periplo enajenado; puliendo las manijas de las puertas, raspando canillas. Enhebrando cada araña que encontraba en el tugurio. Cuna de las chicas atrapadas por la trata.

Quiero esa pendeja, dijo el cliente, y quiero un brindis compadre, usted sí que la hizo fácil y nos hace fácil desembarazarnos de la calentura.

Rosario preparó las copas. Puso pisco, gaseosa, ron, tequila, vodka y lo pulido, lo raspado. Dejó caer unas arañas de su collar y completó con aguardiente. Bebieron. Borrachos descuidaron su guardia, el arma en la cintura.

Fácil Rosario, fácil. Sacá el arma. Dos balas, en el medio de la frente otra al corazón. Cayeron los dos cómplices. Apuntando al miedo, a los esbirros, a los cogedores y las cogidas; levantó el teléfono, llamó al Diario, a la Radio y al Destacamento.

Como pudo escapó, con el arma demasiado fresca.

Al día siguiente, las noticias no hablaron, todo siguió igual con las chicas y más cómplices.

Ella usó el arma.

Se desprendió del olor del miedo que la perseguía sin rendición.

En esa plaza que se había refugiado, mariposa cansada, sólo la muerte para liberarla.




lunes, 25 de mayo de 2009

Máscara del Bermejo








La pierna cuelga.

Debajo, detrás, arriba, delante; hay como un pincel cansado en rojizo y ocre. Revuelto. Ha hecho ronda en rumor de barro.

Un río. Desprovisto del color del agua. Una pierna. Despojada de la visión del cuerpo.

Dónde estará el resto, aunque el resto también esté unido. Dónde sus manos, que hasta hace poco se juntaban como pájaros cortejando, con las manos de Calixta.

Cuelga. También la soga, la trampa, las vizcachas y el error fatal; ante el sobresalto de un tiro y luego el quejido gutural. Irreversible. Cercano, tanto que sintió el desplome en sí mismo, como el escalofrío segundo antes; al oír al patrón a través de la fronda: hay que matar al…Luego todo fue impredecible.

Calixta, está regresando a su comunidad wichí, lava ropa en casas ajenas; viene presagiada por el viento y el río marrón al que zigzaguea. Arruga y desarruga su delantal, entre espirales y círculos desbordados de su pensamiento. Qué sucede en este día frío, dejado a la deriva de las suertes, se pregunta; me apura abrazar a Nemesio. Tiembla mi presagio, tendrá que ver con él y esa changa tan peligrosa de desmonte. Ese maldito desmonte, que deja al río descontenido y a nosotros sin vida de alimentos, sin hierbas para curas y sin hebras para tejer lo necesario.

Todavía lleva el ardor de los golpes en sus mejillas, de la patrona. Había resbalado un plato, pobre plato común con tanto entierro de lujo por rotura y sólo lo usaban para la comida del perro. Mejor mis platos, de la madera que talla Nemesio con el aroma del palo santo, pensaba.

Sintió el tiro. Corrió. Escuchó el grito de Nemesio. Sintió perforarse al medio del pecho, su boca estaba ahí en ese hueco y en el agüero. De su cara sólo quedaban unos ojos desorbitados, cosidos en único agujero en el centro de su frente. Parecía la sombra de una máscara india. Llovía.

Vio la pierna colgando, y sintió un olor de pólvora, que se unía al de la madera de algarrobo recién cortado. Quedó de rodillas entre el barro, tuvo la sensación que nunca más pasaría aquella lluvia.

Reaccionó. La pierna se movía, sus manos soltaron el lazo del delantal y lo ató a una soga adherida a un tronco llorando aún su propia matanza de monte; entre los tres: delantal, Calixta, algarrobo: lograron sostener el salto desesperado de Nemesio para asirse y deslizarse hasta la orilla del Bermejo.

El esfuerzo desplazó ramas y quedó a la vista azorada de ambos, un chango consternado frente a un caballo muerto. Preguntaron, les contó. El patrón dijo: hay que matar al caballo. Mancado estaba, pero yo lo hubiese cuidado, era mi hermano animal; pero a él le sobra sangre de nuestros hermanos.

Seguía la lluvia Qué hacían sus antepasados en las tormentas, se preguntaron, seguro no talaban algarrobos ni mataban caballos. Si hasta les prohibieron su uso, porque con ellos podían defenderse mejor cuando las campañas de exterminio. Ellos cocinaban y atersanaban bajo sus enramadas, esperando que la hermana naturaleza necesitara dejar de llover.

Es tan fácil matar a un caballo, como matarnos a todos sin balas, corriéndonos de las tierras. Masculló la voz gastada de Nemesio

Pasaron el atardecer bajo un cerrado lapacho que comenzaba a florecer, es octubre, pronto habrá pesca les decía el abuelo. Manipularon arcilla del río para hacer sus cacharros y venderlos en la feria del pueblo.

Entre ambos y sus manos nació una máscara india, eran dos pájaros en cortejo tomados de la mano, con un hueco en el pecho como boca grande y dos ojos dentro de un mismo sitio.

De la unión de las manos, algo pendía como un turbión de dolor y de reclamos.






domingo, 17 de mayo de 2009

Caramelos surtidos

Caramelos surtidos y bolsitas. Hizo el pedido. Lo atendía una muchacha despreocupada, llevaba el compás de una música cadenciosa. Él aguzó los sentidos en ese andar por la vida.

Se fue pensando que las reuniones de fin de año, dan permisos para decretar. Y había decretado su regalo. Lo recibirían en familia de edades creciditas, entonces por qué no los caramelos.

Le faltaban algunas cosas. Pasó por un cotillón, compró globos, ruidos y pelucas muchas, coloridas, rulos ondas pelos largos. La vendedora se las probaba y le hacía mohines, me invitás a tu fiesta le dijo. Y estimuló, estimuló sus sentidos…

En el subte, calor de olores, paquetes caros, apiñados ellos y los hombres. Las mujeres, mirada aparte, desprendían botones a sus jugosos escotes con el gesto innato de seducción, aún en deslizar las faldas al bajar. Seguía absorbiendo una manera de existirse género.

A la salida entre los empujones, una pareja paró en seco como un agujero negro en el espacio. Ella cómo lo hizo, mi diosa, qué estilo se dijo; prestancia sudor y actitud al escape de alguna lágrima atada a su decisión. La escuchó decir: vos a mi no me jodés más, te quiero para mi cama, de velador para mi mesita de noche, de platos en la mesa; entrada, principal y postre; no de calzoncillo barato que se usa y descarta.

Y vos, mi querido, te descartás solo. Salite de mi frente, vía, aire; alameda vacía desde hoy ante mi; y se fue.

El escuchó y volvió a valorar la fortaleza que deseaba ser, la actitud aún ante lo vulnerable o el involucre de la vida.


De adentro una de las tías preguntó, quién es?

La respuesta fue: “la tango”.

Apresurados se echaron a la puerta, abrir, descubrir, gritar. No entender, quién?

Una admirable mujer, con compás de movimiento; coreando la música que venía de adentro les habló. Me invitan a su fiesta dijo con mohines, extendió los regalos y agregó: ustedes a Raúl no lo ven más, era un calzoncillo descartable.

Actitud, se recordó a si misma. Quiero que todos nos veamos como estos caramelos: surtidos, agridulces, aceptados en diferencias. Por eso el cotillón, festéjense y festéjenme hoy, soy lo que soy y familia; sé que son la mía. “La tango” es la segura, decreta la sexualidad que la identifica, sólo venía en envase genético confundido.

Y el desmayo fue integral, pero subieron el azúcar con los surtidos; y el cotillón hizo tanto ruido, descarga y soltarse; que el veinticinco, doce encontró a “la tango” recreando su falda y osadía entre el beso de su gente.



domingo, 10 de mayo de 2009

Sanidad ambiental












“El remedio que no entiende al hombre, es peor que la enfermedad” médico cubano

“La salud consiste en tener buenas razones para vivir”



Puede terminarse octubre, pudo ayer haber sido un domingo y de elecciones. Y es seguro que podemos hoy darnos cuenta que poco

apostamos como ciudadanos cada día incluyendo noches; para después de cada cuatro años poner quejas y pérdidas, perdidas en una sola cola de dos horas para llegar incauto a la urna investida de cartón y no de entidad unívoca, de decisión pertenecida.

Matilde fue una que soporizó en la cola, cuestionándose el cuarto oscuro sin boletas, sintiendo sátira y enojo con escrutinios anticipados a su propia hora de libreta no firmada.

Hoy se propuso darle rienda a su derecho de delirio, a su derecho de recuperar la parentela que la tierra le regalaba, a creer que aún en quiebra la industria de pensamiento popular podría reciclarse; si plantamos con fuerza los troncos, volamos semillas libres tibias con flores de estío, entre flamas silencios ausencias desde un movimiento hierba de mares de aire y contactos de suelo en rodares de carros de filas cartoneras, comunicaciones de nuevo de gentes por serse de nuevo parientes entre barros y sangres malgastadas.

Desvaría Matilde.

Habrá un diario que no se venda por que cada uno podrá contarle al otro las solas cosas calmas que ocurran

No habrá alambrados ni rejas ni robos por que todos serán una tribu.

Nadie dirá que le faltatodo porque no habrá quienes les sobretodo.

Los maestros, los árboles, el agua y los niños se dedicarán a que todos crezcan parejos.

No habrá podas ni perreras, ni armarnos ni cárceles; por que cada uno no necesitará más que ser hermano del otro como las piedras en los lechos de río.

No habrá más locos, que los locos de risa, de abrazo, de arte.

Y si todo esto se empieza entre pocos y después se esparce como lluvia mansa; crece el conjunto y los ministros de economía deberían aprender jardinería porque no habría faltas en sus cuentas.

No habrá un líder, todos lo serán de todos, nadie será soberbio porque no puede Matilde siquiera, delirar pensando en que los ricos podrían tiernizarse pero agrega quizás…la tibieza de un beso podría ganarles…son tan fríos los ricos y sus parentelas tan mandatarios… ¿piensa, coherente dentro o fuera del delirio incoherente?

Entonces Matilde disparata una meta, la próxima elección será lenta, segura, una manuelita la tortuga. Bullicio amplio de jóvenes codo a codo a su progenie y al viento, serán los mejores candidatos sin campañas, sólo mostrando su vida de inicio.

Matilde por primera vez en sus cincuenta, ayer, votó en blanco por repudio y se repudia. Debió, debieron, seguir militando por su delirio.



foto: gstern

sábado, 2 de mayo de 2009

desplagada y llena de sol




La púa, la Habana, el disco de pasta, el Club Social antes de la revolución.

María Celia y su bandeja. Los zapatos, los pies, trabajan, trabaja, de mesa en mesa. ¡Camarera! Y entre corredores baila a escondidas al ritmo del swing “All of me Del otro extremo Juan Bartolomé y la barra. Sirve, sirve, sirve tragos y baila solo con los pies; es que no pueden hacer otra cosa que servir. Oye chico señorito que te sirvo; pero de nadie siervo ni sirviente ni perchero. Y de guiños con María, se piensan mar, revolución, cortejo y una isla llena de sol; en libero, a son cubano.

Se cae el calendario, y pasan los soles y un comandante, un che de Buenos Aires quizás....

Argentina, antes Palé de glas, el Luna orquestas de tango. Y en el pueblo un casamiento al mismo compás, hubo un gen que viajó el mar, una argentina lo tiene adentro, Elsa María con Pedro Juan; un mes la boda de conocidos, La cumparcita en el salón. Tienen buscas idénticas de libertad en trabajar. Quizás una Eva María y un Domingo Juan… quizás una moral obrera y después el carnaval.

Un carnaval en la Boca y otros almanaques llueven genes del casorio; y en el flaco del Cambalache pasado y presente caos aún, habitan un negro puente viejo, un barrio sobre depositado riachuelo, un cuadro de Quinquela; Renata María y Giusepe Juan recién llegados huídos de pobreza siguen laborando a lo que pueden descubriendo tango y convivencia (la narradora piensa ¿estará aquí todo de mi?)

Y la sangre del inmigrante se mezcla. Se mezcla y parece, que progresa, que crece y se enciende una calle más allá.

Corrientes de candilejas, Music hall, tirar manteca al techo de los socios de la Rural con sus genes rancios, Aquellos los de la Boca, los de Barracas, los del Abasto, los de suburbios rodeando la capital; son siempre hojas del calendario y genes que se resbalan de unos a otros y las Marías y los Juanes gozan un beso en medio del baile, travieso y quizás candorosamente feliz. Mañana hasta la noche otra vez trabajar, como aquellos de la Habana antes y después de la revolución.

Aquí la calle y Buenos Aires hoy, tránsito mucho, transitan muchos, la mujer del bastón, un violín, la gran caja del que pone una moneda barata por un tango caro, El gran vacío del que corre indiferente, luces, hamburguesas, instrumentos, bocinas y quizás...un loco, su balada y ella; los dos con una banderita de taxi libre en cada mano y medio melón en la cabeza.

Y siempre el método, el blanco y negro; encrucijadas del que lucha por quebracho, patagonia, minas, dictaduras, pandemia, trabajo, hambre y pan; por una tierra de todos, sana y llena de sol. Y siempre las muertes tan anunciadas, tan criminalizadas en lo social.

Algún gen, algún calendario y otro ché; alguna María y algún Juan, tendrán que liderar, y no morir.

Para sosegar.