lunes, 14 de diciembre de 2009

Vanguardia al Sur









El agua le llegaba al cuello, literalmente cierto. Encajada en ella; Nicolasa Juárez Aguada no sentía nada. De pronto en la casona desvencijada de las tierras extensas del Neuquén, una invasión de aves, mariposas, flores arrasadas por el torrente del río Agrio la había penetrado. Fría, temerosamente quieta ahora aprisionando. La tocaba hasta el borde de su boca y titilaba reflejo; la rodeaban objetos de la casa, flotando con centenares de plumas verdes y margaritas amarillas. Trató de recordarlas palabras de calma, en que su abuela mapuche convocaba al pensamiento, para huir del miedo, para encontrar salida.

De la vivienda salían gestos y crujidos. Cuatro ases de barajas se acercaron a sus labios como incitándola al azar, al todo o nada. Al minuto en que cayeran los cuadros de aquella familia española que ofuscadamente abandonara todo porque su padre amaba y vivía con una originaria de la tierra.


En el bosque de pehuenes, Pedro, al pié de la cordillera del viento; tenía al fin un día dedicado a su interminable pasión de visionar. Llevaba bajo el brazo unas cuántas hojas, un lápiz en el bolsillo y un libro de García Lorca. El loco poeta quizás era, no el loco hachero como le decían. De ascendencia incierta, no hablaba con casi nadie desde que medio niño aún, bajara de un barco en soledad. Sobrevivía de sus brazos y hacha vendiendo leña, resurgía de sus manos y tinta en noches cansadas; amando la gigante floresta, corajeando en poesía, conociendo comunidades nativas que lo asombraban en su comunicación con la naturaleza.

Algo aprendió de ellas. Por eso percibió el miedo de los árboles. Se iban avisando unos a otros, el agua del río barrió sus raíces en segundos, apiñados, fue batalla sostenerse. También Pedro. Logró a tiempo subirse en lo alto de un pehuén, desde allí asiendo sus cosas, no supo cómo se encontró escribiendo en equilibrio. Desaforado, trasladado al trance del entorno, vio y escribió excesos de ese todopoderoso espectáculo gris, ahora callado.

Aquella casa se derrumba, emergiendo se están yendo sus paredes; escribía, es como si las maderas se estiraran no queriendo desertar del maridaje, esa casa se amaba entre sus cimientos. Se fue. Queda solo algo boyando en medio de lo que fuera hogar y fuego.

Pasó la noche aterido, parco sol amanece y el agua apenas ha bajado. Algo caliente se debe, aprieta sus papeles, se desliza, empapado hasta las rodillas observa la boya de la casa, sigue ahí. Dónde se fue la casa. Sólo un hueco nada, la denuncia inundado. Se acercó. Impresionante cara la de Nicolasa adolescente, rodeada de plumas y flores, una mariposa viva en sus pelos mojados ¿y ella?

Corrió como pudo, le gritó, la movió; la sacó la posó en un claro de piedras. La mariposa sobre ella, los poemas debajo de su brazo.


Diez años después, una escuela de la población mapuche, homenajeaba doblemente a Pedro por ser hachero preservador del bosque, talaba lo que desgastaba el viento y ayudaba a continuar creciendo sano. Aún no bajaba sus brazos y regalaba leña para el calor de los niños. A la par presentaba su primer libro de poemas “Chapa y pintura (formas de renacer)”.

La directora de la casa escolar, justificadamente conmovida; con dificultad para mover su brazo izquierdo (producto de un congelamiento de tiempo en un desborde abusivo de las frías aguas del río) comenzó su aplauso y tanto fue acompañado, que desde las aguas del Agrio y las copas de los pehuenes; el sonido fue tambor mensaje de que aún con el agua merodeando el cuello y la soledad de un pájaro allá en la cresta verde, con su fuego de leña y letra: la vida puede agrandarse y ser escuela, yunta y cría. Como Pedro y ella juntos, lo habían logrado con sus hijos y sus libros.



sábado, 5 de diciembre de 2009

Nodrizas











Qué es la sangría. Repetía pálido en medio de la calle. Detrás dejaba el espejo, la casa, esa ciudad invadida, rotada de geografía, densa de gente desconocida.

En el irse alejando, dejaba un camino abierto de personajes que los enjuiciaban vagabundo en vino.

De tumbos a un andar sereno, fue entrando en la noche y en la intemperie de espacios abiertos. Dónde vas Juan sin saber qué es la sangría; es que ya no me aceleran las respuestas me construyo en las preguntas.


A ella, le decían la niña mala, renegada no era; si, rebelde de las piedras que siempre le llovieron. A qué quedarse en un lugar, a qué encariñarse con los cuerpos y los roces. Si después, un centro de mentiras la empapaba y en el contexto se alejaban de ella por sus planteos, sus deducciones de la vida posesa enterrada por mandatos de una sociedad que le ponía el pié en su hormiguero. María despertó entre su cielo abierto preferido, amaneciendo, los molinos pegaditos se veían de un rosa viejo pero brillante. La tierra roja, nodriza, amamantadora y donante de un verde que iba creciendo desesperadamente en tono, buscando al elegido.

Ah… guacha niña mala, se dijo, nada mueve al sol, nada lo frena, es como vos; sos como esos molinos y la greda, te levantas astro. Floreces desde ese cielo decidiendo el día. Se acostó boca arriba, le hizo frente con los ojos de dueña defensora de tierra. Él, Juan que arribaba sin rumbo, se sorprendió del cuadro surrealista que le abría los ojos al día.

Se acostó con la espalda sobre el suelo, ella pensó se muere; él pensó vivo. Sin moverse le murmuró: tu tierra no será tomada.


María pinchó su dedo, propuso, hagamos una sangría de existencia; no te mueras todavía. Juan pincho también su dedo y lo pego al de ella. Tenés que conocer los bichos de la noche y las luces de conquista libre de mis luciérnagas. Quedate en el techo libre que elijas, sobra para mi.

Y se alejó entre los molinos, brutalmente austera y feliz.




imágen: " Tallos y cálices ardientes" de Maggie de Koenigsber ( muestra de Magalatina)


lunes, 23 de noviembre de 2009

crónica de lo anacrónico






La batida en madrugada. Una cacería de las últimas corduras. La horda saltó el cerco. Rastreó la mercancía. No hubo ni cuerdos ni padres ni vergüenza. La media fue un descontrol de bebidas y fumadas, de se me fueron de las manos, de no me importa en mi ceguera como mato controlada mente al otro.

Ella en su búsqueda de espacio cuerdo, marinaba día a día sus plazas verde patio. Como un faro midiendo las tormentas, como la cópula desmidiéndola.

El abordaje fue destructivo, de los hijos de la media en juerga. Excusas. Disculpable, disimulable, mundano. Su impotencia. Qué condenas de odios desataría tal invasión de los hijos de la excluída, se preguntó.

Era ya el día ni los claveles del aire pudieron seguir su vida, un jardín moría entre los vómitos.

Ella se propuso hablar, y recibió ajenos. Entonces mirando el aire levantó vuelo, con los flecos de su perdida cordura impulsó ascenso. Cruzó la indiferencia sobrevoló los altos árboles del Paraná se asió a una de sus ramas y se convirtió en clavel del aire libre, de vecindario y de lo anacrónico.



domingo, 8 de noviembre de 2009

Quizás las ranas…













La primitiva estirpe de los moros.

Esa era la clave de su cabello negro y unos ojos de volcanes abiertos, atrapantes. De su boca una lava ardiente de palabras y de su cuerpo una seda morena, desafiando reja y muerte.

En un pueblo minúsculo como ese, la llegada misteriosa de una entidad de mujer así y llamarse (si lo supieran Sherezade); era demasiado para no ser temida por foránea; fantaseada por pitonisa, peligrosa y arrasadora. Sus congéneres evitaban saludarla. Darían los años raídos de sumisión, rutina y desencanto a cambio de un día con su aura y su frenada. Era “la perra”.

Los hombres, no dejaban de mirarla y ofrecerse sementales. Menos él. El burlado, el adefesio, el obeso que era fiel asalariado de todos los demás. Él, Sancho Panza, capaz de defender a sus patrones de un molino monetario, de neblinas alcohólicas y de besos infieles; ante respetables esposas. Sin embargo no sabían su nombre, le decían “el peón”. No es que aceptara, sino que de eso se trataba fugar; de lo que su creación le había otorgado, aunque no la recordara. Sería que volvió a ser campesino, para canalizar una rebeldía adentro, distinta, que aún no lograba manifestar.

Él, el peón, no la ofendía; más bien honraba a esa mujer, solo, adentro de su estómago, ombligo, neuronas, genitales y sentidos. La respetaba. Nunca, los ojos de ambos se habían cruzado.

Llegó el clima de la fiesta del pueblo; calor espeso, en medio de Laguna Sur. El caserío desenroscó guirnaldas, redes y tapas de bebidas blancas; alrededor de la gran charca. Brillaba un doble reflejo de luna y hogueras. Se mamaban de sobrados vicios y concertaban la furia de los lobos. Todo consistía en pruebas a vencer. Mujeres a narrar. Hombres a contender.


Ella se pintaba su cara de rojo y un profundo negro enmarcaba sus ojos, polleras en gasas de infinita gama, sandalias de oro y collares merodeando sus pechos. Iría desafiante con su arte, mostrándose entera, capaz de resolverse y no ser laurel de ningún hombre. En el silencio del cuarto se dialogaba, cuenta, cuento. Cuenta, se imperaba al espejo; serás la única que resista diciendo. Este don ancestral que no sé de donde poseo, me hará enfrentar la sortija del hombre que pesque lo máximo, del que embelece a las ranas y construya la casa más rápido. Estaba segura hasta de parir palabras y no dejar de hilarlas. Y segura estaba, que allí no habría hombre capaz de tanta osadía por ella, respetándola. Su fin era rechazar joya que avasalle, dominación que desvalore y movilizar el cavilar de sus pares.

Los del poblado querían ser los aclamados, mostrarse sus nalgas mutuamente.

Lo más difícil eran esos bichos asquerosos que terminaban hipnotizándolos a ellos, tal como pasaba con las urgencias de lengua, de sus mujeres por cuentear.

El gran secreto de los hombres, aún de sus mujeres, era doblegar a esa arrogante recién llegada. Menos Sancho, mantenía su enmienda de vida, no perdía su sonrisa ni sus kilos; con los que llegó un día sin pasado acordado, por eso se presentaba como nacido sin fecha vivido sin años. No se preparó. No tengo pericia ni resistencia, menos soy brujo, mí querido yo. Ella no te querrá, a qué hacer las pruebas, solo te fascinarás con sus cuentos. Y qué sortija voy a ofrecerle. No te preguntes, no jugarás, no ganarás. Aunque con las ranas me llevo bien…

Oscurecía cuando, acelerando el motor de su vehículo, llegó el amigo del más encumbrado. El veedor. Su cara decía otra cosa. Animal de caza.

Ella y Sancho, en lugares distantes uno del otro, lo vieron; les tembló la columna vertebral, un estallido les encabritó las neuronas. Fuga, fuga, fuga retumban. Los telones se corrían enardecidos.

Ella, escapando de ser un personaje, un dolor en la garganta le decía que había contado cuentos casi eternamente para salvar su vida (mil y una muerte conmutada cada día, después el miserable confiaba, nadie soporta esa vil manera de llegar al amor) Por eso la fuga del autor; la huída de esa cara que tenia enfrente, igual a la de aquel torturador que la escuchaba cada noche y echaba espinas cuando no le oraba el ansiado final, sabiendo que debía esperar otro día para matarla.

El recordó su propia fuga, harto de ser el personaje hazmerreír en un texto famoso, de pronto esa cara le puso en aviso, buscaba pendencia, muerte, era igual a aquel que debía enfrentar en la posada en defensa de su señor ¿o del autor? No. Acá estaba el punto final que le faltaba, nadie más lo usaría para buey y carro ni barrera ni personaje. El merecía una historia limpia ganada por el mismo.

Esa mujer; dijo el hombre. Todos placieron por el tono autoritario, quiero oír sus cuentos (había un aire digitado)

Ella y muda. De su boca no saldría más que un croar de ranas. Y las risas se tornaron en asegurarla hechicera, la rodearon en círculo tentadoramente cerca de las hogueras.

Hay alguien que ocupe su lugar, para salvarla del fuego; preguntó la cara espanto, Sancho dio un

Yo, creció desahogo sin miedo, y acusó una voz sostenidamente audaz.

Un silencio y él contó. Kilómetros de historias. Las ranas lo rodearon, acercándole redes repletas, maceraban barro. En horas levantó un castillo (recordar su origen, le dio la arquitectura)

Desde la boca de las ranas, un susurro grito. Deglutieron al veedor.


Sancho le extendió la mano, levantó una argolla que brillaba en sus jadeantes zapatos ofreciéndosela.

Ella se dijo éste es. Se bautizaron mutuamente Elisa y Pedro. Se quedaron juntos, donde la indiferencia hacia ellos continuó. Pero estaban infundados en una aureola de decencia, y ahora sí, identidad. Lo que no permitía a sus vecinos hostigarlos, viéndolos autodefinidos por sí mismos.

Ni autores, ni torturadores, ni condiciones; podrían tomar su vida elegida y serena: Escribirían propias huellas; viviendo. Aunque el pueblo siguiera allí, tóxico.

¿Revertirlo?

Quizás ellos…quizás las ranas…





este cuento due presentado ante la propuesta de Graduados de letras Mar del plata : Concurso "personajes en fuga" 09

domingo, 25 de octubre de 2009

Con ropa de actor








En la galería de los malvados, Mariel caminaba entre pasos urgidos. No era tribal primitiva esa aglomeración, era de hoy, a empellones seguía su objetivo. No ver. No admitir. No negociar sentimiento. No involucrarse.

Por eso cada vez que salía de su trabajo se preparaba para observar esa, que ella bautizara “la galería de los malvados”, necesitaba sentir que no se la tragaba a ella también. La realidad tenía que abrirse en algún punto flojo y vibrar como ser vivo.

Había quedado con Osmán, encontrarse en un barcito de San Telmo. Él era un foráneo para los de la galería, si en una casual visión lo detectaban, lo sellaban como terrorista asiático.

Ella lo conocía, desde que pasó por Relaciones Exteriores; oficina control de pasaportes librados en medio oriente, la suya.

Sabía que su llegada obedecía a una gira de conciertos, impulsando una divulgación cultural y política, junto a un grupo de compañeros de su universidad; como defensa de una libre identidad pacífica y muestra de los avatares que otra forma de vivir y de tradición complacía o afectaba a su pueblo, quien debía encontrar por si mismo su representación y su calma.

En escaso lenguaje compartido, se entendieron, ella fue al primer concierto: una mezcla de música del génesis universal con influencia étnica de procedencias diversas. Quedó sorprendida como esa instrumentalizad le hablaba del mundo desesperadamente en gritos, en ruegos de una mirada no fugaz; para quedarse en cada punto de vida apaciguarlo y comprenderlo.

Tomaban café, en medio de estos comentarios de percepción, casi por señas. Mientras la ventana del local, era para ambos un objeto de estudio de lo social y un diagnóstico a priori, intuitivo de lo que le pasaba a ese mar ausente o a esos arroyos mínimos presentes de personas. Situaciones, mercantilería, instrumentos, mimos al paso, tangos y compás de turismo, antigüedades con su historia muerta, y nuevas mazamorreras, esta vez en porciones de tortas caseras.

Desde esta feria exterior en movimiento, en osadía, en impulso de presencia ángel, de fuerza de carne viva; irrumpió un canto atronador pero armónico de un acordeón musicando a Rimsky-Korsakov. Temblaron, se conmovieron. De Osmán sólo una lágrima de esa sensación enorme, interior; hablaba desde su ser adusto. De Mariel una piel erizada en sudor rumoroso, poniéndole estilo de rubor de infancia, como cuando atendiera su primera nota.

Era de buen paño quién fuese el ejecutante. Oyeron aplausos, gritos, luego una sirena policial; forcejeos.

Dejaron sobre la mesa el costo consumido, salieron a viento empujados por ver qué suerte corría el músico, qué suceso. Al saltar la esquina, no era creíble lo que veían. En la galería de los malvados, ahora sí, había un alto; hijos de puta, curiosos eran, críticos eran, condenadores eran. Repetían, no se puede permitir, de donde salen estos roñosos, para esto los hijos, por eso yo… un perro, los abandonan, los negocian, los mandan a trabajar para gastarse todo en bebida.

La policía acompañaba gente de Minoridad y en un costado de la calle, buscando protección de sangre, de yo te entiendo; se pegaba al cordón en una diminuta sillita, el ejecutante. Con ropa de actor, un niño. Con una mirada bella llena de inocencia y tapado de miedos, sostenía su acordeón, apenas gesticulaba que no entendía nada y se escudaba otra vez en su gran concierto mientras sus piecitos apretaban imperiosamente una gorra con algún dinero que álguienes, miradores, le habían dejado.

Osmán lo tomó en brazos; Mariel quiso entenderlo, por su trabajo, manejaba mínimas frases de varios idiomas. Es rumano dijo.

Después los papeleos, la institución correspondiente; unos padres extremadamente jóvenes con tres niños más e instrumentos varios, llegaron al lugar. Asustados, en amor de rescatar al niño: Irfak, Irfak repetían, era su nombre, él los reconoció y sonrió por primera vez, se lanzó a los brazos de esas personas vestidos extraños y lloró, lloró angustiadamente por todo lo que había ya vivido y crecido duro, desde el nacer a sus cinco años. Los otros se plegaron entre sí al abrazarlo y de los ojos el dolor de un otra vez la nada, salía en demolición de ladrillos viejos estrellados contra el piso.

Mariel y Osmán intercediendo; ella ofreció ayudarlos en trámites necesarios con la embajada correspondiente, él sólo les regalaba desde su medio oriente milenario: calma para dejar lo tenso, instándolos a tocar en familia como si fuera en su casa natal antes de estar muerta. Sacó de su bolsillo un tubo pequeño con perforaciones y desde el aire de su boca, las notas se unieron al grupo rumano. Se transformó el tiempo, allá estaban siglos atrás en una aldea de paso donde la vida no sabía de fronteras, de mercado mundial, ni dictadores, imperios, anarquías, invasiones, ni indocumentados.

Costó meses resolver lo legal. Costó años reamar en mínimo la psiquis de la familia. Costó poco para Osmán incluirlos en la gira con sus compañeros asiáticos. Costó cada día de su vida para Mariel olvidarlos, en especial sus músicas, el beso de Osmán y la cruel historia de aquella gente y el por qué de su huída a Sudamérica. Tan tortuoso que a nadie contaría por respetarlos; esa mierda, sería CONFIDENCIAL.

martes, 13 de octubre de 2009

Conjunciones, noche y Buenos aires.








Conjunciones, noche y Buenos aires.

(extraño desfile subterráneo )



¿Qué tanta bulla tiene la osadía en despertarme de estos sueños de la Mancha?


(Casi mitad de la avenida, decida ancha en Buenos Aires. En broncosa noche de fríos. Por interferencias del tiempo, rareza de la estatua: sin luces, en la penumbra parecía que el caballo desorientaba buscando su jinete.)


Llegó al borde de la 9 de julio. Sepulcro de silencios, se dijo, entonces ¿de qué taberna eran los gritos?… Zbmmm… una masa batifondo lo rozó, le hizo saltar desgarbado hacia atrás, le dejó un olor ácido desconocido de ese humo negro que iba como soplando arcabuces por detrás.


¡Qué animales desconocidos, válgame dios! ¿Habré confundido la marcha y he desembocado en una estepa salvaje? pura piedra plana sin rastros. Si soy el primero en pisar esta tierra podré bautizarla con mis títulos y será mi vasta propiedad, al fin mi reino será establecido y no pondré en mis tierras ni un molino que venga a desafiarme.


Un rodar lejano herrumbroso lento y un llamado ¡che Don! Ando en el rejunte nocturno, venite, hoy la lucha es con el viento; mierda que sopla fiero, si hasta cortó la luz.

¿Quién anda quién dice? En tanto desconocido, la voz le pareció familiar. Soy el Panza vamos por el Pizza libre y la Mayo, mientras hacemos el ciruje nos llegamos hasta lo de la Lola que encontró media de tinto pa` compartir.


Acopló. Se trepó a un carro de supermercado destartalado, ató unas viejas tiras al frente y gritó ¡vamos Rocinante!

A Panza le causó gracia pensó que lo estaba rebautizando, al tomar el declive que tenía la calle iba en picada. Al pasarlo arrebató una tapa de olla descartada de un contenedor, arrancó una larga rama de árbol que casi lo destripa vociferando ¡contra los molinos mi fiel escudero!

(De pronto había espantado, veía construcciones comprimidas altísimas, sin aspas, pero ¿qué otra cosa podían ser?)


Hicieron un trecho, se les unió el Pizza libre, el apagón parecía planetario. En la esquina del Banco, frente a Plaza de Mayo, el Nación con el Dorrego se habían prendido una fogata para acompañarse y matear con el Telmo (vivían en San Telmo sobre la calle Dorrego, puesto este nombre en honor a un caudillo de provincia que buscaba un gobierno más repartido desde la capital), de ahí sus apodos. Comparten allí el barrio viejo colonial aún con empedrado donde vivieron familias de apellido con servidores oriundos africanos que dejaron entre las gruesas paredes su rumor de tamboriles. Hoy es la cuna de anticuarios, del tango, las ferias de artesanos y la danza callejera. También se les unió la Mayo (que los sentía sus hijos perdidos, tantas veces los jueves habían dado la vuelta en esa plaza Madres y Abuelas reclamando, ella dormía allí entre pañuelos blancos) y el Kilmes (que pateaba excesos cada día por un poco de libertad vendiendo por el camino los trastos que trenzaba). Reían a carcajadas cuando se acercaron, Los presentaron ,pero él sólo se preguntaba con qué habrían encendido el fuego si nadie tenía ni una onza para cerillas; y bosques ni cercanos, su olfato le repetía que no había campiña ni arroyos en derredor.


Las risotadas eran porque el Nación corría con los otros detrás, ¡vengan ustedes también! desperdigaba ademanes de anfitrión, ¡ bienvenidos al parque de diversiones! Saltaba y se le caía el único diente postizo que le quedaba, todos paraban bruscamente a su orden….manipulaban en cuatro patas el piso hasta que alguien pegaba el grito de ¡diente clavado en un dedo! El pensó que buscaban un arcón con monedas y joyas, desesperado bajó de su corcel, lo ató, le habló tranquilizándolo; ahora sí podría obtenerle un fardo de pasto y unos toneles de agua. Tanteo con ellos; pero ya los otros volvían a correr…

Cansado tirando de Rocinante que ya sin pendiente no quería dar un paso, vio algo que giraba en donde de a uno iban desapareciendo. Al acercarse y después de unos respiros, aparecían alegres con tanta magia o ¿sería un monstruo como aquellos molinos ,el que se tragaba a estos, que ya eran su cortejo?...Se acercó con la tapa y la rama al acecho , un aire caliente salía de adentro lo tragó esa cosa; los ruidos le confirmaron : Me está masticando y a mi escudo y lanza abolla y despedaza ¡por todas mis blasfemias ,es un castigo Señor, mi Dios! Cayó despedido en el suelo desde donde había sido devorado…


¿Qué animal es este que se alimenta de vosotros…os destroza y luego os escupe tan armados como antes?…Pero; ya el miedo os ha tenebrado la creencia, no sois más dignísimos imbatibles e indudablemente se ha quedado con el alimento retenido en nuestro cuerpo…Nos ha dejado fantasmas…espectros…como huecos que seguimos caminando en este páramo.

Eso no lo hace esta puerta giratoria Don. Eso lo hacen las vueltas de los bancos, los gobiernos y los mercados que nos usan y nos llaman sudakas. ¡Si! Como los que pusieron el mac pato, ese, frente a mi dormidero en el umbral de la pizzería. Ya no sé, si el tano va a poder seguir con el negocio y quedo en la calle, más del lado de afuera del que estoy.


Nada entiendo… ¿alguien vive? Si hay que enfrentar estos monstruos que chupan carnes crudas como feudales de las torres; entonces Panza. Mi querido Sancho Panza, armaremos huestes que los destierren.


Seguían sin luz y seguía el extraño desfile subterráneo en Buenos Aires, se iban sumando, los grupos y los acopios todos varios, acumulados para vender por monedas en la mañana. Algunos ataban sobre sus hombros otros hacían bultos como camastros y tiraban de a cuatro. Entre las oscuridades parecerían un séquito de estatuas, barrios tribus y edificios revividos. Sus nombres, sus coronas, sus riquezas: El pan del otro día…


Llegaron a la fuente de la Mora. Se acercó una mujer incierta de pelo enmarañado con cierto arte y una túnica hasta los pies descalzos. El la miró acomodó su barba pegajosa se lió un trapo como capa y alejándose de Rocinante, hizo una reverencia susurrándole al besar su mano: ¡mi querida Dulcinea!

La Lola se impregnó de aquel nombre. Era grato entre tantas noches de sin techos, encontrarse con un señor que la sobrenombre con reverencia y un beso de mano. (Los que aparecen por acá desconocidos, son turros ebrios y solo quieren ¡pasársela a una!, pensó)


Saco la media de tinto, nadie se emborrachaba, en este conjunto excluído; pero forjador de ilusiones de servirle el cirujeo. Eran buenos cumpas, la visitaban cuando encontraban algo de yerba mate, para morirse en tristeza acompañados en un fogón; mateando junto a la fuente artesana y desnuda, con porte de reina. Luego llegaba el despedirse al aparecer la madrugada, con una sonrisa de niño encontrada entre el sueño que se les venía encima. Porque con sol, mejor dejar de ser habitantes dignos de la ciudad y esconderse. Los demás, esos grises que corrían todo el día no los entenderían y menos reclamarían algo a sus gobiernos para los medios y los bajos subsuelos de este urbano.


El azul noche y alguna luna con fosforescencia de pureza, sellaban esa junta de amistad.

Don le ofreció su capa para sentarse. Ella repartió el vino, contaron cuanta locura veían en la ciudad entre los “con casa”. Todos repetían: ¡a dónde vamos cumpas! El mundo se pierde. Lo peor que corriendo no se dan cuenta. Por eso hace rato que a nosotros nos bajaron de las puertas nos sacaron las ventanas, queda poco lugar para ampararse…


¿Y quien dijo que esto no es libertad? Cielo abierto…agua clara de estos ojos del Guadiana en una dulce mujer con su fuente y el buen vino, (hizo una pausa entrecerrando el ceño como apretando lágrima) y vuestra fiel amistad que me sigue en la cruzada contra los traga humanos. Por lo que presiento, ustedes racionan cada comestible que aparece, no he visto huertas; pero supongo que con habilidad podríamos sembrar para todos, ya que vislumbro por fin una gran masa de agua cerca. Ahora que ésta será mi comarca, yo les nombro mis pares y tendrán su tierra ¡hagan su vida libre en ella!! Todos callaron en emoción como si el latifundio fuera cierto y el Río de la Plata un caudal virgen.


Había que volver...Un beso de Dulcinea le quedó en la boca. A Lola le quedó el sabor que ya había olvidado, de querer un hombre sólo desde los labios. Los demás marchaban empujando a Rocinante con su caballero andante, como llevando Guía, resplandecientes hacia delante


De pronto un sol asomado impertinente cambio el marco.

Buenos aires despertaba. La locura, las bolsas desarmadas la pobreza…los cartones y las camas de vereda…se escurrieron en ellas. Pizza libre, Nación, Mayo, Telmo que se fue tamborileando con los dedos cada puerta y Dorrego mascullando que eso del reparto del Don era una buena mirada federal. Kilmes recuperado emprendió la caminata regreso, pensando que esa noche sus ancestros originarios lo protegían allá en los Valles Calchaquíes del Tucumán. A Panza le quedaba de pasada la explanada del monumento en homenaje al Don Quijote, en avda. 9 de julio esq. avda. de mayo…Se abrazaron con el Don…

El descarte. Color, luz día tránsito ¡chau che Quijote!...

¡Eh¡ Panza me llamo Aurelio, anoche no quise ir con vos me quede dormido, ¿sabes? soñé que me salía de esta estatua :ÉL era yo, YO ,él y comenzábamos una caminata contra los jodidos que nos dejaron en esto, incluído yo mismo.

Panza emprendió su paso, se frenó... ¡La pucha Quijote! Usté era ese del medio de la plazoleta. No, no se durmió; nos puso la tripa con delirio, nos puso. Pero no despertamo, crecimo. Mañana con lo cumpa y la Lola dijimo de juntarno y hacer una asentada donde vive la Mayo, la plaza vio? frente a la casa de gobierno. No nos vamo de ahí hasta que juntemos pa` techar la plaza, donde podamos vivir y tener lugar para clasificar la basura que cartoneamo. Como usté dijo es de todo esta tierra. Y por ésta le juro,¡por mi gorra bostera del equipo de mis amores ,Boquita querido! Que el primero en buscar pa` que viva con nosotro, es a ¡Usté DON!

Buenos Aires ya era todo ruido, gases urbanos y muchedumbre.

Extrañamente el pasaje del costado, que se tragó el ensanche de la avenida, alguna vez se llamó: calle del Pecado. Y ellos no habían cometido ninguno.





mabel casas 11 y 12 -3-07 fin de la noche y madrugada


domingo, 27 de septiembre de 2009

Encontrados











Una tarde, el Sietecolores, revolvía brazas en el fogón.

Lo miraba en ese andar como pegado a la tierra. Tendrá mi edad, me dije, y está tan gastada su historia cíclica como la mía.

Nadie sabe el nombre que le consta en el civil. Él es el fuego del chocolate, la alegría rosada del alba y la tinta indeleble de la palta; puro verde hierba y tomate asado.

Vibra en tonalidades, canta en tonadas, del granero al fogón, de la huerta a la huella. En el pueblo parece que en su mayoría nació con percepción torcida; lo ven hosco, gris y en pura sorna lo apodaron Sietecolores. Hay que pararse y dejarse escuchar las voces de su trajinar, les dije.

Y yo. Yo venía con años de conventillo, allá en Barracas. La capital, tremendo monstruo tamaño circo. Vengo hoy, llego y los colores

de este hombre me arden la mirada. La llanura de su paraíso me borra como una goma de banco de colegio; me sienta en la frescura fácil sin noches de café con bata de damasco y ese baile absurdo para ganarme el alquiler. No me tocan. Pero esas miradas empastadas de lujuria, contaminan mi origen de delantal con semillas en canasto, de ser hada mariposa revoleteando silvestres; entre el camino a la escuela entre ir a engordar cerdos.

Cerdos, los que me ahora me dan de comer.

Y siete colores, no me oís; pero me convencés. No vuelvo a Barracas.

Me siento. Bebo su reflejo en tornasoles que atardecen. Recuerdo. Escribía poemas, los perdí en el tren. Volveré al cuaderno en blanco, quizás un verso…más…


Intento

ante tus brazos mi boca

acosa

rasga tomates rojos

alzo y te propone mi mano

cercarnos

en un juego de encaje

una misa de cantos

y un paso de años juntos

sin dejarnos

morir solos


De pronto él se acercó, sin palabras, le extendió su mano y aquellos poemas, perdidos en el tren.



lunes, 21 de septiembre de 2009

Negación evolutiva









Despeñaban estrellas. Sonidos de fragua. Acaso era un tic tac, una campana, un tronador de lluvias en creación. O ese big bang descargando rompecabezas.

Fue la tierra.

Un magma en danza. Un misterio sin revelación.

Abrió la luz. Un espacio ignoradamente en giro, disfrazado de quietud. Sentía silencio y sin embargo un murmullo de semillas, pariciones, ocasos y noches; impregnaban repetición. Imantaba en contradicción, montando una historia en superficie. La vida bautizaba nombre mineral; la vida nacía en vegetal; la vida sorprendió en animal. Se levantó ante los troncos extremos, se descubrió en el agua. Se caminó en desnudo sobre una cáscara virgen sin huellas que plagiar.

Malivi, era un cuerpo, un movimiento, una voz sin lenguas todavía. Enrího parecía su igual. Ambos vagaban. En toda revolución hay ojos, tacto, olores de bandera; buscaban identidad y plantarse.

En el cruce verde con los destellos de un río; comprendieron diferencias. No sabían aún qué era ser ella y él. Pechos y pezones, hueco y pendal.

Todo estaba repetido en punto de encontranza. Todo era multitud de animal y floresta. ¿Y ellos?

Malivi no era una maldición de dioses no existidos, Era creación misma, el ciclo exacto de perderse de las cuatro patas para encontrar el alto en un incierto trayecto de animal a humano. Ella, primer mujer.

Enrího, a la par, había procesado su sostén en los dos pies. Él, primer hombre. Ningún invento, ni leyenda; pertenecían ambos a ese pleno, fraguado desde la evolución.

Despeñaban siempre estrellas.

Habitaban más hembras y machos, crías, hijos, alimentos. Nada hacía suponer que habría un después del fuego, la palabra, una pólvora maldita, una cruz y unas monedas.

Malivi, tendría mil nombres de la culpa y Enrího otros más en el poder. O fue sólo la humanidad la que olvidó el comienzo, creó los mitos y las guerras, los imperios y las penetraciones. Avaricia y venganza por no admitir que aquella Malivi tenía un vientre cálido donde poder ser tierra y fecundar libre.



sábado, 12 de septiembre de 2009

Vida y refrán











Perdido presente o perdido pasado.

Todo flotaba desde la neblina, y un aluvión de pretéritos se le vinieron a trabar de los exiguos pelos blancos, húmedos, que casi ni lo coronaban.

Coronado había sido cuando consiguió al fin tener la valijita. Le costaba cerrarla de cuanta baratija llevaba. Era un cascabel errante, un hacedor de sorpresas cuando la abría. Cada puerta lo esperaba en el pueblo y cada tranquera más allá.

En tanta aventura de caminos iba logrando tener su vaca atada; su tienda y la infaltable piedra en el zapato: su mujer, cuando le insistía en que podía hacerle un zigzag a la negra niebla y mirarse juntos el día en mañanas limpias. Ella era su par, su cuenta cuentas. Su extranjera en esta tierra foránea para él. El hombre tenía una gruesa sombra a vencer por eso prefería vivir el presente decía: hoy miro, y el hoy se le iba en caminatas o en un abrircerrar vidrieras de su tienda. La mujer sacaba genes a destajo de los ranqueles y algún español, que salido como rata por tirante de las entrepiernas violadas de su madre ni apellido dejó. Por eso la valía el pasado, su memoria le imponía cuestionar y trascender todo aquello e insistía a su compañero para que lograra encausar sus transitados amargos y antiguos, construyéndose libre de aquello.

Mi querido turco, pensaba en las tardes de mostrador, mientras él andaba puerteando, ha perdido su pasado tan oscurecido en su procedencia entre lucha de tribus y colonias de blancos.

Pero un día no regresó, alguien vino a decir que seguro se quedó con la colorada: esa de Buenos Aires que venía a cazar incautos para mostrarlos en la Sociedad Rural y después despedirlos con el rabo entre las patas.

No, mi turco solo está perdido en su propia neblina, es la única que no lo deja vivir el presente y nada ver. Volverá. Y volvió reconociendo el futuro, promesa en que se convirtió el regreso; en su autoexilio había raspado hasta el tuétano los huesos podridos que lo atestaban. La neblina era su nexo de escape de tortura de muerto por desierto de puerto de rincón escondido en los barcos que viajó, que no lo dejaba despedirla.

Ya no lo aterraba y repetía aquí estoy morena mía. Aquí estoy estás estuve y estaré, cerrame en tu neblina vencida y ganada, luz abierta matriz tierra. Nada es ya, extranjero de mi mismo.


domingo, 23 de agosto de 2009

Capital, decapitado










¿Por qué tenía que ser Fausto?

Él, que nació justo al fin de la guerra. Él, que ni miraba el horizonte, ahí en Sicilia, donde el mediterráneo no le hacía cosquillas. Él estaba en la cima. Don Fausto el usurero.

A mí me respetan; pero quería que lo envidiaran.

A mí me cumplen; pero ansiaba que no. Ergo: incautaba

A mi me besan los pies; cuando doy préstamos; pero tenía el control de todo salvavidas.

María, su mujer y los cinco hijos, recibían hasta por debajo de sus uñas el desprecio del pueblo por reflejo. Y de él, nada. La cocina tenía fuego, sólo cundo Fausto elegía en el mercado lo que él deseaba comer. Los únicos libros de la casa eran unas miserables libretitas para apuntar los préstamos y en goce, los impagos. Así quedarse con las propiedades de los otros, le era tan fácil.

Era su culto las joyas de la reina, los tesoros del pirata, las posesiones de dios y la conquista de todas las cruzadas. Sin siquiera haber vendido el alma al diablo; por que no entraba en sus planes deshacerse de la más mínima minúscula y sí: aumentar acosar, juntar. Preso de la torre de su fuerte y frente; ante las rejas de lo avaro.

Martín y su barca; sus redes y el apego a sus parientes.

En noches y días sin dormir exigía al mar su paciencia en darle frutos. La causa fue una zozobra y seguía sufriéndola de otro modo. Fausto. Había sido imperioso en su vida, como derrumbe anunciado; pero había que coser los averíos y seguir pescando cada día jornal. Era patético, era, si acaso sobrevivía. Cayó en Fausto.

El usurero, era implacable, urgencioso en su sed de codicia; contaba con la barca, descontaba ya su posesión. Él, que nunca se había fijado en las olas y lo extenso; quiso saborear la nave, verla.

El resto, fueron las restas sus restos. Un resbalón entre barrancos, un desnudo grito de ignorante dejó entrar el agua, nunca tuvo más sal en su poder y el mar lo avasalló. Nadie pudo oírlo, en su eterno sigilo por ganar; fue casi silencioso.


Una barca, un pueblo, su familia; no lo extrañaron…