domingo, 27 de septiembre de 2009

Encontrados











Una tarde, el Sietecolores, revolvía brazas en el fogón.

Lo miraba en ese andar como pegado a la tierra. Tendrá mi edad, me dije, y está tan gastada su historia cíclica como la mía.

Nadie sabe el nombre que le consta en el civil. Él es el fuego del chocolate, la alegría rosada del alba y la tinta indeleble de la palta; puro verde hierba y tomate asado.

Vibra en tonalidades, canta en tonadas, del granero al fogón, de la huerta a la huella. En el pueblo parece que en su mayoría nació con percepción torcida; lo ven hosco, gris y en pura sorna lo apodaron Sietecolores. Hay que pararse y dejarse escuchar las voces de su trajinar, les dije.

Y yo. Yo venía con años de conventillo, allá en Barracas. La capital, tremendo monstruo tamaño circo. Vengo hoy, llego y los colores

de este hombre me arden la mirada. La llanura de su paraíso me borra como una goma de banco de colegio; me sienta en la frescura fácil sin noches de café con bata de damasco y ese baile absurdo para ganarme el alquiler. No me tocan. Pero esas miradas empastadas de lujuria, contaminan mi origen de delantal con semillas en canasto, de ser hada mariposa revoleteando silvestres; entre el camino a la escuela entre ir a engordar cerdos.

Cerdos, los que me ahora me dan de comer.

Y siete colores, no me oís; pero me convencés. No vuelvo a Barracas.

Me siento. Bebo su reflejo en tornasoles que atardecen. Recuerdo. Escribía poemas, los perdí en el tren. Volveré al cuaderno en blanco, quizás un verso…más…


Intento

ante tus brazos mi boca

acosa

rasga tomates rojos

alzo y te propone mi mano

cercarnos

en un juego de encaje

una misa de cantos

y un paso de años juntos

sin dejarnos

morir solos


De pronto él se acercó, sin palabras, le extendió su mano y aquellos poemas, perdidos en el tren.



lunes, 21 de septiembre de 2009

Negación evolutiva









Despeñaban estrellas. Sonidos de fragua. Acaso era un tic tac, una campana, un tronador de lluvias en creación. O ese big bang descargando rompecabezas.

Fue la tierra.

Un magma en danza. Un misterio sin revelación.

Abrió la luz. Un espacio ignoradamente en giro, disfrazado de quietud. Sentía silencio y sin embargo un murmullo de semillas, pariciones, ocasos y noches; impregnaban repetición. Imantaba en contradicción, montando una historia en superficie. La vida bautizaba nombre mineral; la vida nacía en vegetal; la vida sorprendió en animal. Se levantó ante los troncos extremos, se descubrió en el agua. Se caminó en desnudo sobre una cáscara virgen sin huellas que plagiar.

Malivi, era un cuerpo, un movimiento, una voz sin lenguas todavía. Enrího parecía su igual. Ambos vagaban. En toda revolución hay ojos, tacto, olores de bandera; buscaban identidad y plantarse.

En el cruce verde con los destellos de un río; comprendieron diferencias. No sabían aún qué era ser ella y él. Pechos y pezones, hueco y pendal.

Todo estaba repetido en punto de encontranza. Todo era multitud de animal y floresta. ¿Y ellos?

Malivi no era una maldición de dioses no existidos, Era creación misma, el ciclo exacto de perderse de las cuatro patas para encontrar el alto en un incierto trayecto de animal a humano. Ella, primer mujer.

Enrího, a la par, había procesado su sostén en los dos pies. Él, primer hombre. Ningún invento, ni leyenda; pertenecían ambos a ese pleno, fraguado desde la evolución.

Despeñaban siempre estrellas.

Habitaban más hembras y machos, crías, hijos, alimentos. Nada hacía suponer que habría un después del fuego, la palabra, una pólvora maldita, una cruz y unas monedas.

Malivi, tendría mil nombres de la culpa y Enrího otros más en el poder. O fue sólo la humanidad la que olvidó el comienzo, creó los mitos y las guerras, los imperios y las penetraciones. Avaricia y venganza por no admitir que aquella Malivi tenía un vientre cálido donde poder ser tierra y fecundar libre.



sábado, 12 de septiembre de 2009

Vida y refrán











Perdido presente o perdido pasado.

Todo flotaba desde la neblina, y un aluvión de pretéritos se le vinieron a trabar de los exiguos pelos blancos, húmedos, que casi ni lo coronaban.

Coronado había sido cuando consiguió al fin tener la valijita. Le costaba cerrarla de cuanta baratija llevaba. Era un cascabel errante, un hacedor de sorpresas cuando la abría. Cada puerta lo esperaba en el pueblo y cada tranquera más allá.

En tanta aventura de caminos iba logrando tener su vaca atada; su tienda y la infaltable piedra en el zapato: su mujer, cuando le insistía en que podía hacerle un zigzag a la negra niebla y mirarse juntos el día en mañanas limpias. Ella era su par, su cuenta cuentas. Su extranjera en esta tierra foránea para él. El hombre tenía una gruesa sombra a vencer por eso prefería vivir el presente decía: hoy miro, y el hoy se le iba en caminatas o en un abrircerrar vidrieras de su tienda. La mujer sacaba genes a destajo de los ranqueles y algún español, que salido como rata por tirante de las entrepiernas violadas de su madre ni apellido dejó. Por eso la valía el pasado, su memoria le imponía cuestionar y trascender todo aquello e insistía a su compañero para que lograra encausar sus transitados amargos y antiguos, construyéndose libre de aquello.

Mi querido turco, pensaba en las tardes de mostrador, mientras él andaba puerteando, ha perdido su pasado tan oscurecido en su procedencia entre lucha de tribus y colonias de blancos.

Pero un día no regresó, alguien vino a decir que seguro se quedó con la colorada: esa de Buenos Aires que venía a cazar incautos para mostrarlos en la Sociedad Rural y después despedirlos con el rabo entre las patas.

No, mi turco solo está perdido en su propia neblina, es la única que no lo deja vivir el presente y nada ver. Volverá. Y volvió reconociendo el futuro, promesa en que se convirtió el regreso; en su autoexilio había raspado hasta el tuétano los huesos podridos que lo atestaban. La neblina era su nexo de escape de tortura de muerto por desierto de puerto de rincón escondido en los barcos que viajó, que no lo dejaba despedirla.

Ya no lo aterraba y repetía aquí estoy morena mía. Aquí estoy estás estuve y estaré, cerrame en tu neblina vencida y ganada, luz abierta matriz tierra. Nada es ya, extranjero de mi mismo.