viernes, 30 de abril de 2010

Blanco negro rojo. “




“ la decisión de ser es siempre un riesgo”…

oído en el film “el exilio de Gardel”


Pureza blanca. La de Juan y Delfina, entre el balcón de las flores, entre el mar de las infancias. Ella lo besa, el le regaló una rosa.

Cuántas llaves corren el tiempo de las nubes. Ambos crecen mordidos por realidades manchadas de colores que se fueron a lo oscuro.


Delfina camina la vida pesada de memoria, si la ves no reconocerías aquella luna infante del balcón. Sus andares son felinos, trozos largos de cabello como en guerra, poca ropa. Una mirada que taladra, un miedo que se guarda detrás de toda la provocación de que es capaz.

Adentro. Adentro de su cabeza un martillo de suelas pisando sus sesos y pretéritos; que aúlla ante los ojos de un hombre que no puede encarcelar, juzgarlo para siempre lejos de sus vísceras en la cárcel donde excluyen a los traidores de la entrega, la toma y en violencia.

Juan escribe, casi no recuerda ni el nombre de la niña del mar; pero no deja su verso (sin contárselo) de traslucir el blanco en las manitos de ella y su aliento en la mejilla. Aunque cada poema termine en piedra, en proclama, en la muerte de la ideología cansada de ser la causa de estar sólo entre cementerios fantasmas por la tierra nueva. Juan siempre escribe.


Es de noche, la decisión de volver a sentirse vivos, impulsa a los dos. Fogata abierta, puertas contiguas. No se conocen, únicamente tiran al fuego fotos, grietas, cuerpos tomados, odios, pérdidas, indolencias, dolor.

Se acercan a sus puertas, livianos. Hola soy Delfina cuando sus ojos se encuentran. Hola soy Juan, voy a escribir esto.

Una vez me regalaron una flor blanca con tu nombre. Una vez me dieron un beso con el tuyo.


¿El tiempo, el fuego, existe? Caminaron al mar, allá en los restos del balcónde las flores, pensaronque tal vez eran aquellos y que tal vez laspalabras había que volver a gritarlas conla boca, no solo escribirlas.




foto: fotógrafa canadiense Richére David


lunes, 19 de abril de 2010

La libertad de las pájaras







La jaula; en la agonía de su mano y la tensión de todo su rostro. Una esfinge entre negruras y sin embargo, estallan los colores de sus senos.

Si era una pájara libre, por qué las rejas. Por qué no abrirlas a la noche y seguir el inestable canto de un ave escondida en el misterio de su ombligo.

Se vio a sí misma, rompiendo la mortaja. Era bello el pudor de su pollera al batirse con el viento, aún quedaba la aridez de su cabello.

Buscó las duchas, entre brumas, sintió la libertad del canto-cántaro. Desde lo sísmico de su vientre algo titubeó, le gritó el tiempo la no culpa, el desafuero y una carnecita con futuro.

Escudriñó un rincón con olor a cueva, a mínima protección inventada a madriguera; se tiró al cemento partida por los pujos, las piernas abiertas y la hija naciendo.

Envuelta en la pollera, en rastro de sangre placenta; van sus llantos, el de ella y de su madre. El pasillo, la puerta la huída que sabía perdida. Un traspaso apenas entre hendijas.

Corrió aquella transeúnte sorprendida por el montoncito insólito recibido, con urgido ruego. Váyase, entréguela a Rosa, Libertad 78, Avellaneda. Vuele, dígale que la nombre Alondra.

Era otra pájara nocturna, esa mujer aturdida en la calle, mientras resolvía su vida buscando un suicidio entre basuras; supo que ese sería su más alto vuelo con la vida nueva como carga.

Allá, la madre descubierta, un tiro y su militancia en duelo desde su brazo alzado; cayó con la complacencia en su boca. Muerta. Y con su hija libre camino al amor de Rosa, su abuela y su nido afuera.



foto: "allá la luz" de lisandro

sábado, 10 de abril de 2010

Poder residual









Esa basura despechada. La esquina despojada de aire fresco, doliendo una invasión indiferente de bolsas premeditadamente anónimas, calculadamente devenidas también de mugres de mentes ciudadanas.

El mundo escombra afuera de su casa, pasa sus roñas ya no debajo de la alfombra. Se desentiende; y la esquina, los seres claros, los pobres de mesa, los guerreros de utopías; pasan a ser la alfombra de los cubículos privados no privados de caudales.

La sombra suntuosa del country no le alcanza a Rubén Rastreri, para sentirse protegido. Contrariamente don Nicolás y doña María abuelos de los cincuenta, eran felices a la sombra de su paraíso en la vereda del barrio humilde “La colonia” de Quilmes; no los calaba el miedo ni el olor de la basura porque la usaban para turba, alimento de animales y reciclaje.

Otros medios entonces, sanitud de pensamiento, acompasado con la mano tendida entre vecinos y el sudor de un trabajo continuo por módica paga.

Otros medios, hoy, mediáticos, consumisados, mercantilistas, exclusivos y televisados. Basura. Para matar las esquinas donde la gente se reunía conviniendo charlas poli sanguíneas sobre música, deporte, ideas en política, oportunidades, solidaridades, proyectos compartidos y sus amores.

Las oportunidades siglo XXI, son para oportunistas, la fama no es puro cuento, porque lo trasmisible es ley barata, es ley y basura, es ley y dictamina. Entrona o desentrona acorde a su ley de mercado. Si fama logra, logra poder.

Rubén Rastreri opina, entretiene con fastuosidad fatua, con burladores y burlados con baratijas, mientras ejerce dictadura ante sus propios vasallos a cambio de ingreso seguro y abultado. Se entroniza y por los misterios develados a quién quiera ver, de lo global globalizado como mafia que embarra hasta las esquinas; por sus intereses de lobistas, por políticos que corren y corrían carreras tras su silla por ir a Sevilla, los que gritaban a “boquita” con la foto de Evita siendo en conveniencia empresarios de la mentira, o los que de piojos se diplomaron en divos de TV; eso sí, de sólido crecimiento de sus cajas.

Por estos fenómenos, el misterio sabido de causas por unos pocos, pocos oídos por el resto que se convierte en su público incondicional (tanto le carencia aún al pueblo educación y ejercicio del libre pensamiento, como a otros bajar del pedestal de la riqueza individual y vana), lo siguen, le responden, le creen y lo hacen il capo capitalista y un pobre sufrido habitante del barrio cerrado custodiado escondido, por que lo obliga inseguridad “la basura” humana.( santas palabras de excusativa).

Rubén Rastreri, dice era humilde, dice de madre y padre drama, dice de sus hijos y parejas todo permitido; pero miente, miente al que fue, al que parió su madre. Factura y condiciona a ese otro él.

Ese día de entrevista periodista en su “hogar”, colgada de lo que más vende y apoya al mensaje de cierta prensa. (Todo en la misma bolsa de residuos.). Sucedió que en medio de su arenga de sabedor de máximas “sanmartinianas”, de logia pertenecida en soberbia de puntero y no de aquél héroe; un corte en las centrales exclusivas del barrio privado, provocó las sombras absolutas, otra clase de miedo individualista; su vida, sólo su vida era valiosa junto a sus poderes y súbditos necesarios. Pero que allí no estaban, la noches era igual que en cualquier esquina alejada. El fuego despedía un olor profundo a basura de acciones podridas.

Rubén Rastreri agotaba sus fortalezas, aullaba, temblaba como cualquier inocente sorprendido y burlado con cámaras en su programa.; gemía a la par del periodista que lo visitaba para divulgar la “fuerza de sus sentencias”. Ambos de improviso se sentían desamparados acosados por el fuego como familiares manoseados en situaciones de duelo e impunidad y atormentados por las cámaras en cualquier esquina.

Fue un grupo de moradores de una villa de emergencia cercana y bomberos voluntarios (trabajadores humildes con sueldos magros, que dedicaban sus esfuerzos de solidaridad al Cuerpo de bomberos del pueblito a pocas cuadras, dónde estaba la esquina con la basura despechada que iniciara este relato) .Pueblo venido a menos, desde el cierre de la única fábrica cercana de herramientas manuales de huerta que por apretadas vedadas a los quinteros para vender sus tierras a precios basuras, con el fin de lotear a precio dólar y atrincherar un country ,la quiebra fabril fue lógica y lúcida.

Ellos, fueron los que los salvaron de ser cenizas; y se negaron rotundamente a ser televisados cuando sacaban a los exquisitos moradores del bunker de alta custodia; totalmente negros, tiznados eran pura basura llorisqueando, entre ellos el periodista y Rubén Rastreri.



foto: "Weir" de Jane Carr-2006

domingo, 4 de abril de 2010

Romper-rearmar









Saltaban las ovejas. Una, dos, tres no paraban de pasar. No, no pasaban; salían. Y no eran ovejas, eran personas.

Personas que salían del espejo. Como Alicias en el país de las maravillas, se enfrentaban con un hueco, un sol, los naipes derruídos, las armas de las cruces, los vientos de la reina y la risa del conejo.

Quizás todos eran hombres conejos y mujeres alicias, contando el barro en que los siglos los habían desquiciado en el espejo.

No paraban de hablar de sus memorias, de cuando vivían de este mismo lado.

Una escasa brisa y un escándalo de ruido. Silencio y certeza. No habría reverso. El espejo yacía en minúsculos brillosos sobre el suelo.

Aún mi ser, junto a otros de este sitio, los miraba; temblábamos desde ambos grupos.

Y comprendimos.

Todos.

Al fin nos habíamos juntado para rearmar del barro la historia completa, y tal vez lograr aquella risa del conejo y maravillarse todavía como Alicia saliendo en travesía contra los pantanos y las órdenes.



imagen: "el hilo de la neurona" mabel casas