domingo, 28 de septiembre de 2014

Cristales





     La historia de las artesanas de la vida. Pasa cíclica. Pasa sometimiento violencia y alguna vez habría sido matriarcado.
     Ellas son la tierra, el aire, el reino de la hembra madre, pubis y alimento. Ellas trabajan, producen, escapan, ríen y lloran entre la lucha ancestral de no morir en la hoguera, de libertad de género, de no ser uso, muñeca muda, venta o cuerpo en femicidio.

     María no puede más con sus pies, amamanta su beba, lavandera y limpieza para afuera y para adentro Tiene miedo, tiene golpes amoratados en el cuerpo, tiene coraje de hoy de enfrentarse con la denuncia y con las tantas indiferencias que se encontró a voz alzada en la oficina policial. Algo logró, se venció a la mujer aterrorizada, se rebeló. La silla de su casa la recibe desplomada de cansancio y de adrenalina, no fue fácil. Su niña llora, deja su bolso, prepara su pecho y la alza, Momento sublime de comunión, ambas. Un golpe en la puerta, brusco, saltan las llaves, rompen los vidrios, asoma la mano del terror la ira. María ahoga en el instante mientras escucha que alguien se interpone. Sigue la artesana apretando su niña suavemente, canta una nana, ella ya hizo lo que debía hacer. Brota la leche mansa y espera…

     Esta casi niña, es Jiang, apenas hacía ikebanas, apenas comenzaba estudios profundos, apenas juntaba arroz, apenas despertaba con su honorable familia a la adolescencia. Pequeño pueblo, nada fuera de un trato colectivo de cariño de sus gentes. De noche, una, se produjo la invasión del lejano consumo perverso. Varias y Jiang fueron atrapadas, despojadas del pueblo. Mafia de trata, otros países, golpes, amenazadas, encierro, ropas mundanas pocas, prostitución. Tiene un dolor de injusticia y letargo. Tiene una revolución muda de escape en su interior. Tiene miedo de muerte, Tiene asco. Pasa las noches haciendo correr agua por su cuerpo, siempre se pensó río, luego se sienta en la única silla y no puede encontrar el plan. Pero hoy le creció la rabia, rompió vidrios del sexto piso donde la guardan y venden por hora, se arrojó. El viaje fue tan largo, tan corto, no sabe si aún vive o está volando al encuentro de sus antepasados. Entre el gentío amontonado, alguien dice o esperanza: respira…

     Eleonora, hizo un master de informática, la gran ciudad tiene muchas oportunidades, que suerte haber nacido aquí, se dijo siempre. Completó cientos de formularios de ingreso, presentó sus títulos, al fin lo logró. En el cubículo de una inmensa jungla de ellos y computadoras, es un número, una marioneta corriendo la web, los pasillos, el café barato. Emprendió el afán y se dio cuenta de la escalera trepadora, de las sierras, de la avidez, de la competencia entre mujeres y hombres. Sus ingresos y posibilidades de ascenso, supeditados a la primacía de lo masculino. Sus jefes en abusos y acosos, total sobraban postulantes para su puesto. Hoy llueve, el viento le grita a su pelo, empapada llega tarde, todo inundado, los micros no paraban recurrió al subterráneo que apila laboriosos apurados, Podés ir a tu casa, ya te descontamos el día. Se sentó mojando su silla, se paró en resorte, gritó todas sus mierdas recogidas en esa oficina, asombró a compañeros y superiores, nadie osó refutar. Se fue y antes de llegar a la salida, oyó un aplauso cerrado de sus compañeras. Muchas quedan pensando en el tajo artesano abierto…

     Sus antepasados, habían sido esclavos, afroamericanos, robados de su tierra. Shaira siempre desafiante, en pié, con el orgullo de la raza y la dignidad de mirar de frente en igualdad. No pensaban lo mismo, a pesar de los discursos sus compatriotas blancos. Discriminación con máscara, igual discrimina. Estudió diseño de indumentaria, difícil para abrirse camino con su color; pero la hipocresía hizo que estuviera de moda lo exótico. Sus logros, verdaderas artesanías, pura poesía con el color y el sabor de la naturaleza africana comenzaron a ser buscados. Hoy encontró al llegar su local destrozado con escritos chorreando tinta y racismo, ofendiendo su raza, instando a que desista de ser exitosa, ya que los negros no merecen ni pueden estar en paridad de clase. Levanta una silla, no se sienta, en paridad de tribu junto sus amigos y vecinos de diversos colores y procedencias, todo lo reparan. Las cámaras de su local marcan los responsables, sus abogados se ocuparán del juicio y los diarios hablarán de ella, sabe que no la vencerán sus genes apuntalan…

    A Evelyn los días le sonreían, bella, rubia, buena dote, hasta que conoció a John. En principio un noviazgo de Disney. Después una relación de “Atracción fatal”. Él empezó con los celos, con las adicciones, con obligarla a seguirlo, con robarle el dinero, con machucarla, despreciarla someterla. Le pudrió la autoestima, la lanzó a la calle a servir a la noche y a los hombres. Hoy John compró un arma, la nota desahuciada, rebelde hasta los bordes de los abismos, ya no le sirve, pero tampoco le servirá a nadie más, es suya. Ella regresó tambaleante, demasiadas copas, demasiados caminos aplastados atrás; abre la puerta encuentra su mejor trabajo artesano en arcilla destrozado y un casco de bala entreverado. El instinto, él no quiero más, la rabia, el dolor, su cuerpo malgastado debajo del glamour de sus ropas lo enfrentan, el apunta, ella se le abalanza suena un disparo. Ella lúcida, altiva sale al aire libre sin llevarse nada, sólo la silla que era de su abuela cómo buscando vientre donde parirse de nuevo…

   Las mujeres se parecen en algo a las sillas, contienen, resisten, se reciclan. Provienen de manos artesanas y lo siguen siendo. Entre lo descascarado del mundo, un anticuario las cuida como tesoros relucientes y activos. Ellas continúan luchando por cuidarse, perdurar empuje y gritar que no se venden, a diferencia de las sillas.




imagen: 2 Mar Jacobs by Annie Leibovits for Vogue, enero 2012


jueves, 31 de julio de 2014

Albedrío


















       Soñaba y despertaba. Inquieta en la cama austera, fría y sudorosa a la vez. No podía, al llegar a la vieja palangana donde las aguas de lluvia  lavaban su cara; recordar la ventura o la tragedia que la noche le revolvía el dormir apurado. Sabía que eran sueños, pero no podía traerlos a la conciencia.
       Apurada, si, ya lo estaba otra vez, don Braulio al grito como siempre, le cargaría trabajo doble por la tardanza. Había que recolectar flores, hacer los atados,refrescarlos, cargar los canastos, arrastrarlos hasta el transporte para llegar al mercado de madrugada. Luego seguir hasta la huída del sol en el mantenimiento de la inmensa naturaleza- fábrica, indiscriminada; de floricultura techada.
        Recolectar era lo mejor del día, las flores era lo único que ponían colores en su vida y esos sueños mezcla de placer, voracidad y misterio, que de algún modo la incitaban a descubrirse por dentro.
         Palmira ya no era niña, pero en esos parajes no había nada que la conmoviera, siendo aún joven.
         ¡Bruta!. Era el grito de Braulio, no sabés leer, esas son lobelias van en el canasto que tiene su nombre.
         Fue como un trance, de golpe desaparecieron los viveros, el riego, el dolor de cintura por las horas doblada sobre la tierra, abriendo surco, sacando hierba mala, manteniendo vida  sana a sus alimentos de arco iris.  
         Estaba despierta, no oyó la camioneta que se fue a entregar los aromas de esa mañana, ni sus compañeras que iban a otra parcela a seguir el trabajo. Se quedó con un ramo de lobelias en las manos, caminaba sin meta, encontró el asfalto; pero sus pies no lo notaron. Se paró en seco frente a un mástil con risas de niños.
        Se le despertó su sueño reiterado, o él la despertó, alzó los ojos y se vió entre un campo de lobelias ardientes en su floración. En desafío su gesto serio. Vestida como una soberana de albedrío desconocido en violeta,  de su cabeza llovían libros, hojas escritas. Caían sobre ella llegando al suelo en juego de  entrega. Reían como niños.
        Palmira entendió, tenía razón la abuela, soñar siempre es decirnos algo.
        Era corta de palabra, se animó, entró en la escuela ante la cual estaba. Desesperadamente gritó a la primera persona que salió a su encuentro: ¿Aquí enseñan a leer y escribir a las grandes necesitadas como yo?
        
        Delante de la escuela, muchos años después, doña Palmira florecía cada mañana mientras abría su puesto de  flores y ponía precios, carteles con nombres de las especies en cada vasija. Nunca le faltaban lobelias y un libro para engolosinarse leyendo, cuando escaseaba la clientela. Siempre vestía de violeta aún hoy cuando es abuela y vende, lee, se sustenta. A veces, muchas veces, ayuda a los  nietos con sus tareas y las señales de sus sueños.


  imagen:  kirsteb mitchell

martes, 10 de junio de 2014

La justicia de las mulas


Entraban a ese galpón mugroso de madrugada.
    Ahora ya es de noche, el hombre apagó las velas, todas se sobresaltaron. Deberían estar acostumbradas; pero el miedo no cedía. Con voz de mando les dijo terminó el trabajo, sin luz no veo donde puse la paga, mañana veré. Asegurándose cada día que al otro vendrían y que en sombras no se llevarían las valiosas piedras sobre las que torturaba con sus gritos por pulir, engarzar, enhebrar, contaminarse.
    Salen a tientas, a estampida, a buscar sus casas lúgubres pero con familia, algo caliente y unas lumbres de leña. Eran niñas, todas.

    Indira y Aisha, son hermanas, de la mano con sus 7 y 6 años; van pensando en madre, que espera las monedas acuciada por el fin de los alimentos que intentaba estirar. Padre gana en mínimo, trabaja en máximo.
    Comen todos caldo de raíces y algo de leche, gracias a la cabra.

    Rutina del día siguiente, ensoñadas, con frío. Visten mezclado, abrigos dádivas occidentales, con algunas polleras étnicas que cose la madre, de una gastada suya hace pequeñas. La tradición y la identidad, es necesidad espiritual, un contenerse en el vestir y mantener pertenencia a la historia ancestral colectiva.
     Llegaron. A puerta clausurada, el hombre las esperaba afuera. Hoy no se trabaja, mi mujer está a punto de parir, les tiró unas monedas y las corrió desesperado por irse. Mentira. Un ejemplar clandestino como ese, no deja de producir y ganar, por sentimientos y menos por su mujer. Para él, conservador de superioridad de género y de creencias antepasadas, las mujeres seguían siendo invalidadas como humanas, eran desde el nacimiento consideradas como entes de oscuridad e infelicidad, sólo la obligación de servirles sin voz propia.
     La causa entonces. Le avisaron que vendría una inspección por el trabajo de menores. Se repite en el mundo la coima y el aviso de algunos funcionarios.
      Por eso a los varones infantes que empleaba, los apuraba a látigo, para que cargaran las mulas y sacar todo indicio de lo que allí se hacía, nunca hubo controles por aquí, algo esta cambiando y no me gusta, pensó. Y siguió a fusta endurecida con los animales.
      Tan mansas las mulas, tan animales de carga, tan empacadas a veces, tan justicia, Se desbandaron, le pasaron por encima, huyeron y los niños también. Hay coces mortales. “No hay patada peor que la de mula mansa”

       Qué fiesta, las dos caminan sin apuro, sin espanto, sin saber lo ocurrido cuando se fueron; llevan las monedas a su madre. De lejos vieron despedirse en abrazo cálido al padre que regresa a su fajina. Eran felices a su manera, se respetaban, se ayudaban. Él algo sabía de letras y de historia, por eso nombró a su primer hija Indira, primer ministra mujer y defensora de la independencia de este, su país. Soñaba con el mundo igualado, que acercó al pueblo aquel luchador que le contara su abuelo: Mahatma Gandhi.
      Las chicas, cuentan lo sucedido a madre y salen a jugar, por fin el sol es para ellas. Juntan semillas, piedrecitas arcillosas y se hacen pulseras y collares, Enhebraban colores libres lejos del tugurioso patrón. Lucen bellas en su propio tiempo, el que les pertenece: al fin infancia. Recogen flores y pastos que parecen mariposas, aunque el paisaje es árido, hoy tiene el aura del descubrimiento.
      Cómo será la India, pregunta la más pequeña, la otra le respondió: Ésto es India. Este lugar también, gritó Aisha asombrada.
         A la mañana siguiente, supieron los sucesos en el galón mugroso. A los pocos días se acercaron errantes, las mulas con sus cargas, a las mínimas casas alejadas; donde vivían los niños. Buscaban voces, calor alimentos y una natural vida animal.
   
        Nunca les sobra el dinero; pero van aprendiendo a trabajar en comunidad con el regalo de las mulas. Los hombres con sus hijos van en principio a vender collares y brazaletes. Las mujeres reciben de sus hijas el arte de jugar, jugar ahora sí, enhebrando, engarzando creando arcoiris de pedrería. Devuelven las gemas preciosas que pertenecían a la tierra, y usan solo las humildes luces que se encuentran diariamente en los caminos alejados. Con las ganancias comprarían telas, venderían polleras con vida e historia, en Nueva Delhi. Así revelan cómo viajar a la ciudad, y el puedo de la firmeza propia.
       Planean conocer letras libros números y avanzar. La pobreza por ahora no cambia demasiado, pero están revividos en ellos, no pasan hambre. Y aunque no sea para siempre, hoy y mañana será la meta, cada día.
        Alguna semilla brotará en esa tierra yerma.
        


imagen: Ahmad Masood-reuters-nueva delhi

jueves, 22 de mayo de 2014

aleggro



    la ovaria se masturbaba en la quietud de la noche solo la incitaba su placer llevado en rápido en ligero por el piano de martha argerich  la ponía cuando el instinto le pedía el viaje con la música de Scarlatti y su sonata en re menor esas partes de puro cruce de manos in crescendo la sumían en el comienzo de su propio sexo y en la ansiedad de su respiración corría corría la música salía fuera del cuarto salía afuera de ella desde su orgasmo giraba en marfil blanco en sostenidos y bemoles negros sin buscarlo atacaba la erótica del espermatozoide que en otro cuarto en otra morada desesperaba con la música que llegaba tensionaba erguía eyaculaba en ambos casos las manos ovaria y espermatozoide sentían la sonata en ellas no no era la soledad eran las notas eran sus carnes al viento liberando seducciones en sus cuerpos agradecidos poco pasó hasta que un día real ovaria y espermatozoide se encontraran sentados en un concierto uno al lado del otro sin conocerse no les gustó lo que oían se levantaron y se fueron chocaron en la puerta de salida sorprendidos de haber tenido la misma reacción te vas pregunto él y ella respondió si tan desagradable  que ahora me nacieron unas ganas enormes de escuchar a Scarlatti entonces el ofreció tengo la sonata en re menor querés oírla en casa ovaria aceptó descubriendo al llegar que solo vivían con un piso de diferencia así que siguieron escuchando juntos la sonata de scarlatti ya las manos sólo para las caricias viceversa ya viajando con las teclas de argerich 

 

domingo, 30 de marzo de 2014

En coraje, en beso




       No subas.
           Estás loco, arriesgo vida para seguirte.
           Si subís nos matan
           Sofía tiró el escaso equipaje, lo tomó de los brazos; Simón no tuvo reacción, lo inclinó hacia ella. Se apretó a su boca. Estrategia.
           De lejos se olía pasión, desgarro, desesperación, “danger” decía el cartel luminoso, arrancaba el tren. Se arrancaron del abrazo.
           Ella y su disfraz, modelo de alta costura, quedó mustia, desconcertada. Intolerante por dentro, a qué se enfrentaba ahora, se preguntó en un andén vacío, gris anochecido.

          El hombre que la vigilaba sombra, sonrió; era malo el dato que me vendieron, sólo son dos comunes cobardes de amor o quizás el vendido soy yo.
          A Simón también lo controlaban aunque vestido tan exquisito hacia dudar que fuera él. No le fue difícil, sabía quién miraba, se escabulló en la primera estación de un pueblo habitado en su mayoría por gente de su raza negra.
          Los dos eran militantes de un país medio isla del caribe, llegaron con la misión de presentarse como eruditos de la moda en un canal líder de este país, que ejercía su poder sobre ellos. Denunciarían, reclamarían e informarían que su pueblo no quería ser adjunto, aún cuando a los ojos del mundo eran beneficiados desconociendo bloqueos, imposiciones de comercio y bases navales contaminantes por sus secretas actividades.
         Toda tierra anexada, como la suya en esas condiciones, los imponía ciudadanos de segunda ante quién excusaba patrocinarlos para darles más oportunidades. Mano de obra barata eran, puertos y hombres tomados eran. Punto estratégico eran.
        
          Sofía tomó otro tren en dirección contraria antes que su guardián viera la jugada. Si los habían descubierto, alguien los había vendido. Había que deshacer el plan. El problema: cómo  salir de allí o enredarse a todo sin simulacros. La traición allí se paga con una bala, lo sabían ambos; pero lo que les martillaba era ese beso en el andén superando la maniobra. Nunca se habían visto, la operación lo requería.

         A días, salieron con sus ropas rutinarias de siempre; pero no al lugar de siempre, dónde reciclaban planes con otros. Hicieron lo contrario, sin ponerse de acuerdo se metieron en el centro de la boca del chacal. Lo sabían. Cada uno hizo llamados a la prensa extranjera, citándola frente al máximo organismo oficial que los subordinaba.
         Se sorprendieron al verse, se entendieron en las pupilas, Dijeron a corresponsales del mundo todo lo que querían decir. Aún después de las dos balas certeras, lo sabían, se arrastraron, se besaron.
         Luego las fotos y los titulares. Los diarios oficialistas anunciaron: Fracasó atentado de dos terroristas armados, fueron arrasados antes de que dispararan contra la prensa extranjera.
         Los diarios extranjeros informaron: Frente a nosotros fue ultimada una pareja de militantes por la independencia de su país. Unidos, denunciaron su lucha  y su intenso amor, así murieron: en coraje, en beso.


fotografia de annie leibovitz

sábado, 8 de marzo de 2014

viernes, 28 de febrero de 2014

Era libre, antes, ahora más














         Siempre desafiante, aún cuando lo espera enojada.
         Por que llegás siempre tarde Juan, me ponés los puntos, me perseguís en lo que hago, nada tiene que estar fuera de tu conocimiento; no me explicó yo misma porque sigo atada a tu obsesión.
         Porque me adorás guacha, sin mi no sos nada. Pedazo de carne diosa, susurraba y luego reía compulsivo agregando; pedazo de carne idiota. Quién te va a mimar en la cama y marcar la cara como yo.  Si te perdono todo mi amor. Sabés por qué, porque sos mía.
         Carla, toda ella atributo, era libre, antes, ahora más. Su único error ese hombre, su desdén, su rabia, su verdugo.
      
        Juan la sueña, la cela enfurecido, la ve desnuda en la cama, quisiera decirle perversidades y ternuras. Ella quiere un hijo, la odió por eso, por querer compartirlo, a quién le interesa un pibe. Solos, margarita mía. Solos, le decía usurpada por los pelos. Solos. Sos una cualquiera, te banco de lástima de asco de loco por vos nomás; no debería si tengo a la Elvira loca por mi, santa mina. Pero a vos, yo, a vos, no te dejo ni un segundo; viví para mí.

       Carla preparó algo en un bolso, decidida, había resuelto sacarse la esclava del cuerpo, sacó un pasaje, se sentó a tomar café en la terminal de micros. Algo le temblaban las piernas, arrugaba miedo su cabello; pero no volvería atrás.

       Juan le muestra una foto a su compañero (no era la mujer que le conocían), no es una brutal mujer pregunta; le dije…le dije…viví para mí, pero ese día fue: morí para mí (no era la causa que contó). Y ahora me tengo que bancar un hijo mío que tuvo la Elvira, la muy yegua, no preguntó, no consultó; en cuanto venga los boleteo a los dos (no era un arma lógica, pero artera, la faca que le mostró). Yo siempre la sueño a Carla, la tengo conmigo acá y golpeaba su aplastado colchón de cárcel.

      Cuando Elvira vino el día de visita, Pedro el compañero de celda se adelantó y le dio un papel arrugadito a escondidas, ella sorprendida mientras aguardaba lo leyó de un saque: “te va a matar a vos y a tu hijo, andate lejos por un tiempo”. Elvira desapareció corriendo. Entonces era cierto que él cometió femicidio, no fue como le contó, una encerrona de la policía.

      Puede ser que los dos se salven de este hijo de puta; se dijo Pedro, él que extrañaba tanto a su mujer y a sus tres hijos; desde que su jefe lo usó de gil expiatorio para robar  la empresa. Aquí, se aprende por presión a dejar de serlo. Por eso “el cobra cuentas” tenía que saber la verdad, te digo que mató a esa bella mujer que tiene en la foto, solo por posesión siniestra.

      La cárcel tiene distintas formas de hacer justicia.


imagen: l vuitton


lunes, 27 de enero de 2014

Eslava Buenos Aires


















          Ella brotaba del aire y del agua. Llueve en Buenos Aires. Camina, mana sobre mojado, debajo, entre. Su mirada en las gotas de vereda. Encuentra en su mente lo que pisa, el río urbano lamiendo el cordón, un papel arrugado, un cigarrillo inerte, el manojo de pastos verdes agradeciendo los desagües.
          Lenka debería parar, secarse; vuelve hacia ella, es verano se dice y se vuelve a ir
          La música del aguacero la embatió. Igual que aquel día, empapados huían abrazando los instrumentos. Estaban en pleno ensayo de la  filarmónica de Belgrado con Milko; ejecutaban a Dvořák. El techo se desplomó, retomaron los acosos aéreos. La vieja Yugoslavia lloraba impotencia, los intereses políticos enfundados en luchas étnicas enmascaraban una oficiosidad internacional. No se pueden estropear los negocios. Y el pueblo muere, odia, huye, vencen y son vencidos, sin elegir el horror.

         Pero revirtió definitivamente a ella, aquí solo hay truenos, “tormenta de verano” dice doña Clara la dueña de la pensión en que logró sobrevivir,  y vivir luego, lejos de su tierra y de Milko. Ni siquiera supo donde quedaron sus huesos, mientras la separaban de él, mientras caía su viola, mientras la violaban.

         Porque lo amó, a su hijo lo nombró Milko; aunque no era su padre, le contaría al ser  mayor la historia. Esa identidad que hoy la lluvia y sus sonidos le impusieron, hasta las lilas florecidas arraigando viento, los balcones labrados de este antiguo barrio de Buenos Aires. Si hasta oía la danza eslava número veinte, lo último frustrado de aquel ensayo.

        Bajo un balcón cercano un hombre sin luz en sus ojos, ejecutaba una viola, tenía a sus pies un cartelito junto a un desteñido sombrero: “Soy Milko, gracias por su moneda.”



imagen:  Evstafiev-bosnia-cello