La llamaban Noche y sudaba el tango.
En 1945 cada esquina tenía el anochecer como flores de ojal mustias pero olorosas aún; zaguanes por donde se salía un bandoneón a fuelle abierto melancólico. Sangrías de arte, carencias, bares, cortejos y Buenos Aires.
Julián subía las escaleras, se sentaba en su rincón del fondo a escribir letras anónimas, huidizas de testigos. Es que aquel angosto balcón sobre la plaza Dorrego lo atraía. Se sentía tan pegado desde esa mesa, que oía abrir sus puertas y nacer lenguas atrapando presas del afuera, lamiendo sus papeles como una mujer desnuda.
Hace dos horas que te miro…, escribió. Hace dos horas te respiro…, dijo una voz en su nuca.
Creyó que había explotado su lujuria en bacanales de la tinta acusando su locura.
Creyó ver una mano de uñas rojas, emergiendo de sus hojas, un cuerpo de olores agridulces con cabellos cortos negros resbalando hacia sus ojos.
Es de noche y acabo desbocando mis fantasmas; mucho tabaco Julián y esta copa de tinto sin tocar. Sin embargo le persistía un sabor a uvas oscuras. Dantesco Julián, se te saltaron las cuerdas.
Hace dos horas que te miro; y me pregunto si decorás el lugar hecho en cartapesta, tenso parece que escribieras; es que si sos de hueso y carne no podés ser indiferente a este tango, que a mi me detona la cabeza.
Recordó, como rebobinan las películas en el cinematógrafo de la vuelta; hacia atrás, más atrás, la vereda. Sí, de afuera se oía música, cómo sucedió, quién desató los hilos de sus neuronas. Corría hacia atrás, más atrás, la escalera una tarima un cuarteto y un minón. Ésta frente a él, bailaba con un rubio desteñido con cara de estar al borde de un naufragio en el pacífico; no, no entendía nada de esa danza.
Él tampoco hasta allí, ahora sí. Ahora sí ni locura, ni apariciones ni el vino: Ella.
Bailás, dijo él y se asustó, nunca lo había hecho. Me llamo Noche escuchó transpirando su paso fatal de levantarse hacia la pista
Iban cada atardecer, y no se separaban, cuando el balcón cerraba; cruzaban en silencio la plaza y al llegar al medio, se enlazaban y seguían bailado como si el empedrado y San Telmo compusieran compases mudos que ellos aprehendían por las suelas y les crecía en sus desnudos apretándolos.
El balcón. Y nosotros. El balcón y Ellos.
Noche y Julián no se pierden como nosotros, mantienen su tango, aún bailan tan lánguidos, abrazados y juntos en su historia; en la pared del costado. Ahora son los ladrillos, las altas y angostas ventanas quienes les pasan la fiebre a la sangre de notas desde cada postigo.
Ellos bailan. Yo los veo, los sigo, me imantan más vivenciales que nosotros, aún se aman; fieles permanecen, mataron al tiempo.
Hace dos horas que los miro…y te los muestro compañero mío.
Antes de irnos brindamos con Pablo, y tres copas de vino que no pedimos para des pedirnos.
Se nos acabó el tiempo y el beso de amor que hicieron dos horas de engaño en la magia del balcón. A Noche y a Julián les queda la danza, lo adherido y toda su eternidad.
agosto,17,madrugada 18-07