lunes, 21 de mayo de 2012

Ceremonia












Mareada la tarde confiaba. Entre tanta bulla agazapada, debería revelarse la razón.
   Las espumas pasaban como babas. El grito, los, muchos mezclados con chillidos y estampidos agudos penetrantes; graves como quejas de trombón. Encantos como fibras en sedas de cuna y nana.
   Ella latía entre miedos y escozores, pasará, se espantaba mientras lo decía y se tomaba de la mano como sosteniéndose.
   Era la piel de una leona venida a menos, una primera bailarina de puntas vencidas. Temblaba ante lo desconocido como los restos completos de un otoño. Sabía que estallaría el verano en segundos sin embargo.
   Entre las excitaciones de su cuerpo y el afuera, alcanzó a distinguir una palabra, ahora!
   Dos palabras. Calma amor!
   Tres: puje, ya sucede!

   Parto celebrado, la beba en sus brazos y el beso de él.
   La tarde sabía por que confiaba, ya la vida había madurado su fruto otra vez.


lunes, 7 de mayo de 2012

A veces, el encuentro...









  Solidario. Sí, Francisco era solidario. Pero últimamente, todo se le venía en picada. Buenos Aires perdió el encanto de dar posibilidades a los buscavidas callejeros. Es cierto, que antes no lo había sido, cuando fue mozo en la “Richmond”. Entró joven, prolijo, era un digno señor en su traje de trabajo. Hasta logró entenderse en inglés por atender a tanto turista que andaba por el microcentro.
    Pero la reliquia de un pasado dorado de la confitería, los parroquianos célebres en el arte, su arquitectura y su inmobiliario como heredad cultural; no le importó a nadie de los que podían frenar el cierre; sólo algunos ciudadanos y los que allí trabajaban intentaron por mucho tiempo resguardar lo que ya era negocio de otros. La vendieron a un emporio de zapatillas de marca.
  
    Después fue mantero en Florida, la peatonal, le costaba alejarse de esa calle donde estaba el antiguo lugar de aquel mozo. Pasó a vendedor ambulante por calles, por ruedas en colectivos, trenes y subtes, De incautarle la mercadería a correrlo, se generaba la frustración. No pudo mantener mucho tiempo la indemnización. La Jessica allá en Barracas, dónde vivían, se estaba cansando, ella le gustaba el glamour del ruido en la bailanta, y ni para el alquiler alcanzaba. Por eso cuando se fue le deseó suerte, ahí volvió a ser solidario, si ya no compartían a codo, mejor probarse solos futuro.

   Así fue como decidió irse de caminante a vender abanicos, esos de los negocios de todo por dos pesos. La mujer china sí, que también era solidaria, se los daba de su propio negocio (él la atendía en la Richmond y nunca dejó sin correrle la silla). Zhuo, le marcó un lugar perfecto para vender: “zona roja”, “elemento erótico” le había dicho.
   Allí conoció a Juana (un calco casi de la historia de él), ella vendía condones y todos los días, de sus magras ganancias le compraba un abanico, los amaba. A poco se dieron cuenta que sus miradas hacían caminos de idas y de regresos entre ellos.

   Llovía tanto ese día, me voy dijo Juana y él también. De sin invitación, se fueron juntos. Calle de tierra inundada, la casilla de ella a diez cuadras del colectivo. Cuando llegaron sirvió sopa caliente, y ahora cuando abrió la puerta del cuartito de dormir, Francisco siente repiques. Está como alfombrado, tapizado, enmagiado en abanicos, cuelgan como pájaros de la ventana; es mi camino vida calando deseos, explica orgullosa Juana. Estonces él solidario, le saca la ropa mojada, la seca como un tacto infinito; se siente digno señor de Juana. Abre su bolso la cubre de abanicos. Ella solidaria con ambos, desliza  condones sobre las sábanas y juntos entienden; remontarán deseos para conllevarse vivos.

  Tenía razón la china Zhuo, “elemento erótico”.