domingo, 24 de enero de 2010

Infiernos y mansedumbres










Sacude la modorra perdida del reino.”Ese día no vuelve”, tampoco volverá Pavese. El libro quedó revuelto entre las sábanas y la siesta apretando vapor barroco excedido de calor.

Así es el pueblo tras los postigos, afuera algún perro tose polvadera, nadie más. Nadie más en su vida tampoco.

De golpe cree haber dormido los cuatro solsticios, un fantasma de noches se coló en su cuarto. San Luis completo entra en cataclismo, retumba tiembla, llueve por truenos que los rayos desangran. Marieta Raíces corre abre las puertas medio sin ropas es un coro de gritos la tierra, socava penumbra entre cuerpos.

No sabe cuántos cayeron ni cuántos han huído. Murmuran murmullos, quejas de espanto un resto de pueblo.

Es como si una garganta oculta no se atreviese a pronunciar terremoto.

Ella ha dejado de correr, casi hasta de vivir, No vuelve la siesta, ni el día, ni siquiera el verano. Sólo pilas de muertes. Ni el perro, ni los postigos.

¿Respira? Expira y aspira. No sabe de miedo, no sabe más que aquel nombre que le resuena su sien: Martino Paredes, martirio se dice, martilla aquel hombre por dentro. Marieta se nombra y se machaca: no vuelve.

Las grietas son cornisas, la noche infinita, transcurre, amanece.

La mujer del alba. Ella. Y su casi sin ropas parece entregada.

Llegan los primeros a socorro, es poca la gente que encuentran, la tierra casi ni tiembla. Está viva, alguien grita. Alguien la toca. Entre sus imágenes de una siesta lejana, intentan sus ojos abrirse, sólo siente un cuerpo a cuerpo, brazos de hombre que la levantan.

No mueras, escucha…es voz de Martino, es eternidad de amores. Es la tenue precariedad de la tierra o el cielo.



28-12-09 ( a veces siento que el eje del mundo avisa lo que se prepara, aún desde el trance literario)

domingo, 17 de enero de 2010

y por si más…












Tiritaba rabia. Emperraba bronca. Se puso sus mejores ropas y salió del pueblo.

Ese no vuelve, le dijo el insulso García, el panadero. Por qué no se miraba él, que la vida se le había metido en cada pan. Y hasta de amargo la factura le salía ácida que ni acompañaba gusto a su pobre mate solo en la cuadra.

Ella claro que lo sabía, claro que odiaba a Luis por haberse ido dejándola con el crío. Pero bien estaba su conciente, cuando primero se odiaba a ella por haberle creído como una ingenua muchacha del siglo pasado. Lo cual decía de sus propias falencias de olfato, dejándose ser un complemento acuciado del otro, carne para chusma del vecindario.

Hacía cinco años, los del hijo, que García la perseguía con suciedades de oferta, total mujer sola sin marido no tiene de qué cuidarse, le decía.

Mandó al chiquero lo que no le servía, y a García. Tomó el tren con Nico, su niño. Llevada por los rieles en tropel de correntada. Le ardía aún la frustración de tantos carruseles perdidos, de años enlazada por la misma soledad. En la primera estación, ofrecían agua fresca por nada, le pareció un gesto nuevo. Ambos tomaron. Cuando el andén quedó sin ruidos, ella allá en el tren empezó de nuevo la vida. Nico se le dormía en sus brazos y de su boca salió una nana vieja, quizás su madre, quizás la abuela española recargaban cuerpo. Un olor de hinojo se hundió ventanilla adentro junto a semillas livianas de yuyos silvestres. Se dejó dormir Celeste Cuevas en ese rincón de purezas.

Cuando llegara a la Terminal, sería una mujer sola con la sabia premisa de que la vida se busca y se pelea desde adentro, aún con un crío. Bajó. Se dijo, y por si más, se me respeta


lunes, 4 de enero de 2010

La mala opción







Esa mala hora de venirse. Corriendo el último tren a los suburbios. El trabajo, el frío, el desabrigo; el deseo de mirarla otra vez.

Desteñida, fugaz; la vio subir al primer vagón.

Creyó llegar, buscarla; y al arranque del tren, en el andén, la divisó abrazarse amante con otra mujer.

Esa mala hora de venirse.

Quizás debió quedarse, dormir con Juan y consentirlo.




( mis respetos al libro de García Márquez “La mala hora”)