lunes, 1 de febrero de 2010

Ignorias







No sé.

Cuánto no prometían esas dos palabras. No sé. María se lo repetía a sí misma y un borde de frontera se le presentaba en la conciencia. Habían hecho las cosas bien, decía su hermano, en qué momento se torcieron. Ése, era la vida por respuesta.

Y otra vez el No sé. Cómo dejar de lado la incerteza y de golpe mirar que los planetas siguen girando y los brotes estaban de nuevo ahí. Saber que en la margarita rosada del patio sus viejos no se habían ido del todo y que allí tenía su lugar de ciclo. Y el amor. No sé. Para Juan

Tampoco.

Se había deslizado en el callejón de los susurros, de suspiros y llantos, de las carreras por poner una tarjeta en el reloj y de la puta causalidad que el zanjón del miedo estaba en ella. No sé. Y el agua tendría que descifrarlo. Sabía que una ducha no es recetario, pero limpia y aleja de los rieles y poltronas. Quizás el No, sé cobraba tirón de arranque.