lunes, 28 de junio de 2010

Futuro pasado mío











    Vení pequeña Pompadour, sacudite por un rato el papel picado, sentate, ¿puedo contarte algo?
     Dicen, ¿sabés? Que el rosa es de nenas, de sueños, de horas ingenuas; así como la tela que está en medio de tu disfraz. Curiosamente te pasa por los botoncitos de tu pecho, el centro de tu cintura, acuna tu vientre y casi como sagrado o salvaje te tapa agujeritos, te roza de seda los pies. Que sí que parece un milagro este cuento; porque veo tus blancos zapatitos tirados, que me gusta que me escuches descalza.
     Te hablaba del rosa y de tu vestido, porque…

     Érase un abanico que te tenía por dueñecita rosa…Cuando pasó tu edad a ese color se sumó el verde como tus ojos, amaste los horizontes abiertos; entonces ya no te ponías en la piel disfraces sino que buscabas espejos.
      Espejos de veras, de agua de ojos, de papel escrito de sueños de trigo, de lazos de sangre, de pares, de pueblos con pies liberados. Caminabas y aprendías, descubriste la arena, el asco, el deseo, el sudor de ganarse comida; el apuro por ser lo que decían se debía ser y la sublimidad de ser madre.
       Sí, caminabas pero también te caías; con el tiempo que pasa y se queda, se va y no vuelve y que al fin no cuenta porque nuestro tiempo en realidad es cada día, una gota, una gota como un día, a día, a día…
       Dicen también que toda fruta: madura, que toda raíz: subsiste; que la vuelta a la tierra siempre es posible; entre topadas, arrastre y corajes, en esas gotas cada día…Encontraste, aquel minuto de huída y regreso.
       Sumaste pulpa a la carne viva.
       Y al verde se agregó otro color, este que es ahora tu piel a punto…y  seguido. Sumadas tus tintas escribientes, a seguir sin puntos suspensivos.
Colorín colorado…la niña rosa, es ahora una mujer roja. Vos. Hoy. 

       Ya vez, pequeña Pompadour de mi foto, acabo de contarte tu futuro pasado mío.
 

martes, 22 de junio de 2010

Descariciada











     Me mata Damiana. Su mirada, su gesto, su pose desprotegida e indefensa; me mata. Qué nombre tendrías Damiana desde tu etnia aché. Quizás tu tribu, esperaba hasta ese año, en que te ahuerfaron de todo, para definir como llamarte de acuerdo a tus maneras y tus dones. Seguramente sería bello ese modo de nombrarte, porque seguramente eras una niña amada y amadora, feliz. Tan genuina e inocente entre tu tribu y la selvavirgen, tan virgen como vos, Damiana. Si te hubiese encontrado como en esta foto, que muestra la tortura que le hicieron a tu esencia libre; desgarrada de pertenencia, de madre, de voces y lengua, de cultura y paraje. Te hubiese nombrado Lágrima, Dolores, Descariciada reina.
      Hay que ser animales humanos, bestias; para no conmoverse ante vos, viva, para que aquellos te consideraran Nadie, menos que ninguno, más que para ser esclava y  para  interés de los mengueles de la ciencia, de los putos museos de seres como nosotros mismos. Que pasaría Damiana si mañana yo fuera la muestra en un observatorio de Júpiter, el esqueleto sin cabeza arrumbado en una bolsa, un dato en un papelito que le cuelga. Que pasaría humanidad, si todos nos convirtiésemos en cosas ocupando una vitrina, qué justicia te usó Damiana. Qué justicia nos desusa y desusamos.
       Mierda que me duele, que me avergüenzo de mierda ajena. Mierda que pido perdón por los cómplices y el silencio. Mierda que esto se sigue repitiendo con otros nombres de las causas, con otros nombres de los individuos, cáusticos asesinos que no merecen ni tener cráneo ni vida nacida. Percibo que te amo, mi niña.Necesito extenderte mis brazos, para consolarte y abrazarte.

      “No sería lo que fui si hubiera vivido la paz de mi grupo. No sería la esfinge del no entender y pedir a grito por las manos que siempre me tocaron de parida, por el pecho que aún me daba leche, por las hojas que me hacían de vestido y unas cosquillitas de narices que mi  madre , mujer niña,  me hacía y nos reíamos. Su olor, no me puedo despedir de su olor, tan mío y tan de ella, tan raíz y pulpa y abrazo y cuidado.”

      Su voz  acaba de dictarme el párrafo, no se si en su idioma o en el mío; pero llegó. Seguramente este aroma a flores blancas viene de ella y de su largo pelo que no debieron ultrajar. Gracias Damiana por ser tan intensa y dejar que te sienta carne fuera de la foto. Merecés la vida y tu reencuentro.




disparador: un artículo de Osvaldo Bayer: “Damiana” 1893-1907
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-147899-2010-06-19.html

lunes, 14 de junio de 2010

Tarde, hora tres









        Como siempre el deseo. En la humedad que deja el sol, con espumas que fosforecen. Es bueno para Lola llevarse a los ojos esa muchedumbre de estrellas que tiene por techo.
         La música de la geografía es humana compañía.
          La música de Dante es mejor compañera aún, piensa.
          Pero él no está, ni la puntilla de arena abrazada a las aguas, ni la llanura después, ni el río lo traen.
          Prefiero el día con sus trajines y sus expediciones, logra mis laberintos abiertos; en los enjambres de alamedas con alas vigías y conciertos, en los hallazgos mudos de los médanos. Imposible no revivir un viejo anillo de tres círculos con vida brillo en sus diminutas marquesitas.
           Lo había encontrado a él allí, hace tanto de tiempo, con su ajetreada guitarra, sus vientos de voz y el mencionado anillo que descubriera días antes, perdido, anónimo; le fue regalado.
            De tres círculos. Vivieron juntos en el primer círculo, en el segundo se fue a Buenos Aires.

Hoy Lola refleja en la ventanilla del tren su gesto de ausencia.     
            Llegó a las calles de esa urbe ciudadana, que se la devoró antes casi de percibir que eran las tres de la madrugada; solo gatos, sombras y algunos olores, entre necesitados de la basura para sobrevivir y algún rezagado de por vida durmiendo su vereda rincón; o de momento mal elegido destartalando su ser adicción o apresurando miedo para llegar a su casa. Transportes casi nada.
            Tomó por el medio de la calle, que le devolvió ser libre.
            Como siempre el deseo. Entre silencio y vigilia, recelo y edificios a persianas cerradas, lo buscaba a él. Tenía un dato, un barrio, un número. Mejor, en esa plaza el aguarde, en ese banco dormir.
              El día la inquietó, ni abrir los ojos, que una multitud de idas y vueltas la rodeo, la pasó, seguía. Bocinas y frenos la única música.
               Ahora sí, iría a encontrar u casa, un cielo libre, unas risas rojas de niños en juegos, los verdes soleados y el traqueteo obrero, le dio envión de pasos.
               Llegó, el cartel decía, dice, leo: se alquila. Lola congeló su deseo. Preguntó, buscó noticias en un bar. Nada. Abrió un negocio a su lado “venta de cosas usadas”; ahí estaba la guitarra de Dante. Entrar saber, morir; Lola compró el instrumento, unas flores y en la calle esperó. Sabía que iba a encontrarlo.

                  Dicen que el camionero no pudo frenar.
                  Dicen que eran las tres de la tarde.
                  Dicen que fue en el tercer círculo donde el deseo los dejó entre las muertes.
                
A todo sol en esta hora estarán mis laberintos abiertos, Lola impresionada aún del salto hacia atrás, de ver flores y guitarra muertas en el asfalto; se impulsó camino en reversa. Ya viaja en el tren. En la ventanilla refleja un gesto de no espera, una sensación de apuro por volver a sus fuentes y no dejar huir al deseo. Mientras Dante en aquel negocio de venta de cosas usadas, se decía que su ser errante, había des usado su vida otra vez.


imagen; "reina de alameda" de mabel casas

domingo, 6 de junio de 2010

Tampoco volvió








                                                                 "Canta el pantano,
                                                                  arden los árboles, "......
                                                                                 Blanca Varela


       
      Tarde la puta salió ese día a su trabajo. Sin ganas ni mangos, por  su cuerpo ni en los bolsillos. María tenía de tiempo
el alma seca llena de rastrojos. Vivía entre flecos de ropa distante, de otros días cuando el amor era suyo y su cartera quieta en un cajón.
    En aquel entonces la casa era oasis, plantas luces, mantel para la cena y unos escasos diecisiete años saliendo del secundario. Leía viejos libros de pensamientos, quería descubrir como era no tener dueño y elegir su vida. Otras noches sacaba de su mesa de luz, visiones de utopías latinoamericanas, y alguna vez peregrinó por ellas con el hombre que acompañaba su vida. Un día cualquiera se lo llevaron.
     Después de la falta nada. Caminos en puertas palabras rogadas, y ella, con las frases de sus libros mezcladas en la cara no entendía, aún cuando debía esconder sus propios huesos, para no ser también, una menos.
      Años pidiendo paraderos. Años lentos, quietos, sospechosos años sin respuestas. Perdiéndose de su familia por la urgencia dela búsqueda.
Desbarató casa, vendió libros, cama y colchón del amor atestiguado. Le quedó un vacío de cocina, en su bolso y en el ser.
      Sus ojos, en los pañuelos.
      Se recibió en caminante de cartera colgada y sin que alguien le avisara se estableció en puta por hambre, en mujer de minutos sin libreta; en la muestra desvariada, que le dejara el desatino de vidas tomadas en arranques de poder.

Vivió pisando simplemente, las orillas de su propio pantano. Ése que le cantaba al oído: olvidá el ahora y metete en la piel el agitar que te daban las llamas, cuando ardían tus árboles, María…



imágen: de gstern "carga"