viernes, 19 de octubre de 2007

Tributo popular (r/evolucionario)





Saca que saca chispas, la cumbia en el parlante.

Chorrea el sol, anuncia, aunque hay invierno rezagado por la calle, varias sombras se desatan. No necesitan la perfección de sus contorneos ni un coreado de alta fama.
Van queriendo ser. Bailan fiesteando la tarde, un carro, un tren improvisan bailanta. ¿Quién escucha? Y el silbato desde la estación contesta, ¿qué color? Y explotan a risas juntas: ¡un rojo!

Che Rulo colguemos el pasacalle, ayudá!, mi sombra ya sube escalera. La escriben, la tienden.
La Miya le suma sus cerrazones chinescas, aparecen pájaros, elevan la tela; la Colo sombrea un pañuelo, recibe, despide, alegra el propósito.
Tan seguros, compactos; adentro de lo soleado, inspiran respeto, hasta les piden permiso los transeúntes para pasar entre ellos.
Listo. Se explayó el pasacalle; y el parlante sigue poniendo los gritos de flores en la gala.
Leela vos Loqui. No me jodas, lo de loqui no me cae, bautizame en grande: loca de lunes; así, sí me va.
¡Leo!: Bienvenidos a la calle de los permisos. Y cada sombra salta, se apropia de sus cuerpos, aplaude y ríe.

Ahora se sienten ellos.

viernes, 5 de octubre de 2007

Gemelos







Y si, yo lo parí, dijo Casildo. No estaban muy lejos del poblado donde se arreglaban los conchabos por temporada; podían no haberle preguntado nada. Entre esa tierra roja del camino, a veces abrir la boca era lanzar serpentinas teñidas del paisaje y alguna quedaba raspando adentro.

Pero dos comadres con el peón que echaran los Ledesma, se intrigaron. Le dispararon la burla primero aunque querían saber la razón de lo dicho. En las pelotas no se gesta un crío don, y usté no tiene pinta de mariquita pa andar soñando maternidades.

Casildo, con arrugas y achaques, llevaba su cara tan ufana como su gesto cargando al niño. Sonrió como quién se toma tiempo, ante los curiosos; sonrió como todo padre lleno de orgullo, sonrió cuando dijo pausado. Metí la mano, lo acomodé y en un pujo de resto de la pobre diabla; lo traje al aire, corté la tripa, lo envolví en el poncho .Le di la bendición a la madre cuando ya no estaba en este mundo, donde sola su cuerpo tenia por familia.

Les dije, lo parí. Anduve de montañas a papeles de abogados, de jueces a señoras agrias de patronatos de menores; hasta que con mi mujer entendimos y peleamos desde lo natural que es lo más sano. En lo que llaman lo legal, entraba el asco, la discriminación a nuestra humildad y la pobreza. Ni que hablar que nadie se paraba a pensar en el niño. Nosotros somos safreros, viajamos a pié como ustedes de predio en predio, sin domicilio conocido nos registraban en tanta planilla que ni para remate sirvieron.

¿Y consiguió la tenencia? Preguntaron los curiosos de antes, ahora turbados por el amor incondicional sin valores de mercado; esos que ponen precio a la caña de azúcar y determinan el magro pago a destajo que siempre reciben.

Casildo se paró, esperó que se acercara su mujer, Juana venía retrasada con un bebé de pocos días en los brazos. Sólo cuando pasó su brazo por los hombros de ella contestó. Sí, somos grandes ya pero no teníamos hijos, por esto de andar errantes; y en esta corta vida que se alarga en sucias trastadas de política y donde nuestros brazos se repiten en los siglos para ser los trastos acopiadores de los altos ingresos que esas gentes se gobiernan y se pagan. Entonces nos dijimos y si alargamos nuestra historia de pasados en este presente rudo repetido de cansancio y dejamos al futuro dos crías con la fuerza que podamos enseñarles; y quizás de los fracasos de ser ambulantes de los días de cosecha a cosecha, de sí patrón a sí patrón; dejamos dos hombres que se animen a decir No cuando sea necesario y crezcan motivadores de juntarse grupo para reclamo y proclama.

Una noche oscura hicimos el amor, sabiendo que esa era la señal, la pachamama hacía que veía nuestros genitales casi cansados del todo. Nació el Ernesto, prendido ahora al pecho de su madre; parió sola en el monte con mi ayuda. Cuando fuimos a anotarlos eran gemelos, los que habían nacido, dos cumpas de la cosecha pasada fueron los testigos del parto. Firmaron como lo legal manda.

Si, tenemos los papeles, Ernesto y Fidel, este que cargo de ojitos vivaces y mi sonrisa es un poquito más grande por rarezas de la naturaleza nomás... Así que la patrona y yo parimos juntos y a la par dos hijos.

Y los presentó a todo el grupo que como enfrentado a la utopía de lo posible para sus propias proles, siguió caminando con la sonrisa contagiada de Casildo (esa que dice más que un pensamiento y sirve para tomarse tiempo para contestar lo justo). Iban detrás de la familia recién conocida, cómo si fueran siguiendo cimientos en cierne; referentes nuevos de una lucha social que sabían, deberían emprender en tiempo.