domingo, 12 de septiembre de 2010

Entre fango de autopista










Sería confidencial. Augusto haría el viaje. Extremo, urgente, los motivos no permitían dilatación.
Muchas horas de volante, pocas paradas y de mágico silencio se sorprendió al oscurecer. Hubiese sido ridículo traer la brújula; sé donde voy; pero no quería confesarse que lo perturbaba un paisaje desconocido, una verdosa vegetación oculta, ancha áspera y gris; pero endemoniadamente bella.
No podía seguir sin intentar adentrarse en esos caminos rojosucio polvorosos que se abrían y gritaban alertas, pedían conocerlo, hasta un aullido de pájaro en riesgo lo imantaba para olvidar su destino.
Entró. Fueron mil paradas en sendero, imposible no registrar con su cámara lo que veía. Supuso que nadie vivía lo que él; que podría impactar a su regreso con una muestra de esas fotos en alguna galería de arte con renombre. Pero un paso de retumbe le recordó la inquietud, eran dos tres muchos, golpe en golpe le sonaron la sangre; golpe en golpe los vio en éxodo de humanos agrietados, ausentes de mirada; angustias de rastros sus caras.
Su jefe de redacción hubiese sentenciado: feos, sucios y malos; demasiado repetido ya no es noticia. Se estremeció nada de eso eran. Preguntó y apenas entre señas y texto poco le dijeron: no más casa, ni animales, ni alimento. Y le mostraron un recodo del camino.
Como citadino acostumbrado a cuatro ruedas, se subió aceleró y comprendió; cuando al girar la curva, cayó en medio del agua. Ni palas, ni brújulas, ni fotos ni grito. Eso era anegación pegajosa. En esfuerzo animal a cambio de nada, lo ayudaron a sacar la camioneta.
Abrazó a cada uno y prometió: esto se sabrá. Quedaron incrédulos y siguieron la huída del espanto sin punto de llegada.
Retomó el camino, llegó. La reunión que debía cubrir para el diario de tono confidencial, terminaba. Festejaban el primer tramo construído de autopista internacional, lo divulgarían al comenzar el siguiente trayecto, por eso las fotos llevarían un escueto texto de posible acuerdo oficial y empresarial a largo plazo, pero intereses patéticos exigían un registro en los medios del evento festivo íntimo.
Invitó a los ejecutivos a subirse en su transporte para inaugurar el tramo flamante. Mintió. El rumbo era el pantano, dejó irse al vehículo al centro del mismo; se bajó y se fue, a sudores entre el barro. Renunció al diario y denunció al mundo, la obra programada borraba comunidades rurales humildes, ya que encajonaba el correr natural del agua de lluvia.

Cumplió su promesa. Amplió sus fotos testigo y las expuso en las calles del centro de la capital.