lunes, 27 de enero de 2014

Eslava Buenos Aires


















          Ella brotaba del aire y del agua. Llueve en Buenos Aires. Camina, mana sobre mojado, debajo, entre. Su mirada en las gotas de vereda. Encuentra en su mente lo que pisa, el río urbano lamiendo el cordón, un papel arrugado, un cigarrillo inerte, el manojo de pastos verdes agradeciendo los desagües.
          Lenka debería parar, secarse; vuelve hacia ella, es verano se dice y se vuelve a ir
          La música del aguacero la embatió. Igual que aquel día, empapados huían abrazando los instrumentos. Estaban en pleno ensayo de la  filarmónica de Belgrado con Milko; ejecutaban a Dvořák. El techo se desplomó, retomaron los acosos aéreos. La vieja Yugoslavia lloraba impotencia, los intereses políticos enfundados en luchas étnicas enmascaraban una oficiosidad internacional. No se pueden estropear los negocios. Y el pueblo muere, odia, huye, vencen y son vencidos, sin elegir el horror.

         Pero revirtió definitivamente a ella, aquí solo hay truenos, “tormenta de verano” dice doña Clara la dueña de la pensión en que logró sobrevivir,  y vivir luego, lejos de su tierra y de Milko. Ni siquiera supo donde quedaron sus huesos, mientras la separaban de él, mientras caía su viola, mientras la violaban.

         Porque lo amó, a su hijo lo nombró Milko; aunque no era su padre, le contaría al ser  mayor la historia. Esa identidad que hoy la lluvia y sus sonidos le impusieron, hasta las lilas florecidas arraigando viento, los balcones labrados de este antiguo barrio de Buenos Aires. Si hasta oía la danza eslava número veinte, lo último frustrado de aquel ensayo.

        Bajo un balcón cercano un hombre sin luz en sus ojos, ejecutaba una viola, tenía a sus pies un cartelito junto a un desteñido sombrero: “Soy Milko, gracias por su moneda.”



imagen:  Evstafiev-bosnia-cello