Cómo se forma la belleza.
Entre solitarios barrios, la lindeza la hacían los vecinos.
Don Juan tenía su
huerta majestuosa, profunda al fondo, que terminaba donde existía la letrina. Él
trataba de ser feliz y olvidar con sus plantíos que un día salió del campo
alquilado, escasas hectáreas para tanta prole, cuando ya no podía trabajarlo.
Eran otros tiempos sanos, no los de la soja y monopolios; luchaban con sequías
e inundaciones para subsistir con las magras cosechas y escasos animales.
Su mujer, tenía flores, mucho
trabajo cotidiano, hijos solteros aún. Ingresos
de changas y costuras que pedían milagros para continuar. Salvaban las verduras
cultivadas, el pan casero y la visita de los nietos.
Una de ellas descubría la
belleza junto a ellos, era tan pequeña. Adoraba juntarse ramos de rosas y
disfrutar de los ravioles de Doña María. Todo cuanto había allí era delicia de
sus ojos; hasta las sombras la divertían, porque sabía que no atacaban como
ahora, porque sabía que estaba segura.
Llegó pronto el momento en que
se fue el abuelo. Ese día se grabó en su mente, solo las flores y una enorme
casa vecina la reconfortaron, sin entender muy bien el suceso.
Desde entonces supone que los
viajes al ombú, los penachos blancos del camino, el viento entre tanto
árbol; eran la pasión por la mirada que
surgía. No se puede dejar, que el tiempo robe cada foto en la memoria, no se puede
blasfemar que hoy todo es basura, si se logra tener de tanto en tanto un ramo
de rosas en los brazos.
Los que deforman la belleza,
son los mismos que construyen edificios, que ponen rejas a las plazas, que
destrozan el verde de un baldío y mienten que nada recuerdan del pasado, que el
presente paga y al futuro no lo registran como consecuencia. Sus hijos y nietos, merecen continuar oliendo la
belleza tersa.