lunes, 5 de diciembre de 2011

Bar de desayuno.















Movimiento y Buenos Aires.

Atestadas las mesas, trajín para servir a tiempo, evitando desprecio de los clientes. Por eso corren los mozos elegantes, apenas la vestimenta los diferencia de lacayos negros del siglo pasado. Gritos murmullos, pulsación de cucharitas hablan de la tensión y el apuro estresado de quienes pretenden un paso caliente antes de entrar en los edificios de alta gama. Oficinas -lobbies de multinacionales y monopolios.

El bar también lo es, allí se cocinan negocios, traiciones, espionajes, robos de mentes y las tan codiciadas cadenas de favores.

Entre las delicatessen de las vitrinas y el vaporoso café de las máquinas; sólo marketing en las palabras, bolsa, exportaciones, lavados de dineros, euros, dólares, aún en las propinas. Hay que mostrarse ejecutivos.

Una mesa desentona, vacía, un café humeante sin tocar, el cuadradito de azúcar envuelto en papel importado sin abrir, la cuchara impecable y en el plato de al lado: diez euros y cuatro o cinco monedas.

Alguien ha dejado el círculo del juego, una historia con escalones cortados.

En la cocina del bar, Verónica se saca el uniforme, renuncia. Su aire de rabia y sus palabras tensadas en los dientes (turro, turro) le impiden dar explicación.

Afuera subiendo a su BMW un él, que había abandonado el café; pensó: con diez euros conformate. Buenos aires espera hacer guita, no hijos de meseras.

Cuando Verónica salió derrumbada, a las dos cuadras encontró el accidente. Murió decían, lo destrozó escuchó. Vió el BMW, en que varias veces saliera con su dueño. La había enamorado. Ella suponía que la escala social podía ser ascendida. Trabajaba horas extras, aguantaba el trato de “trata”, por eso creyó que él era como ella y la quería por esto de superarse. Lo veía siempre apresurando y machacando sus esfuerzos en transacciones de trabajo.

Pensó rápido, se mató. Fue por mí. Por lo del hijo posible, ante el test del que le hablé, me haría. Se paralizó en su bronca. Se acercó pero no quería verlo muerto, antes si, ahora, ahora no…

El auto no servía más, no tenía seguro (el sólo tenía su fachada). Lo vió en un extremo de la esquina llorando, reducido a una piltrafa nada humana. Repetía mi auto, mi BMW, era como un hijo…

Verónica recuperó la rabia, le tiró los diez euros a la cara y cada moneda dejó su marca.

Más tranquila, por la tarde, hizo el test de embarazo, Nada de rayitas, no tendría , se dijo en paz con ella misma, un hijo del dinero. Su próximo trabajo sería un ambiente agradable sin codicias.

Hay incomparables calidades para desayunarse desde lo interno.



2 comentarios:

Palabras como nubes dijo...

Una historia muy bien narrada y con un cierre, en esa frase separada, magistral.

J&R

mabel casas dijo...

J&R

este es uno de esos relatos, que no me terminaban de cerrar, tien su tiempo, sufrió las necesarias relecturas, mutilaciones y cambios. Esa frase final que decís, sali{o como de última y fue la que a mi me dió el boche que no encontraba

gracias por decirme tu percepción, en esto de escribiente vale la vos de los demás sobre lo que se escribe, en crítica o anuencia
cariños