
Los negros remos de ser esclavos. Podían seguir batiendo con látigo por lomo, con orden por número. Uno y entraba la paleta a esa nube por debajo que nunca terminaba. Dos y levantaba del agua la madera mango que goteaba llagas de gritos rojos. Uno, no sabían la existencia de esta otra selva. Dos, interminable repitencia; entre insólitos animales de dos patas que emitían gruñidos indescifrables. Uno, se parecían a ellos. Dos, tenían el cuero raspado casi blanco, seguramente por eso se ponían tramados de colores para taparse la vergüenza.
Silencio Blanco era libre entre las calles del pueblo, dudaba si lo sería fuera de sus fronteras, en cada batucada sus golpes insistían pensamientos. Uno: somos todos seres de la selva grande que es planeta. Dos: contra todo Silencio, contra todo, nadie más esclavo.
En las últimas lluvias del otoño, festejaron boda en el pueblo. El intendente aceptó los dos ritos de unión de la pareja .Uno, su chamán y sus pinturas sobre los cuerpos como augurio. Dos, firmo papeles con María Larrubia en el civil.
El pueblo juntó candombe y apuntó confianza, para la pareja y lo parejo, que el ciudadano respetado y elegido; pondría en sudor para suplir las necesidades del pueblo.
Bailaron el blanco día la negra noche hasta el rojo sol de amanecer en tierra nueva.
Silencio y María (la polaca) se miraron bajo plena mañana, estiraron sus manos. Una. Y. Dos. Aferradas de amarse hasta el tuétano del tiempo, y perdurarse boca a boca.
Sabían que serían otro agregado al cuento que seguirán narrando los abuelos por la continuidad de las continuidades…