
Martina gira la ciudad, o es la ciudad que la hace girar a ella. No quiere ese lugar, el pueblo la repica, el pueblo la reclama en rechinar de su chango de supermercado. No está haciendo compras, junta basura. Esa inmensa basura que tiran los edificios que comen. Los que ni conocen ni les importa el poblado que dejó en
Rueda, ruedan, aglomera y piensa. En qué tumbos de dioses y de diablos vivimos. Me alimento con la basura. Pero deben ser robots a controles lejanos los que viven por aquí; nadie tiraría comida: Allá de donde vengo, la carbonada de todos de las huertas de todos. O será que el dinero existe y a muchos les sobra. Como no lo veo aquí ni lo vi allá, cuando vivíamos del trueque: capaz que no es una visión por tanta coca masticada y el dinero vive en las bolsitas de algunos.
Caminaba entre calles en sombras y grupos recogiendo bultos; en estas viviendas duermen como pachamama manda se dijo, sólo nosotros afuera. Llegó a la esquina donde esperaban al camión que los sacaba de la ciudad a cada noche, para ir a la provincia, al cuatro chapas de cobijo. Tardaba. Todos en cansancio se entretenían en tirar piedritas a un tacho vacío. Por el pueblo dijo uno, tiró a la basura lo que es basura: “el maltrato”. Y en un rodar de ascos, cada uno asió una piedrita y gritaron a vomitar lo que querían despegarse. Tiraron a los matadores y a las muertes anticipadas, las soberbias y mentiras, el manoseo y la discriminación sufrida. Martina emocionada, como si lanzando todo aquello lo lograran, tomó un botón flojo de su saco, lo sacó y al tirarlo dijo casi en lágrima. Aquí dejo el desamor que me dejó sin ojal.
Ricardo, que no podía dormir en el local -casa, donde arreglaba zapatos, los escuchaba. Ellos tiran, ya pasé por eso; pero lo vuelvo a hacer ¡carajo! Salió en calzoncillos y ante el estupor aprobación de los otros, lo escucharon decir tiro con lo que no me reconcilio ni puedo:”el olvido”. Por mi hijo, repetía temblando de impotencia: por mi hijo desaparecido. Y pequeños clavitos fueron votados con fuerza al recipiente ya no tan vacío. Su vos ronca, austera, túnel de resonancia; erizaba la calle. A punta de tambor agregaba no perdono lo violento, las dictaduras, la tortura, el desempleo, el desamparo, la injusticia, la presión que nos mete el poder de siglos.
El silencio habló a los otros, no estaban solos, eran más los que desangraban el alma; por otras cosas y las mismas que ellos.
Dalmira, la mujer de Ricardo, estaba a punto de abrir su puestito de flores. Cerca amanecía, también oyó desde el principio, se acercó, saludó y puso un florero en el medio del grupo. Repartió una flor a cada uno y como si son su voz acarreara el sol para entibiar esos huesos doloridos de vida mal vivida; invitó a decir qué se guardarían para que no se pierda, en ese cesto casi lleno de basuras más estiércoles de fatales errores de otros, tirados.
Martina fue la primera: me guardo el amor por todo lo que no me agreda, y las caricias. Se oyó luego: quiero retener el horizonte, es el único que me mantiene con aire, era la voz de Ricardo. Y así casi esperanzados, aparecieron repitiendo construcción de vida y deseo. No estaban medio muertos, sino medio latiendo, se guardaban un poco de feliz, y trabajo, paridad, justicia, identidad. Sonreían.
Dalmira y Martina, sin haberlo conjurado juntas, dijeron nos guardamos un cielo. Y esa palabra fue el milagro y la crucifixión. Cielo pronunciaron todos a grito de necesidad. Había sonido y comunión de pueblo.
Una sirena. Un batallón oscuro, unas balas, el desparramo; la lluvia desatada ayudo a esconderse. Llegó el camión, subieron, incluso Ricardo y Dalmira que se puso con honor su querido pañuelo blanco de las marchas de los jueves en
Afiche: "recuperar" estractado 28-10-06,comisión contra la explotación minera en la cordillera(límite Chile/Argentina)