
La jaula del Zoo. Da lo mismo cuál. Tiene un olor de sujeto y predicado. El animal tiene miedo porque extraña. Así todo él y la celda se quedan impregnados de alimentos y defecaciones varias, subiendo aún más el sudor de su tragedia adrenalínica. En su hábitat natural el aroma es limpio.
El cuarto de Rosario. Éste sí, es cuál.
Produce el mismo efecto. Rosario tiene miedo y extraña.
Cuando salió a buscar trabajo; ese aviso de diario prometía Cristales de
No pudo. Gritar ni pedir ayuda. A quién allí dentro. Las amenazas eran comprobadas. Los turros clientes eran cómplices, iban por sexo y por violencia.
Rosario era un animal manso. Pero arrancado de su follaje original, temblaba y odiaba. Venganza, se repetía.
Comenzó su periplo enajenado; puliendo las manijas de las puertas, raspando canillas. Enhebrando cada araña que encontraba en el tugurio. Cuna de las chicas atrapadas por la trata.
Quiero esa pendeja, dijo el cliente, y quiero un brindis compadre, usted sí que la hizo fácil y nos hace fácil desembarazarnos de la calentura.
Rosario preparó las copas. Puso pisco, gaseosa, ron, tequila, vodka y lo pulido, lo raspado. Dejó caer unas arañas de su collar y completó con aguardiente. Bebieron. Borrachos descuidaron su guardia, el arma en la cintura.
Fácil Rosario, fácil. Sacá el arma. Dos balas, en el medio de la frente otra al corazón. Cayeron los dos cómplices. Apuntando al miedo, a los esbirros, a los cogedores y las cogidas; levantó el teléfono, llamó al Diario, a
Como pudo escapó, con el arma demasiado fresca.
Al día siguiente, las noticias no hablaron, todo siguió igual con las chicas y más cómplices.
Ella usó el arma.
Se desprendió del olor del miedo que la perseguía sin rendición.
En esa plaza que se había refugiado, mariposa cansada, sólo la muerte para liberarla.