domingo, 12 de septiembre de 2010
Entre fango de autopista
martes, 17 de agosto de 2010
Combustible originario
Achique de islas. Hilos de agua escondidos. Un delta de silencio, hablado por los pájaros y los remos del viejo Bartolomé. Viene entre vientos de octubre y frescos de soles. Lo veo, llegando a mi muelle.
La vida y sus ancestros se le han quedado en el rostro, dibujado por hendijas y marrones, como quién vive en el barro. Pero es limpio de sonidos en su cajita interior de resonancias.
Él pesca. Para comer, para ganar jornal y para recordar; esas fantasmagóricas historias de su abuelo en aquel puerto africano de pescadores. Siempre le contaba. Ahora, Bartolomé me cuenta a mí.
Sentados acá entre atardeceres donde se compran sin un centavo cielos rojizos, lloviznas de cuentos y flores azules de las hortensias. Estamos colgando los pies sobre la viveza del agua; pasando un mate de boca a boca; tentando mosquitos y respirando juntos. Te dije, me mira y yo tiemblo. Siempre fue así, cada semana a su regreso, al habitarnos juntos; soy un aljibe de mariposas.
Te dije, repite, del sueño que me persigue. Hay un mar callado, voces de niños, es afro la luna afro la playa y yo no puedo tocar los atabales; algo me acosa y grita dónde están tus manos, tus manos, mis manos.... Me duele real, este no lograr retumbar un parche, por eso mi carencia ancestral se mete en el sueño. Tengo el paisaje…es mi no poder ponerle música… y hace silencio
Cae una hoja, siento que el mundo incomprensible me cae encima; entonces se despide, y sí, nos besamos. Vivo con él casi desde que nacimos.
Vuelve a sus remos, aún le falta vender la carga; me levanto, empiezo a caminar hacia la casa. Cae otra hoja, percibo, dioses distantes y nosotros humanos, hacemos el milagro de comprender nuestros minúsculos mundos nativos, hacedor paridor; este que veo explotando huerta y orquídeas a mi contorno. Y allá lejos poniendo tambores en los remos de mi Bartolomé. Lo tiene logrado suenan afro suenan a parche negro al golpear sobre el río. Ya no será perseguidor su sueño.
Tendremos noche para ser unitivos de cuerpo y apareo.
Sonrío y comienzo a preparar nuestro pescado.
imagen: "sorgo rojo" de m. casas
domingo, 8 de agosto de 2010
Jesucrista
imagen: afiche de película "espinas" mexicana
domingo, 1 de agosto de 2010
La niña del miedo
Santa Sombra, estaba en esas tardes mansas. Pocas casas enracimadas sobre el giro del camino donde viejos árboles espesos, fundaron sus primeras sombras cercanas a la arena; sobre una orilla de mar, aún no aventurada de pasos y dineros.
lunes, 19 de julio de 2010
El último gran mago
lunes, 28 de junio de 2010
Futuro pasado mío
martes, 22 de junio de 2010
Descariciada

lunes, 14 de junio de 2010
Tarde, hora tres
domingo, 6 de junio de 2010
Tampoco volvió

domingo, 30 de mayo de 2010
2010 Mayo 25

Buenos Aires, tango, y el movimiento por la calle. Bandoneones tocando sobre el techo de los taxis, negros y amarillos, son un semáforo en otras dimensiones en coincidencias de colores poca; pero un parate a mirar, ni prohibido ni suburbio, raíces, de la calle en la calle, parte de pueblo y laburo, parte de ruedas que algún lado llevan. Esta vez en negro y amarillo, esta vez en plano libre. Entreverando el loco de la balada de Piazzola y los pasos eternos de Discépolo, con los tacos en la danza y los dedos de un Salgán con la voz de Goyeneche.
Y la historia real pasando a los ojos y haciéndose memoria carne. Con un coro gigante y presente, llevando ausentes y futuros en la boca.
Un pasaje diagonal, un paisaje de bicentenario federal, un lazo latinoamericano, un sello de pueblo que no puede seguirse llamándolo “gente”.
El semáforo marca abierto nuestro paso.
Atención.
Ver detrás de los amarillos y no dejar que nos sorprenda el color del peligro.
Nunca más.
lunes, 24 de mayo de 2010
Devolucionarias

Clavo y canela. Jengibre y romero. Inés llevaba su grito en la feria. La devolucionaria aún no sabía que lo era.
Romualdo saltaba entre los puestos, ligero, ágil, casi patas de gamo en un prado de verduras, frutos y corrales de gallinas, Necesitaba como cada día estar cerca de esa mujer, dulce olor de especies. Él desconocía su valor, no se sabía hurtador y menos mensajero devolucionario.
Esa ciudad latinoamericana, no aceptaba el esfuerzo de los pobres por el pan. Nada de ferias decía el dictador, ahí se enciende, más que un horno de barro; es la curtiembre de la rebeldía, si se juntan, hablan; no cocinan pasteles. Aprenden del otro los ingredientes de hacerle a la libertad. Destruyan los pregones, los tablones donde ofrecen sus huertas. Acallen el murmullo, siembren miedo entre los corderos antes que el juntarse al cabo de la calle, los convierta en lobos defendiéndose. Maten a los protestones, esos son carne fresca para el fuego que puede dejarnos sin leña de predominio.
La ciudad no adivinó que sería caos.
El de las órdenes, soberbio, no se vio fuera de juego.
El mercado de los paisanos, gestaba sin fin ni a sabiendas, una trinchera de rebeldes. No lo era, ni sabía, que lo harían muerto y sepultado entre destrozos, a causa de la turba milicada y entonces sí, sería.
En el instante del revuelto, Inés se tomó de sus clavos y canelas, tropezó con Romualdo calabaza en mano a título de protegerse, extraída de un puesto en la corrida. Enlazados con otros corrieron a las afueras, un lugar entre ruinas precolombinas los escondió por un rato.
Nació la devolucionaria, la resistencia. La manada de corderos al grito de Inés, fue clavo y canela. Clavos para quién procesa, destruye, odia; fajándolos en cruces de la nada. Canela para aromar nuestra desesperación y muerte. Porque muchos no podremos sacarnos las balas y muchos en la lágrima iremos adelante, con la energía del dulzor de la canela.
La selva quieta , inocente, ocupando geografía, cerrando espeso hacia el sur del territorio, no sabia, ella tan plácida, verde, agua canto de pájaros; nunca cruzada por las voces del humano, que sería vida para contenerlos. Fue campamento, cárcel, movimiento, reducto intrincado de fusiles, rabia ardiendo en las manos de aquellos del mercado; poniendo la base de ser selva gestora del caos que la ciudad conservadora no esperaba, por los cambios que se hacían urgencia.
lunes, 17 de mayo de 2010
Siembras de estilo

“Ningún reloj dice cuando es tarde
o cuando es temprano”… publicidad
Veía en reitero aquel tapiz rojo, en su dormir. Poblado de abarrotadas hojas entre relojes parados a vagas horas. Todo rojo, siempre rojo.
A ella la visión se le quedaba prendida al despertar, complacida de permanecerse en un bosque incierto, Quizás eran plantas de relojes meciendo la vida sin tiempo, reflejando que nada se marca a reglamento de un tic tac. Y allí las hojas carmesí eran agua de colonia para impulsar el día, encendido en desayuno, pasional en decisiones.
Claro es que lo onírico se esfuma pronto, al salir nomás de su puerta y ver la calle casi vacía (pocos vivían ya en el pueblo) y los árboles con invierno sobrepuesto desnudaban a cualquiera. Ni las hojas de su tapiz sueño servían a las ramas secas y a su cuerpo.
Un chirrido. Alguna bicicleta pensó. Pero al girar la esquina, una marcha de amapolas prendidas en las solapas de los hombres, peces alegres saltarines nadando y jugueteando libres de uno otro, en los bolsos transparentes de las mujeres. Una banda de niños músicos reían, llevando detrás de sus instrumentos mariposas atrevidas, tirando al aire coronas de reyes depuestos. Todos llevaban cintas al viento. También rojas.
Surrealista, se dijo, he entrado en delirio. Sin darse cuenta tomó un extremo de esos lazos y comenzó a recorrer con su tacto lo que veía, es real le informó su mano, aunque se lo negara.
Cuando la caravana llegó a la única plaza, comprendió. El tapiz que soñara tras sus noches repetidas, colgaba de un atril.
Le explicaron que entre todos lo habían ideado; de esa manera luchaban contra la vejez del pueblo, contra la hora de irse, contra el color congelado del frío.
Y ella se descubrió junto a los demás, proponiéndose tamaña labranza; ponían infinitos y sucesiones, con actitud, para que nada sea demasiado tarde o demasiado temprano.
domingo, 9 de mayo de 2010
Tenacidades

La cosa era una sesión continua. Dicen, y le decían, incluso le dirán que la tatarabuela ya lo había heredado, que es un bien prendido a ella a sus sucederes y sucetorios. Cuando lo recibió en sus manos, esa casi niña de trece en este pueblo perdido y acosado igual por los vientos del anestésico consumo; de una músicasinparar sin razón de raíces; ella Micaela, lo había dejado en medio de su bolsa de chala, olvidado de sus ojos.
La vieja Eulalia, su abuela, aún gloriaba con su telar y su arte, gustaba el silencio. Me deja caminar mis armonías de lana, decía. Por eso repetía “si se callase el ruido” ante el tumulto indiferente del antiguo aparatito que consiguiera su nieta para oír bailando, que no era canto de la luna ardiente de su cerro.
Amanda, la madre; como de treinta, trabajaba afuera de sierva todo terreno. Hubiese querido ser ambas; en sus mundos, y no tener que soportar su propio ruido interior acuciándola desde y hasta el cansancio. Tenés que vivir no te dejes robar el tiempo en que florecen los lapachos, le decía su proio deseo. Soñaba volver a sentir con Pedro, eran tan recién criados al conocerse, él le dijo cuando bajas a la fuente de agua con tus cacharros,me vais poniendo siete colores en los ojos y te miro mojarte las manos. Podríamos juntos vivir mojando las manos cada mañana para poner el día en nuestras caras. Con eso la había conquistado, y ella lo amaba a pesar que casi no se veían. Pedro andaba en grupos, haciendo papeles de reclamo, viajando a la capital a redenunciar las invasiones y olvidos recibidos por el pueblo pilagá.
Formosa, es así, olvidada casi, usurpada y explotada por extraños, como la música de Micaela. Al parecer aceptado por poderíos y conveniencias de turno.
Hacía frío esa noche, las tres mujeres se juntaron al plato de sopa y al fuego. Preocupadas por que los hombres no volvían. El amuleto, recordó Eulalia; con espanto la niña y su conciencia gritándole propia memoria escondida, danzaba de pronto como tambor de tribu, como pedido de encuentro raíz; buscando eso que le habían sucedido en manos.
Es importante susurro su abuela, encendió una ramita de romero, hasta que en seriedad no acostumbrada Micaela se arrodilló ante ella con el amuleto. La tres ahora en cuclillas frente a él, contaron sus historias de tribus relegadas, le encomendaron a los hombres, y rozaban sus marcas maduras.
Cuando amanecía de los huecos de esa pieza traspasada en tantas manos ancestrales, parecieron nacerse ojos, que les decían no tengan miedo de mi, entre sus reflejos. Soy parte de ustedes mismas, la fuerza que les doy, nació dentro de sus cuerpos al ser paridas.
Ese instante, ese rito patrimonial de tres partes de la familia, casi de un mismo cuero, hizo que Micaela entendiera sus raíces; no dejará nunca de llevar a su cuello, el amuleto.
En
Quizás podrían volver y no regresar a ser masacre.
viernes, 30 de abril de 2010
Blanco negro rojo. “

“ la decisión de ser es siempre un riesgo”…
oído en el film “el exilio de Gardel”
Pureza blanca. La de Juan y Delfina, entre el balcón de las flores, entre el mar de las infancias. Ella lo besa, el le regaló una rosa.
Cuántas llaves corren el tiempo de las nubes. Ambos crecen mordidos por realidades manchadas de colores que se fueron a lo oscuro.
Delfina camina la vida pesada de memoria, si la ves no reconocerías aquella luna infante del balcón. Sus andares son felinos, trozos largos de cabello como en guerra, poca ropa. Una mirada que taladra, un miedo que se guarda detrás de toda la provocación de que es capaz.
Adentro. Adentro de su cabeza un martillo de suelas pisando sus sesos y pretéritos; que aúlla ante los ojos de un hombre que no puede encarcelar, juzgarlo para siempre lejos de sus vísceras en la cárcel donde excluyen a los traidores de la entrega, la toma y en violencia.
Es de noche, la decisión de volver a sentirse vivos, impulsa a los dos. Fogata abierta, puertas contiguas. No se conocen, únicamente tiran al fuego fotos, grietas, cuerpos tomados, odios, pérdidas, indolencias, dolor.
Se acercan a sus puertas, livianos. Hola soy Delfina cuando sus ojos se encuentran. Hola soy Juan, voy a escribir esto.
Una vez me regalaron una flor blanca con tu nombre. Una vez me dieron un beso con el tuyo.
¿El tiempo, el fuego, existe? Caminaron al mar, allá en los restos del balcónde las flores, pensaronque tal vez eran aquellos y que tal vez laspalabras había que volver a gritarlas conla boca, no solo escribirlas.
foto: fotógrafa canadiense Richére David
lunes, 19 de abril de 2010
La libertad de las pájaras

La jaula; en la agonía de su mano y la tensión de todo su rostro. Una esfinge entre negruras y sin embargo, estallan los colores de sus senos.
Si era una pájara libre, por qué las rejas. Por qué no abrirlas a la noche y seguir el inestable canto de un ave escondida en el misterio de su ombligo.
Se vio a sí misma, rompiendo la mortaja. Era bello el pudor de su pollera al batirse con el viento, aún quedaba la aridez de su cabello.
Buscó las duchas, entre brumas, sintió la libertad del canto-cántaro. Desde lo sísmico de su vientre algo titubeó, le gritó el tiempo la no culpa, el desafuero y una carnecita con futuro.
Escudriñó un rincón con olor a cueva, a mínima protección inventada a madriguera; se tiró al cemento partida por los pujos, las piernas abiertas y la hija naciendo.
Envuelta en la pollera, en rastro de sangre placenta; van sus llantos, el de ella y de su madre. El pasillo, la puerta la huída que sabía perdida. Un traspaso apenas entre hendijas.
Corrió aquella transeúnte sorprendida por el montoncito insólito recibido, con urgido ruego. Váyase, entréguela a Rosa, Libertad 78, Avellaneda. Vuele, dígale que la nombre Alondra.
Era otra pájara nocturna, esa mujer aturdida en la calle, mientras resolvía su vida buscando un suicidio entre basuras; supo que ese sería su más alto vuelo con la vida nueva como carga.
Allá, la madre descubierta, un tiro y su militancia en duelo desde su brazo alzado; cayó con la complacencia en su boca. Muerta. Y con su hija libre camino al amor de Rosa, su abuela y su nido afuera.
foto: "allá la luz" de lisandro
sábado, 10 de abril de 2010
Poder residual

Esa basura despechada. La esquina despojada de aire fresco, doliendo una invasión indiferente de bolsas premeditadamente anónimas, calculadamente devenidas también de mugres de mentes ciudadanas.
El mundo escombra afuera de su casa, pasa sus roñas ya no debajo de la alfombra. Se desentiende; y la esquina, los seres claros, los pobres de mesa, los guerreros de utopías; pasan a ser la alfombra de los cubículos privados no privados de caudales.
La sombra suntuosa del country no le alcanza a Rubén Rastreri, para sentirse protegido. Contrariamente don Nicolás y doña María abuelos de los cincuenta, eran felices a la sombra de su paraíso en la vereda del barrio humilde “La colonia” de Quilmes; no los calaba el miedo ni el olor de la basura porque la usaban para turba, alimento de animales y reciclaje.
Otros medios entonces, sanitud de pensamiento, acompasado con la mano tendida entre vecinos y el sudor de un trabajo continuo por módica paga.
Otros medios, hoy, mediáticos, consumisados, mercantilistas, exclusivos y televisados. Basura. Para matar las esquinas donde la gente se reunía conviniendo charlas poli sanguíneas sobre música, deporte, ideas en política, oportunidades, solidaridades, proyectos compartidos y sus amores.
Las oportunidades siglo XXI, son para oportunistas, la fama no es puro cuento, porque lo trasmisible es ley barata, es ley y basura, es ley y dictamina. Entrona o desentrona acorde a su ley de mercado. Si fama logra, logra poder.
Rubén Rastreri opina, entretiene con fastuosidad fatua, con burladores y burlados con baratijas, mientras ejerce dictadura ante sus propios vasallos a cambio de ingreso seguro y abultado. Se entroniza y por los misterios develados a quién quiera ver, de lo global globalizado como mafia que embarra hasta las esquinas; por sus intereses de lobistas, por políticos que corren y corrían carreras tras su silla por ir a Sevilla, los que gritaban a “boquita” con la foto de Evita siendo en conveniencia empresarios de la mentira, o los que de piojos se diplomaron en divos de TV; eso sí, de sólido crecimiento de sus cajas.
Por estos fenómenos, el misterio sabido de causas por unos pocos, pocos oídos por el resto que se convierte en su público incondicional (tanto le carencia aún al pueblo educación y ejercicio del libre pensamiento, como a otros bajar del pedestal de la riqueza individual y vana), lo siguen, le responden, le creen y lo hacen il capo capitalista y un pobre sufrido habitante del barrio cerrado custodiado escondido, por que lo obliga inseguridad “la basura” humana.( santas palabras de excusativa).
Rubén Rastreri, dice era humilde, dice de madre y padre drama, dice de sus hijos y parejas todo permitido; pero miente, miente al que fue, al que parió su madre. Factura y condiciona a ese otro él.
Ese día de entrevista periodista en su “hogar”, colgada de lo que más vende y apoya al mensaje de cierta prensa. (Todo en la misma bolsa de residuos.). Sucedió que en medio de su arenga de sabedor de máximas “sanmartinianas”, de logia pertenecida en soberbia de puntero y no de aquél héroe; un corte en las centrales exclusivas del barrio privado, provocó las sombras absolutas, otra clase de miedo individualista; su vida, sólo su vida era valiosa junto a sus poderes y súbditos necesarios. Pero que allí no estaban, la noches era igual que en cualquier esquina alejada. El fuego despedía un olor profundo a basura de acciones podridas.
Rubén Rastreri agotaba sus fortalezas, aullaba, temblaba como cualquier inocente sorprendido y burlado con cámaras en su programa.; gemía a la par del periodista que lo visitaba para divulgar la “fuerza de sus sentencias”. Ambos de improviso se sentían desamparados acosados por el fuego como familiares manoseados en situaciones de duelo e impunidad y atormentados por las cámaras en cualquier esquina.
Fue un grupo de moradores de una villa de emergencia cercana y bomberos voluntarios (trabajadores humildes con sueldos magros, que dedicaban sus esfuerzos de solidaridad al Cuerpo de bomberos del pueblito a pocas cuadras, dónde estaba la esquina con la basura despechada que iniciara este relato) .Pueblo venido a menos, desde el cierre de la única fábrica cercana de herramientas manuales de huerta que por apretadas vedadas a los quinteros para vender sus tierras a precios basuras, con el fin de lotear a precio dólar y atrincherar un country ,la quiebra fabril fue lógica y lúcida.
Ellos, fueron los que los salvaron de ser cenizas; y se negaron rotundamente a ser televisados cuando sacaban a los exquisitos moradores del bunker de alta custodia; totalmente negros, tiznados eran pura basura llorisqueando, entre ellos el periodista y Rubén Rastreri.
foto: "Weir" de Jane Carr-2006